De la escuela de Nancy. Así como “esas familias que son panaderas”, Buscaglia cuenta que la suya también fue una familia de oficio heredado, pero con la “fantasía” propia del mundo de las artes. Si varias generaciones se educaron y crecieron oyendo las canciones de Guguich, uno podría llegar a imaginarse —al menos una pequeña parte— de lo que fue crecer siendo su hijo. Martín aprendió de política a la par que aprendió de música, y sobre cómo era la dinámica de manejar un grupo humano durante un ensayo. “Vivía tantas cosas sin conciencia de que ese estaba siendo mi aprendizaje más grande”, recordó.
Su madre, además de maestra, fue la fundadora y creadora del histórico colectivo escénico Canciones para No Dormir la Siesta, en 1975, tiñendo de didáctica creatividad la resistencia contra la dictadura con hitos de la música popular nacional, como Chim pum fuera o El país de las maravillas. Antes de eso, en el año 67, publicó un disco con colegas del mundo de la docencia; maestros que con guitarras y piano cantaban temas que Cantacuentos recuperará en su show de despedida.
Siempre la acompañaron grandes músicos, como el desaparecido Walter Venencio o Gonzalo Moreira, pero parecería que durante los ratos libres de tantas siestas sin dormir Guguich se dedicaba a regar su inteligencia y sensibilidad, cada vez más “aplastantes”, y comenzó a interesarse por los músicos más jóvenes.
Al final del cuento, visionaria pero sin ir más lejos que el living de su casa, puso los ojos en un talento joven: su hijo. Él cuenta que la propuesta era todo un honor y, afortunadamente, “estaba bien espabilado” para no dejar pasar la oportunidad. Con apenas 15 años ya componía música, tocaba sin parar con sus banditas del liceo y trabajaba animando cumpleaños infantiles. Al tiempo se vinculó con los talleres para niños y adultos de la escuelita de arte de su madre, en donde “improvisaba” con la guitarra.
Así nació Cantacuentos en 1998. Su primer disco se llamó Nancy Guguich y Martín Buscaglia, y ya para el segundo álbum transicionaron a mostrarse como una banda con nombre propio. Luego de formado el grupo con el núcleo familiar, Buscaglia escuchó de boca de otro amigo músico que había “un salado” por ahí cantando Joanna, de Kool & the Gang, y enseguida pensó: “quiero conocerlo”. Pero en realidad ya se conocían. Gonzalo Brown, un músico incipiente igual que él, había sido alumno de Guguich en sus talleres, y entró a ser el vocalista de Abuela Coca el mismo año en que Buscaglia lo llamó para formar parte de Cantacuentos.
Con Brown, Buscaglia y su hermano tenían en común el gusto por la música brasileña, el funk, rock, reggae, y, aunque Canciones para no dormir la siesta era la referencia, Cantacuentos supo usar a su favor “la comprensión de un tiempo pretérito analógico” de Nancy, junto con la contemporaneidad propia de los muchachos. No podían repetir la fórmula de “la matriarca“, que además respondía a la tensión y “latinoamericanismo” de unos años muy particulares.
“Cuando vos seguís a un maestro tenés que intentar entender por qué conectás con él, qué lo hace un maestro, cómo se para frente a lo importante, frente a la música, la poesía, el público, pero jamás hacer lo mismo”, señala Buscaglia, porque “con lo vastísimo que es ser uno mismo, siempre sos un clon, sos menos” cuando le copias a otro.
Una de las enseñanzas más importantes que guardan de Nancy es que las canciones “son de goma”, y con ellas uno puede hacer lo que quiera. “Estrujarla, apretarla, exprimirla, inflarla, hacerla chiquita, que ruede, guardártela en el bolsillo, cortarla en pedacitos, repartirla, todo eso te permite la música”, ilustró Buscaglia.
La creación de Cantacuentos apuntó hacia los 2000, el nuevo milenio y la experimentación con los sonidos y efectos especiales, y así hicieron toda una revolución musical donde hasta la propia Nancy compuso un reguetón, El redondón. Sus discos fueron grabados con las primeras computadoras y portaestudios digitales, enfocados en que “las cosas que te emocionan, te hacen reír, te hacen pensar, son las mismas de siempre”.
