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Historias de fe: extranjeros que predican sus religiones en Uruguay

Cinco extranjeros radicados en Uruguay relatan sus tradiciones culturales y rituales religiosos en un país donde 40% de sus habitantes reconoce no creer en ninguna religión en particular.

Cinco extranjeros radicados en Uruguay relatan sus tradiciones culturales y rituales religiosos en un país donde 40% de sus habitantes reconoce no creer en ninguna religión en particular.

Hablar de lo propio y lo ajeno en tiempos de globalización resulta -cuando menos- una consigna que exige cierta cautela. La interconectividad entre países del mundo entero hace difícil desandar los límites entre fronteras culturales, lingüísticas, religiosas y civilizadoras, haciendo que la definición de lo propio se vea continuamente afectada por lo ajeno. Mucho se habla del multiculturalismo como una estrategia de integración que busca respetar al máximo cada una de las identidades culturales, es decir, las diferencias idiomáticas, las prácticas religiosas, las costumbres familiares y los hábitos de vida de una comunidad. Pero ¿existe realmente esa integración respetuosa? El antropólogo y docente argentino Néstor García Canclini dice que hay que entender la cultura como parte de un proceso social que surge a partir de la relación entre, por lo menos, dos grupos: nosotros y los otros. Y aunque cada vez más la diversidad es una característica inherente a las sociedades actuales, esta relación se sigue comprendiendo en términos de oposición, al concebirse a uno mismo como la norma frente a otro, que se escapa de la regla.

Entre estas cuestiones de cultura y religión Uruguay acaba resultando un buen terreno para observar cómo se dan algunos de los vínculos entre experiencias y comunidades que muchas veces se perciben como lejanas, en parte porque tradicionalmente se nos asocia con un país de no creencia en el que conviven muchas religiosidades a la vez. Un 40% de los habitantes de nuestro territorio afirma no creer en ninguna religión concreta, 38% dice ser católico (aunque el porcentaje que practica el culto es ínfimo), 10% protestante, y el resto pertenece a otras propuestas religiosas como el budismo, el islam, la fe bahá'i y algunas corrientes que provienen de latitudes más distantes de Medio Oriente.

Para Susana Mangana, directora de la Cátedra de Islam del Instituto de Sociedad de la Universidad Católica, Uruguay es un país abierto que aprecia la libertad en su máxima expresión. "Nadie puede negar que aquí hay libertad para practicar la fe. Ya sea en un templo designado para tales fines o en la privacidad del hogar, las comunidades pueden ejercer su libertad de culto sin oposiciones ni impedimentos. Ahora bien, ¿se comprende el hecho religioso en Uruguay? Este país ha tenido una vigencia de la laicidad de un siglo y esta laicidad muchas veces se ha convertido en laicismo, es decir, una negación del hecho religioso. Una cosa es que la ley respete tus derechos de creer y otra es que la sociedad te acompañe", explica.

Esto que destaca Mangana no hace más que visibilizar una realidad muy frecuente en sociedades democráticas en cuanto a la gestión -o no gestión- de las diversidades religiosas. Si bien la legislación nacional protege la libertad de culto, no existe todavía un marco legal bien constituido que, por ejemplo, avale el respeto a las festividades culturales y religiosas de comunidades que viven al compás de otros calendarios distintos al occidental. Un judío ortodoxo o un testigo de Jehová que quiera celebrar un día conmemorativo de su religión debe negociar con su empleador para tener asueto o con su universidad para reprogramar un examen.

El calendario cristiano universaliza los aniversarios celebrados en Uruguay, contemplando clásicas conmemoraciones como Navidad, Año Nuevo y Pascuas, aunque es cierto que en las últimas décadas ha habido un intento por despojar la sacralidad de algunos contenidos: ya no se habla de Semana Santa o del Día de la Inmaculada Concepción sino de Semana de Turismo y el Día de las Playas. A su vez, las diversidades religiosas necesitan de políticas públicas que las gestionen para guiar ciertas tensiones que necesariamente se hacen visibles en este proceso. "¿Qué pasa con las leyes que se practican en algunos colectivos pero que van en contra del derecho constitucional uruguayo, como en el caso de la poligamia musulmana?", desafía a reflexionar Susana Mangana.

Yousaf, Musya, Kaetsu, Sima y Monika pertenecen a diferentes comunidades religiosas e inmigraron a Uruguay por diferentes motivos. Para entender estos testimonios hay que saber que dentro de un mismo universo religioso existen tantas perspectivas como fieles practicantes y que esa devoción está presente en las costumbres, las creencias y los valores de su vida cotidiana. Parecería ser que en Uruguay la diversidad se vive cada vez con más amplitud y que la diferencia, lejos de ser una amenaza, empieza a entenderse como un componente activo de la sociedad.

