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Los temas que se repiten cada cuatro años

En Chile 1962 la primera canción del mundial hablaba de fiesta y de un mundo unido; 60 años después, pasará exactamente lo mismo.

A fines de marzo, cuando al sorteo de los grupos del Mundial de Catar le faltaban apenas horas, la FIFA presentó Hayya Hayya, la canción oficial del certamen y la primera del soundtrack del torneo. Más allá de la melodía y ritmo pegadizos y la letra plagada de buenos deseos, hay toda una estrategia detrás. Y esa estrategia tiene nombre: FIFA Sounds.

La canción, que en inglés se traduce como Better Together y en español como Mejor juntos, es interpretada por la estrella catarí Aisha, por el nigeriano (aunque nacido en Estados Unidos) Davido y por la estadounidense (aunque de raíces afrolatinas) Trinidad Cardona. Este crisol de razas y culturas cayó como anillo al dedo a las intenciones de la FIFA, hoy tanto ente rector del fútbol mundial como multinacional poderosísima. Kay Madati, su directora comercial, destacó en la web oficial que ese tema, “que reúne voces de América, África y Medio Oriente, simboliza cómo la música y el fútbol pueden unir al mundo”.

Efectivamente, a un arranque étnico que invariablemente lleva al oyente a pensar en desiertos, oasis, beduinos y odaliscas, le sigue un pop más occidental y bailable con influencias de reggae y R&B. Ávidos por acercarse a las nuevas generaciones, se reclutó a Cardona, una artista de 23 años que debe su fama a plataformas virtuales como Spotify y redes sociales como TikTok. La letra de Hayya Hayya gira sobre lo bueno que es estar de fiesta todo el tiempo, de que hay que vivir el presente, de que todo estará bien, que todo estará mejor si estamos juntos y de tener el mundo a los pies. Definitivamente, ni Bob Dylan ni Joaquín Sabina compondrían nunca la canción de un mundial.

FIFA Sounds, presentada en sociedad en enero de 2021 con el objetivo de lograr que el fútbol sea “global, accesible e inclusivo”, persigue una “apertura cultural” a partir del deporte y la música, definidos como “dos lenguajes universales con el poder de evocar emociones incomparables”. Esto puede verse tanto como un objetivo plausible o una blableta soporífera, ya que, sinceramente, sea intuitivo o elaborado, la función de la canción del mundial básicamente siempre ha sido la misma: contagiar, entusiasmar y quedar para siempre vinculada al torneo en cuestión. Algunas lo han logrado más que otras. Otras han quedado en el olvido. Ya se verá qué destino le depara a Hayya Hayya.

Rock chileno y marcha argentina. Antes de la historia, estuvo la prehistoria. Recién en Chile 1962, en la séptima edición de estos torneos, hubo algo que mereció llamarse canción oficial de un mundial de fútbol. No lo hubo, por caso, en el primero de todos, el de Uruguay 1930. Quedó ahí para la historia la presencia de Carlos Gardel en las respectivas concentraciones de los finalistas, Uruguay y Argentina, cantándoles los tangos La uruguayita Lucía e Isla de Flores a los locales y Corrientes y Buenos Aires a los visitantes, como recordó la revista Viva de Clarín el 21 de junio de 2021. Claro, no era una época para la que se buscara una canción que ensalzara el espíritu deportivo o la unión de los pueblos; de hecho, en la final, que ganó Uruguay 4 a 2, se mataron a patadas.

Tampoco hubo canciones en Italia 1934 y Francia 1938, en una Europa donde la guerra era inminente. En Brasil 1950 las crónicas recuerdan dos canciones muy repetidas, tremendamente nacionalistas, en ese país: O Brasil Há De Ganhar, una samba compuesta por Ary Barroso, y Marcha Do Scratch Brasileiro, de Lamartine Babo. El último de ellos era también una oda al colosal estadio Maracaná de Río de Janeiro, construido para el torneo. Claro que la victoria uruguaya, la transformación de Maracaná en Maracanazo, sepultó todos los aires triunfalistas que estas tenían. En Suiza 1954 y Suecia 1958 no hay registros de nada parecido.

En 1962, los pioneros chilenos del rock and roll The Ramblers presentaron El rock del mundial. Hoy suena inocente, pero hay un aire a Elvis Presley y Chuck Berry en el tema, que lo ha hecho envejecer con gran dignidad, en épocas en que las canciones de The Beatles no habían desembarcado todavía en Sudamérica. Ya por entonces, cuando la FIFA era más humilde y no quería hablar de “sounds” ni rarezas de ese tipo, la letra habla de “fiesta universal”, de deporte y de baile. El estribillo hoy enternece por la candidez: “Tómala, métete, remata/ Gol, gol de Chile/ Un sonoro C-H-I/ Y bailemos rock and roll”.

La primera canción de un mundial, 60 años atrás, ya resumía —sin marketing ni sounds ni nada— el espíritu de la competencia: “Y aunque sea en la derrota bailaremos rock and roll”. Fue un éxito, sobre todo en su país, donde el single lleva vendidos dos millones de copias.