Cantacuentos
De la escuela de la canción infantil. Entre todas las aptitudes que debe desarrollar un músico para que “tenga razón de ser”, la más importante, para Buscaglia, es que no importe el qué dirán. La música siempre es “hacer algo nuevo” con las herramientas que existen desde que el ser humano descubrió el arte y las de ahora, sin perder “el condimento de cada uno”. ?En este sentido, Cantacuentos es “vanguardia propia”, donde cada uno de sus músicos “está en un planeta propio”. De ese lugar construido por ellos mismos es de donde nace la música que más le gusta a Buscaglia y al resto de la banda, canciones que “se la juegan” por algo y mantienen encendido el espíritu.
Aunque tanto Buscaglia como Brown también hacen música “para adultos” —sin mencionar que los mayores también pueden disfrutar de las canciones de Cantacuentos—, en sus discos suele aparecer mucho de lo que aprendieron y practican a diario en el mundo de las canciones infantiles, aterrizado en una mezcla de “rigor y libertad”, “ese algo que no quiero perder en ninguna de mis canciones”, explicó Buscaglia.
Se puede conocer a los niños a través de la música, pero también entender la música a través de los niños. Él ve en la música infantil un lugar de aprendizaje, que con el tiempo lo ha vuelto un mejor músico. “Es un picaporte para seguir abriendo puertas para tu música”. Según Buscaglia, tocar con un niño o para niños es lo más parecido a tocar con un gran virtuoso, porque “conectás con el mismo grado de imprevisibilidad, de pureza, de arrojo”.
Esas cualidades musicales son siempre las mismas para este músico, más allá del género. Si bien una canción pensada para adultos tiene, por ejemplo, más espacio para hablar de política, y a una canción para niños la protagoniza la fauna autóctona, para él no se tratan de territorios vedados. “Todo se puede camuflar y pasar cartas por debajo de la mesa”, y de hecho, eso era una de las cosas que Canciones para No Dormir la Siesta hacía.
Pero hoy “te enseñan mucho más políticamente y te educan mucho más artistas con letras no tan explícitas que esto otro. A mí me educó más un Luis Alberto Spinetta que León Gieco. No es necesario que digas: hay que pensar esto sobre esto. Hacerlo tan explícito, solo John Lennon”.
No se trata de canciones con una utilidad instantánea. Esas, según Buscaglia, suelen parecerse más a un panfleto. La canción infantil “es eterna”, se crea a partir de una intención, como la idea de hacer a los chicos jugar, aprender, que rueden por el suelo, y puede cambiar una y mil veces sobre sí misma dependiendo de la situación, el niño y ese público con el que “inventás un cuento juntos”.
Pero por más que escriben y componen para niños, Cantacuentos no se olvida de que ellos también están siempre aprendiendo: “Pensar que en la música se pasa de no saber a saber es el gran error”, señala Buscaglia, y asegura que una vez el músico “domina la básica” y aprende a tocar, ahí “la cosa buena recién empieza”.
Y un niño también puede ser un maestro, y de hecho, son una enorme influencia para Cantacuentos, aún más si es uno cercano a la banda. Varios de sus miembros son padres, y cada músico “es como es por él mismo y por quienes lo rodean”, describió Buscaglia, afirmando que la paternidad “te cambia”.
Muchos artistas o géneros están circunscritos en una franja etaria determinada, pero la música para niños no. “Los padres son los que llevan al niño al teatro. Después se repite la experiencia con el abuelo, el tío, que lleva a los sobrinos. Después ellos se hacen padres y llevan a sus hijos, y después como abuelos…”. Buscaglia destacó como lo más emotivo de toda esta experiencia a aquellos “colegas” jóvenes que se acercaron a la banda por haberla ido a ver alguna vez durante su infancia; así sucedió con Rodri Souza, el bajista y miembro más joven de Cantacuentos.