Con acento urdu

Yousaf Khan nació en Pakistán y pertenece a la comunidad ahmadía del Islam, un sector muy perseguido por tener creencias diferentes a la mayoría de los musulmanes. Cuando Yousaf llegó a Uruguay en febrero de 2016 con la misión de predicar su religión, se encontró con una comunidad islámica pequeña y fragmentada y una sociedad que el poco conocimiento que tiene de esta religión está vinculado a los conflictos que los medios relatan sobre Medio Oriente. Su primera impresión de los uruguayos fue que son muy curiosos, preguntan y observan cuando lo ven caminar por las calles montevideanas luciendo una clásica túnica pakistaní y un turbante en su cabeza, o cuando su mujer baja a la playa con el hijab -el velo- y una túnica larga hasta las rodillas.

Aquí Yousaf vive con su esposa Sadaf -a quien conoció a través de su madre, encargada de arreglar el matrimonio- y sus dos hijos, Fuoad y Hashem. Además de su rol de misionero, Yousaf enseña árabe e islam los domingos por Zoom, mientras que Sadaf también aporta a la economía familiar con su propio emprendimiento de tatuajes de henna en manos, una tradición que tiene un simbolismo muy importante en las bodas pakistaníes.

El mayor de sus hijos tiene cinco años y va a la escuela pública, donde de a poco aprende a hablar en castellano, ya que puertas adentro de su casa se comunican en urdu. Yousaf está convencido de que para ellos es mejor crecer en un lugar como este porque pueden explorar libremente su identidad, aunque tiene claro que el mayor desafío llegará en la adolescencia de los chicos, en particular por "muchas libertades de Occidente que no existen" en su país de origen.

Una de las principales dificultades a las que se enfrenta cada día para sus prácticas religiosas es que en Uruguay no existe una mezquita. Lo más parecido son los centros de oración llamados musala, ubicados en distintos centros islámicos de Montevideo, a los que se suele acudir para orar en comunidad, especialmente los viernes cuando se realiza el rezo más importante de la semana. También son puntos de reunión en festividades típicas como el Ramadam (conocido como el Mes del Ayuno), celebrado a la novena luna nueva del año en el calendario hijri. Las cinco oraciones diarias que dicta el Corán suele realizarlas en su hogar, siempre junto a una brújula que indica la orientación a la mezquita más grande del mundo, en la ciudad de La Meca.

De dioses y especias

 



La limpieza de la ciudad y el poco tránsito en las calles fueron de las cosas que más llamaron la atención de Monika Mishta en su llegada a Uruguay hace tres años y medio por motivos laborales. Ella viene de la ciudad de Lucknow, en India, donde estudió Ingeniería Informática. Vive en Montevideo con dos amigas extranjeras y mantiene una relación a distancia con su marido estadounidense. En este país encuentra todo lo que necesita para ser feliz: libertad y seguridad, "especialmente para las mujeres", que en pueblos hindúes alejados de la ciudad no pueden salir de sus casas luego de las nueve de la noche. Tampoco pueden usar shorts o bikinis, ni tomar bebidas alcohólicas, costumbres que Monika sí comenzó a adquirir una vez instalada en Uruguay.

De su tierra natal trajo ropa típica, especias para cocinar e imágenes de algunas de sus deidades, Shiva, Shakti y Ganesha (uno de los dioses más adorados del hinduismo, conocido por su imagen con cabeza de elefante y cuerpo humano). En su casa tiene armado un pequeño altar con algunos elementos necesarios para la oración, como unas pequeñas velas que se le hace difícil conseguir en el mercado local. La oración diaria dura cerca de 30 minutos, se debe bañar antes y cubrir la cabeza con un velo como símbolo de respeto hacia Dios. A veces se junta a rezar con su comunidad en la Escuela de Valores Divinos, un ritual que incluye dulces y música. También suelen reunirse para festividades típicas como el nuevo año hindú, que se conmemora en el mes de marzo con el Festival de Holi, popular por sus polvos de colores brillantes arrojados al cielo como símbolo de unión y felicidad.

En épocas festivas de la colectividad, Monika recibe amigos hindúes y uruguayos, decora su casa con luces y velas, prepara degustaciones típicas y viste un clásico traje color rojo con apliques bordados en dorado y un punto en la frente llamado bindi, que representa el tercer ojo y la atracción de energía.