Cuatro años después, en Inglaterra 1966, el rock se había hecho adulto y tenía a sus mejores cultores en ese mismísimo lugar. Sin embargo, fue un cantante de skiffle, el escocés Lonnie Donegan, un tipo que había sido muy influyente en John Lennon y otros, el designado para ponerle la voz a esa canción que cada cuatro años suena en la ceremonia de apertura, de clausura y prácticamente en cualquier lado, durante un mes, con una frecuencia irritante. La canción se llamó World Cup Willie y, en realidad, era una melodía dedicada al leoncito Willie, la primera mascota oficial de la historia de los mundiales. La canción, más de tabernas que de estadios, pasó desapercibida.

La ranchera Fútbol México 70, obviamente de México 1970, y la World Cup Fanfare, una fanfarria compuesta por Werner Drexler para Alemania 1974, ya comenzaban a marcar coincidencias y diferencias. Entre las primeras era la poca o nula originalidad de los títulos de los temas oficiales; las segundas reflejaban cómo se pasaba de un tema solo, bueno o malo pero único y con la idea de siempre (bienvenidos al país, que gane el mejor, cantemos y bailemos todo juntos, el mundo es hermoso, etcétera) a la variedad de ofertas. La fanfarria era tan épica y estruendosa que buena parte de los hinchas prefirieron otros temas popularizados para la ocasión, como Fussball Ist Unser Leben (El fútbol es nuestra vida), cantada por la selección local, o la rarísima Futbol (sí, así), de la polaca Maryla Rodowicz.

Una muestra de la diversidad, todavía acotada, ocurrió cuatro años después, en Argentina 1978. El mundialmente reconocido Ennio Morricone dejó la música de westerns para componer la marcha oficial El Mundial (otra vez), con sintetizadores, instrumentos de viento, una melodía muy sencilla que se pega fácil y una letra mínima: “Argentina, aquí el Mundial”. Sin embargo, enganchó más —y se transmitió mucho más— la (mal) denominada Marcha Oficial del Mundial 78, con su recordado arranque: “Veinticinco millones de argentinos/ jugaremos el mundial…”. Claro que, pasado el tiempo, cualquiera de estos dos temas —uno demasiado futurista, otro inocultablemente castrense— tienen la misma connotación y generan la misma agria sensación: fue un mundial realizado bajo una sangrienta dictadura militar.

El verano italiano y una copa francesa. La voz de España 1982 fue la de Plácido Domingo. Por más que se trate de eventos ecuménicos, el anfitrión es (o suele ser) uno solo. Entonces, ese año la canción El Mundial (y dale…) fue un alegre pasodoble con referencias a la fiesta, a la alegría, al deporte y a España. Seguramente jamás un tema de estos tuvo a un mejor intérprete que el madrileño. Sin embargo, más allá de haber sido utilizada para algún repertorio de los conjuntos carnavaleros uruguayos, la melodía ya se quedó en la noche de los tiempos.

En México 1986 pasó algo similar al Mundial de Argentina. En busca de una mayor globalidad, se pretendió que A Special Kind Of Hero, en la voz de la inglesa Stephanie Lawrence, un pop lento, épico y europeo por donde se lo escuchara, fuera la canción oficial de un mundial en un país latino. Pasó lo obvio: el grueso del público la ignoró completamente y adoptó la mucho más adecuada El mundo unido por un balón, compuesto por el chileno Juan Carlos Abara, con todos y cada uno de los clichés de este tipo de temas, que sólidamente seguían funcionando.

Por cosas que la razón no explica pero el corazón entiende, otro tema también pop, marcadamente europop, compuesto por Giorgio Moroder, quedó marcado como “la” canción mundialista para los cuarentaypico de hoy. Originalmente, la de Italia 1990 se llamó To Be Number One; pero fue su versión en italiano, Un’estate italiana, la que perduró hasta el presente. ¿Será la interpretación exagerada de Edoardo Benatto y Gianna Nannini? Vaya uno a saber, pero suenan las primeras notas de la guitarra y aún se siente la emoción. Ni que hablar cuando se escucha el estribillo: “Notti magiche/ Inseguendo un goal. / Sotto il cielo / di un’estate italiana”. Traducida a todos los idiomas, con la castellana Un verano italiano no pasó nada.

Y si la sensibilidad pop europea impregnaba la canción de Italia 1990, la de Estados Unidos 1994 desbordaba patriotismo (pop) norteamericano. Quizá por eso, más allá del disfrutable coro góspel, Gloryland estaba condenada a generar antipatía. Darryl Hall, del dúo Hall & Oates, fue el olvidable cantante. Sin embargo, tal vez por realizarse en un país donde todo parece tener un filo comercial, el de Estados Unidos fue el primer mundial en el que la FIFA editó un disco a modo de banda sonora. Es desde entonces que We Are The Champions, que es un éxito de Queen, una banda inglesa a la que el fútbol nunca le movió un pelo, que había sido editado en 1977, está ligada a los grandes eventos deportivos.

