El menú de sentimientos que pueden provocar los vestidos de 15 y los de novia es largo. Deben ser de los objetos de moda de los que más se habla. Ya sea porque se mandó a hacer a medida o porque su tela es especial por alguna razón. Porque se compró en un país extranjero, porque fue el que vistió una tatarabuela o porque se decidió sustituirlo por otra prenda. Porque una se animó a romper el código blanco y otra el código de largo. Porque nunca se usó o porque se recicló.
Hay también quienes deciden no tocar el tema por recuerdos que no quieren traer. Cuando pasa la noche de celebración, muchos son guardados en una caja al fondo del armario, algunos son preservados como pieza de museo y otros vueltos a utilizar.
Los rituales, culturas, anécdotas y memorias se ocupan de cargar a esta pieza de un significado enorme y pesado. Eso es lo que le atrae a la artista, docente, curadora y psicóloga Alejandra González Soca, que ha expuesto obras en el Museo Nacional de Artes Visuales, Espacio de Arte Contemporáneo, Museo Juan Manuel Blanes, entre varios otros centros nacionales e internacionales. “La ritualidad es marcar un hito particular en la vida de alguien. Pasa con los cumpleaños de 15 en Uruguay. Este marca un pase simbólico a una nueva etapa de la vida”, comenta la artista sobre su obra Hilo partido, una instalación hecha a partir de vestidos de novia y de 15 que diferentes personas le prestaron para su realización. “El casamiento también, es como un quiebre en el que uno quiere marcar ese evento particular, recordarlo como un momento singular”. La instalación se expuso, por primera vez y solamente por dos días, en la capilla Susana Soca, de la localidad de Soca (Canelones), en marzo del 2014.
Si bien la artista trabaja con instalaciones efímeras y site specific —es decir que sus obras son construidas para un espacio en específico y luego de su exposición se desarman—, Hilo partido se reconstruirá en octubre de este año y se podrá visitar a partir del 25 de octubre en la Bienal de Montevideo. En esta ocasión, la obra, que en su primera edición fue construida con 40 vestidos y midió cinco metros de altura, será reconstruida y exhibida en el Salón de los Pasos Perdidos, en el Palacio Legislativo. Para la reedición de esta obra, Alejandra abrió una convocatoria a través de sus redes sociales en la que invita a cualquiera que tenga un vestido propio o de un familiar, de casamiento o quinceañera, a prestárselo para crear la segunda edición de la instalación. Los vestidos no serán intervenidos de ninguna manera y serán devueltos una vez finalizada la exposición. Ya lleva reunidos 30, y quiere llegar a los 50.
La participación de otras personas es algo que aplica en su práctica artística. ¿Qué es lo que le gusta de eso?
Mis piezas tienen que ver con instaurar la escucha, me gusta mucho conectar con el otro. El mecanismo de la participación permite que en la pieza intervenga la memoria colectiva, así como las memorias afectivas e históricas. Todas esas confluyen en la construcción de la pieza artística. Esta se va cargando de historias de personas de a pie, personas que pueden ser una amiga o vecina. Cada persona tiene su propio acervo y eso me interesa. Ciertos objetos atraviesan a todos y, de alguna manera, alimentan la memoria colectiva.
Alejandra recibe vestidos, de novia y de quinceañera, para la construcción de la segunda edición de Hilo Partido. Foto: Adrián Echeverriaga
¿Cómo surgió la idea de construir Hilo partido?
Mi suegra me dio su vestido de novia en una bolsa, me dijo que hiciera lo que quisiera con él. Es un vestido impresionante. Lo encapsulé en un cuadro con voile. El vestido quedó atrapado y parece un dibujo, sin volumen. Cuando uno se acerca se da cuenta de que es un vestido de verdad. Tiene una gran presencia. Todo aquel que visita mi taller, lo comenta. Me preguntan de quién es, hablan sobre la tela, o cualquier otra cosa. Esas reacciones me hicieron pensar en lo fuerte que es el objeto vestido de novia. Una pieza que, en general, tiene solo unas horas de uso y mucha historia cargada. De alguna manera, conecté el simbolismo de estos vestidos con la capilla y el hecho de que Susana Soca no se casó. Así es que empecé a buscar vestidos de otras mujeres para poder construir la obra especialmente para la capilla Susana Soca. Nombré la obra como Susana nombró uno de sus poemas, que habla sobre la memoria.
¿La capilla Susana Soca tiene algún significado personal para usted?