La gastronomía es uno de los elementos más distintivos de su cultura y difiere mucho de las clásicas preparaciones uruguayas. En el norte de la India, de donde proviene Monika, predominan los sabores picantes y especiados con condimentos como cardamomo, pimentón y jengibre. En sus platos típicos hay variedad de verduras y legumbres pero jamás carnes rojas, porque la vaca allí es sagrada.

Predicar con el ejemplo

 



Los pocos recuerdos que tiene Kaetsu Hiroyuk de la vida en su Japón natal son en eternos campos rodeados de cadenas montañosas, vistiendo un kimono liviano y sandalias de madera. Su familia fue una de las tantas enviadas a América Latina por el gobierno japonés, en el marco de un convenio que pretendía restablecer el orden económico tras la crisis que dejó la II Guerra Mundial. Sus padres desembarcaron en una estancia brasileña para plantar arroz y trigo, hasta que se asentaron en el departamento de Artigas.

Por entonces, Kaetsu tenía 10 años y por primera vez asistía a la escuela. El idioma y la comida fueron las dos cosas a las que más le costó adaptarse. Hasta antes de llegar a Uruguay jamás había probado el queso, la leche, la manteca y mucho menos el asado, al que describe como "un montón de huesos arriba del fuego" en su primera impresión. Aunque hoy encuentra en estos alimentos verdaderos manjares y hasta disfruta de tomar mate amargo.

El acercamiento de Kaetsu a la religión se da a una edad más avanzada. Sus padres seguían la doctrina de tenrikyo, más bien por herencia familiar, y una vez instalados en Uruguay conocieron el budismo nichiren del movimiento Soka Gakkai, basado en la idea de que la transformación interior de cada ser humano puede generar cambios positivos en la sociedad y en la promesa de ayudar a los semejantes a activar esa ley en su propia vida.

El culto de esta fe no tiene una figura de adoración ni un templo religioso, sino que se limita a las enseñanzas del gosho, una compilación de escrituras para mejorar, fortalecer y transformar la vida de los fieles. Tampoco existen mandamientos o pecados; todo se basa en la ley de causa y efecto que maneja el concepto kármico: el destino es el efecto de la causa que uno mismo construye en su existencia pasada. "Si hago cosas buenas, recibo algo bueno", dice Kaetsu, aún conservando la tonada japonesa a pesar de vivir en Uruguay hace tantos años.

Su práctica budista básica consiste en la entonación del Nam-myoho-renge-kyo, una especie de mantra con un sonido que se repite una y otra vez para despertar el potencial infinito que cada uno lleva dentro y la capacidad de convertir cualquier situación negativa en una fuente de crecimiento. Esta entonación suele pronunciarla en su casa a veces más de una vez por día, aunque también es tradición reunirse frecuentemente con su comunidad para compartir el recitado y estudiar los principios budistas en el centro cultural que está ubicado en Avenida Italia y Francisco Simón.

A dos calendarios

 



Sima Baher es abogada, escritora y artista plástica. Nació en el norte de Teherán, capital de Irán, y dejó el país antes de la revolución iraní de 1979 que sustituyó la monarquía prooccidental por la República islámica actualmente vigente. No debe resultar extraño, entonces, que su testimonio tenga varios puntos en común con nuestros hábitos.

Como integrante activa de la comunidad de la fe bahá'i -fundada en Persia en el siglo XIX y basada en la revelación progresiva para conocer y adorar a Dios a través de sus mensajeros-, Sima creció con muchas libertades que hoy serían impensadas para una mujer iraní: jamás usó velo y podía vestir jeans, practicar su religión sin grandes restricciones, asistir a clases educativas de su fe y hasta estudiar una carrera universitaria.

Llegó a Uruguay para servir como pionera bahá'i hace casi 40 años. El idioma y la gastronomía fueron grandes desafíos en un principio. Aprendió a hablar castellano de forma autodidacta y debió adaptarse a tradiciones culinarias muy distintas. Hasta hoy se le hace difícil adquirir ciertas hierbas y especias para elaborar platos iraníes como el zereshk polo, una preparación agridulce que se come con arroz y pollo frito o asado, cuyo ingrediente principal es una fruta ácida parecida al arándano que no se consigue en este país. También logra conectar con sus raíces a través de lecturas en farsi o música persa.