De la escuela del bien. La niñez es el momento formativo de la vida por excelencia, pero este universo, el de la canción infantil, como todo a lo largo de 25 años, cambió. Así como Buscaglia escuchaba Canciones para No Dormir la Siesta de niño, algunos de sus compañeros de escuela escuchaban Menudo o Parchís. “Eso es político”, señaló, “e influye en tu visión del mundo”.
Hoy la canción, analizada bajo la lupa de la industria cultural, perdió esa fuerza, ese poder. Pero la pérdida no fue solamente para los niños, sino también para el adulto. Antes, cuenta Buscaglia, “ponías un disco de pasta y como te salía una plata no solo que lo escuchabas entero sino que más de una vez, muchas veces, hasta conseguir otro nuevo. Si no te gustaba, le dabas una y mil oportunidades hasta que descubrías la forma de acceder a ese mundo que te proponía el artista”. Ahora, con plataformas como Spotify, con solo 10 segundos uno ya decide si le gusta o no una canción y “nos sabemos la que Shakira le dedicó a Piqué sin que aparezca en tus listas de reproducciones ni una vez”.
La propuesta de Cantacuentos, en dos décadas y media, se esforzó en no perder nunca el poder y la magia, y por eso las funciones de teatro tienen un sentido irremplazable. “Lo que pasa en el escenario sucede solo ahí, es único, y se vive en tiempo real”, describe Buscaglia. “Es una experiencia que te hace sentir en libertad”.
Pero con el acceso a Internet estos valores pierden terreno, complejizando la situación cuando un niño con un teléfono celular cerca puede acceder a canciones de todo tipo. Sin embargo, a Buscaglia no le escandalizan “las letras que están en la vuelta”. Al final de cuentas lo que triunfa es “el bien”, y le escandaliza mucho más las canciones para niños de alguien que quiere ser solo un compositor y “no pasa nada con su música”, que la de “un reguetonero que hace cosas para bailar”.
Allí es donde Cantacuentos marca la diferencia, haciendo de figuras geométricas un reguetón o de megafauna extinta un candombe, canciones con las que se puede aprender y bailar. Parece poco creíble pensar que cualquiera de los seis dejará de dedicarse a esto después de vacaciones de julio, pero “hay momentos de la vida en donde podés hacerte el distraído y otros donde hay que apechugar”. Para Buscaglia, el retiro de la banda es “un acto de psicomagia” confabulado, como una coincidencia mística de hechos. Si emocionarse es uno de los mayores motivos por los cuales alguien decide dedicarse al arte, el grupo no podía pasar por alto esta oportunidad. “Se dieron un combo de cosas que influyen en que esta sea la mejor decisión”, enumeró: Cantacuentos cumple 25 años, falleció Guguich justo después de sacar el último disco con la banda (300, grabado con el Coro Nacional Juvenil), y las últimas funciones serán en el Solís “con todo lo simbólico que es”.
Por todo eso a Buscaglia le “cayó la ficha”: “esto hay que dejarlo acá”. Era cerrar un círculo “virtuoso”, explicó, una celebración de despedida. “Podríamos seguirlo para el infinito hasta que quede uno solo arriba del escenario, pero eso es un poco triste”.
La decisión fue “poética”, “justiciera”, y evita el declive. Es un acuerdo de todo el grupo en su conjunto, seguros de que la música es eterna y no se acaba cuando se termina una banda. “Uno nunca quiere que se termine un postre si está delicioso, pero en un momento se termina, y si te comés cinco ya no te va a caer tan bien”.
Pero como casi todas las veces, un adiós final en realidad puede estar camuflando un hasta pronto. Y si bien Cantacuentos se termina como tal, no así la trayectoria de sus miembros. Buscaglia seguirá por su propia línea musical, la “de adultos”, pero no descarta que así como hizo su madre en su momento, otro miembro de Cantacuentos decida armar otra cosa con “todo el bagaje de estos 25 años”, porque las canciones son de todos. “La verdad que sería precioso”, reflexionó.