Sí, de niña recuerdo visitar esa capilla y quedar fascinada con su interior. Me dio la sensación de entrar en un castillo mágico. Tenía plantas crecidas adentro y estaba rodeada de un descampado. La luz que le entraba era increíble. Ese recuerdo me quedó. Por otro lado, el personaje de Susana Soca siempre me interesó. Ella fue mecenas, contribuyó a que muchos artistas uruguayos pudieran tener sus obras traducidas al francés, fundó una revista, no se casó, hablaba varios idiomas y viajó a Rusia. Era muy moderna para su época. Si bien no estoy segura de que haya un parentesco entre ella y la familia de mi abuelo, siempre se habló de Susana en mi familia. Siempre tuve ganas de hacer algo en esa capilla, que no es consagrada, algo también muy interesante.
La segunda edición de Hilo Partido se expondrá en la Bienal de Montevideo, a partir del 25 de octubre.
¿Cómo es el proceso de recibir vestidos ajenos?
La pieza no es solo lo que está a la vista, con sus manchitas del tiempo u olor particular, es mucho más. Lo confirma el hecho de que se arman hasta debates sobre el tema. Hay algunas que tuvieron vestido de quinceañera negro, otras que no tienen vestido de casamiento pero que guardan el de alguna familiar. Yo, por ejemplo, pedí una moto para mis 15. No pedí un vestido ni una fiesta (ríe). Hacer estas convocatorias me implica abrir la escucha a todas las anécdotas detrás de los vestidos y a las elecciones de vida de cada persona. La gente me está prestando una parte de su historia. Es algo muy delicado. El vestido carga, no solo la historia de cuando se usó, sino las historias del antes y el después. No siempre son cuentos de príncipes y princesas. Está cargado de una ilusión, de una idea de construcción a futuro. En los 15, por ejemplo, sería la ilusión de la construcción de una mujer. La primera convocatoria era más incierta que esta, porque era difícil visualizar la obra. En aquel entonces, mostraba bocetos. Con esa primera convocatoria apunté más al ritual de novia, y solo tenía vestidos de eso. En esta convocatoria, para la Bienal de Montevideo, incorporé el ritual de la quinceañera y estoy recibiendo ambos tipos de vestido. Diseñé fundas para proteger cada pieza, las catalogo con los nombres de sus dueñas y los guardo en percheros, en mi taller.
Foto: Adrián Echeverriaga
¿Qué le atrae de los rituales?
La ritualidad es parte de la historia del ser humano y está arraigada a los ciclos naturales. Es marcar un hito particular en la vida de alguien. Pasa con el cumpleaños de 15 en Uruguay. Este marca un pase simbólico a una nueva etapa de la vida. El casamiento también, es como un quiebre en el que uno quiere marcar ese evento particular, se recuerda como un momento singular. Se carga, muchas veces, de expectativas. Y esas expectativas, en general, están depositadas más en la forma de la celebración que en el contenido. Sin sonar muy new age, todos estamos muy conectados. Cuando escucho las historias de las personas que me traen los vestidos, me doy cuenta de que hayas o no usado uno, algo vas a tener para decir sobre los vestidos de novia o de quinceañera.
Foto: Adrián Echeverriaga
¿La obra tiene algún propósito en particular?
El vestido es un objeto que siempre genera fascinación. Quienes visitan mi taller se acercan siempre al perchero para ver los vestidos y comentarlos. Lo mismo sucedió cuando expuse la obra terminada en la capilla hace unos años. Remueven algo en el interior de casi todos. Creo que lo que viene a hacer Hilo partido es enfatizar esa conexión. Invita también a reactivar esa pieza, ese vestido, que está guardado. Invito a sacarlo de donde esté, porque hay que buscarlo y darle otro uso. Se genera también cierta conexión familiar, nietas o hijas les preguntan a sus abuelas o madres dónde tienen su vestido, por ejemplo.
Foto: Adrián Echeverriaga
La pieza fue originalmente pensada para la capilla y ahora se exhibirá en otro lugar. ¿La obra es la misma o es una distinta?
Mis obras, en general, son efímeras y duran unos pocos días en sus lugares de exposición. Cuando me llamaron de la Bienal de Montevideo y me pidieron específicamente esta obra, no podía creer. Hay piezas que por algo vuelven. Esta volvió a mí, sin que lo imaginara. Varios vestidos de la primera edición vuelven para la segunda. La práctica artística es, para mí, una deriva constante. Es algo que se construye constantemente y se retroalimenta. La obra cobra otro significado al ser expuesta en otro lado, pero de alguna manera se conecta con la capilla. Este nuevo lugar, el Salón de los Pasos Perdidos, no es una institución religiosa pero sí una institución orientada a la ley. Allí se legislan normas que rigen la sociedad uruguaya. El Salón de los Pasos Perdidos tiene un lucernario, que hará que la luz sea de nuevo, tal como en la capilla, protagonista de la obra. Esa luz va a pegar en estos cuerpos textiles, blandos, que no son impolutos, no son nuevos. Tienen una vida.
Para prestar el vestido a la artista se puede comunicar al número 096 418 858 o enviar un mensaje a su cuenta de Instagram.