Los aniversarios de festividades típicas iraníes y religiosas son una buena excusa para reunirse con su comunidad en Uruguay y recordar tradiciones culturales compartidas. Algunas de las más importantes son la fiesta de Naw-Rúz (el año nuevo que se conmemora con el equinoccio de primavera en el hemisferio norte), la fiesta de los 19 Días (correspondiente a la celebración de cada primer día de los 19 meses del calendario bahá'i) y la fiesta de Ridván (que celebra la revelación de Bahá'u'lláh, fundador de la religión). Para seguir estas fechas, Sima tiene una aplicación en su celular con una agenda especial que se rige por el calendario bahá'i, que se basa a su vez en el solar.

Para quienes practican esta fe el nexo espiritual se fortalece a través de la puesta en acción de enseñanzas divinas; mediante la purificación del ser interior, el servicio al prójimo y el trabajo por la unión de la humanidad. La fe bahá'i, porque no es una religión de rituales; algunas de sus leyes son la oración diaria, el ayuno anual y el matrimonio. Hay muchas oraciones que constituyen los escritos sagrados para distintos fines y ocasiones, aunque hay tres que son obligatorias a partir de los 15 años. Sima es libre de elegir cualquiera de estas tres oraciones que se leen en forma individual y en privado, pero está obligada a recitar una de ellas y de la manera en que lo ha indicado Bahá'u'lláh. Además, existen reuniones de oración comunitaria que en Montevideo se realizan en un centro de culto que nuclea actividades y encuentros devocionales.
Una etapa que tiene mucho significado espiritual en su fe es el Mes del Ayuno, celebrado durante los 19 Días del último mes del calendario bahá'i, en los que debe abstenerse de alimentos sólidos y líquidos desde la salida hasta la puesta de sol.

Mandatos de mujer


En los años 70, un matrimonio estadounidense judío ortodoxo fue enviado a Sudáfrica por su líder espiritual para impulsar el judaísmo con perspectiva cabalista en ese país. Por esas latitudes nació Musya Goldman, quien hasta los 18 años convivió con la naturaleza, los animales salvajes en safaris y la riqueza cultural de las tribus sudafricanas en pleno posapartheid. En Sudáfrica creció hablando inglés y afrikaans (una lengua germánica). Allí, la comunidad judía está "bien organizada" y es bastante más grande que en nuestro país, donde actualmente radican cerca de 12.000 judíos. Eso hace que, en comparación, requiera más esfuerzo mantener algunas de sus costumbres y rituales religiosos, especialmente en lo que tiene que ver con los alimentos kosher y las reuniones de los viernes en la sinagoga, que no son tan multitudinarias.

Antes de instalarse en Uruguay, Musya pasó por Australia, Israel y Nueva York, donde se casó con Mendy Shemtov, un uruguayo que viajó exclusivamente a conocerla. Tras vivir algunos años en una comunidad religiosa en las afueras de la ciudad de Brooklyn, se instalaron definitivamente en Montevideo. Ya han pasado 10 años y cinco hijos desde aquel entonces.

La vida de una judía observante como Musya (para referirse a su práctica, prefiere usar la palabra observante en lugar de ortodoxa) parece ser bastante más libre de la que en el último tiempo se popularizó en contenidos como Poco ortodoxa y Mi vida heterodoxa, de Netflix. Según la protagonista de esta historia, las experiencias que se cuentan allí no son representativas de la mayoría de las colectividades y menos aún de la suya, una comunidad "muy de mundo y moderna", sobre todo en lo que respecta al rol de la mujer en sociedad. Esto no significa que sus "niveles de observancia" sean más flexibles, pero en su vida jamás se sintió oprimida. De adolescente practicó béisbol, básquetbol y cricket; y siempre se interesó por la moda, luciendo prendas actuales y coloridas, aunque respetando las normas que sugiere su religión: antebrazos y rodillas cubiertas, polleras o vestidos en lugar de pantalones, y peluca para cubrir el cabello tanto fuera como dentro del hogar a partir del matrimonio. Pero estas leyes las vive como costumbres que tienen que ver con lo espiritual, siempre partiendo del entendimiento del cuerpo de la mujer como una "joya a la que hay que cuidar". Según la cábala judía, la mujer adquiere otras energías cuando se casa con un hombre. Ella es el recipiente -la que recibe- y el hombre es el que da; un paralelismo que también aplica en la intimidad de la pareja.

Musya pretende transmitir estos mismos valores a su hija de cuatro años, Chana, a pesar de que está creciendo en un contexto muy distinto. Así es que ya está incorporándole el uso de pollera en su vestimenta cotidiana (aunque la ley indica que sea a partir de los 12 años) y la iniciación temprana en ciertos rituales como el encendido de velas en el shabbat o la preparación de la jalá, un pan trenzado, para compartir en la mesa familiar de los viernes a la noche.