Darryl Hall era una figura que ya había dado lo mejor en 1994. Por el contrario, el puertorriqueño Ricky Martin estaba por conquistar el mundo allá por 1998. Mucho ayudó para eso The Cup Of Life, La copa de la vida, el tema oficial del Mundial de Francia de ese año, y su allez, allez, allez. La sensualidad bailable latina llegaba al fútbol, en una canción que además encajaba perfectamente en el repertorio habitual del ex-Menudo. Compositores pesados como Desmond Child y Robi Rosa estuvieron detrás de la canción, que ya tenía que tener, además de las arengas y los mensajes bienintencionados de rigor, éxito comercial.

El nuevo siglo. Por este lado del mundo, el Mundial de Corea y Japón 2002 pasó sin pena ni gloria. Puede ser porque fue en las antípodas, con partidos en la madrugada uruguaya, sumado a una eliminación temprana de la celeste. Quizá por eso, Boom, de Anastacia —una norteamericana que tuvo más suceso en Europa y Australia que en su país—, la primera canción oficial de un mundial en el siglo XXI, quedó bastante en el olvido. De hecho, salvo en Bélgica, el tema pasó casi desapercibido. Sus declaraciones al tabloide británico The Sun, en las que admitía que no le gustaba ni entendía el soccer, tampoco ayudaron.

Una cosa es cierta: en este siglo las letras de las canciones oficiales tienen apenas pequeñas alusiones concretas al deporte que las convoca. A veces, directamente, no las tenían.

El cuarteto Il Divo y la diva del R&B Toni Braxton le pusieron el alma a The Times Of Our Lives, la canción oficial de Alemania 2006. El espíritu festivo dejó paso a un crossover entre el pop, el blues y la música clásica, que tan en boga estuvo en esos años. Las ideas base de lucha-pasión-unión-gloria seguían presentes, pero no se invitaba a nadie a bailar. Quizá por eso no repitieron la idea.

El ritmo, el baile, la sensualidad y el éxito comercial volvieron en Sudáfrica 2010 con Waka Waka. Solo siendo muy generosos se podía asociar a la colombiana Shakira con el continente africano, al que se pretendía homenajear. Por eso se apeló a la participación del grupo sudafricano de fusión Freshlyground y a los versos tradicionales de la Zangalewa del folklore Camerún. El tema —que no tiene una alusión directa al fútbol, ni melosidades sobre la necesidad de estar unidos y sí la idea de enfrentar “la única justa de las batallas”— fue un suceso internacional para la cantante y un buen negocio para la FIFA, que logró vender 15 millones de copias del single, siendo el más lucrativo de toda esta lista. También el amor triunfó, porque poco después Shakira y el defensor español Gerard Piqué —campeón del mundo en este torneo— se convirtieron en pareja. La buena actuación de Uruguay ayudó a que por acá se siga recordando con cariño el meneo de caderas de la caribeña.

A ritmo de samba se intentó presentar We Are One (Ole Ola) para Brasil 2014. Eso al menos hasta que Pitbull y Jennifer Lopez se encargaran de arruinarlo, por más esfuerzos que la cantante axé Claudia Leitte y los percusionistas de Olodum pusieran para que se notara dónde se estaba jugando el mundial. Pareció poco por tratarse de un torneo disputado en un país donde si algo sobra es sensibilidad musical.

No se puede decir que desde Rusia hayan salido muchos intérpretes que hayan pisado fuerte en el mercado occidental. Solo por eso puede entenderse que para Live It Up, la canción oficial del mundial disputado en ese país en 2018, el último hasta el momento, hayan tenido que apelar al trapero puertorriqueño Nicky Jam, al rapero estadounidense Will Smith (más conocido como actor y ahora aún más conocido por haberle dado un sopapo al cómico Chris Rock en plena ceremonia de los Oscar) y —porque algo étnico había que incluir— a la albano-kosovar Era Istrefi. Perduran sus “ooohs” de arranque y poca cosa más. Mucho más querible por aquí fue United By Love, otro corte del disco oficial del certamen, con su letra en inglés, ruso e inglés, sus arreglos rítmicos de candombe, su videoclip con imágenes del Cerro y la voz de la uruguaya Natalia Oreiro, toda una estrella en Rusia.

En la coctelera se pusieron los ingredientes habituales: vivir la vida, celebrar, disfrutar todos juntos y un ritmo de moda que invite a mover los pies. Así fue entonces, así será en Catar y así fue en Chile, hace 60 años.

VERSIÓN URUGUAY, COPA AMÉRICA 1995

A escala, Uruguay tuvo su propia canción oficial en la Copa América celebrada en el país en 1995. El creativo Atilio Pérez da Cunha, Macunaíma, de la agencia McCann Erickson, pensó en Carlos Pájaro Canzani, un cantautor uruguayo que llevaba mucho tiempo radicado en París, para el tema oficial del evento. Fue en 1994. Poco tiempo antes un equipo de la agencia, en una escala por París previo a participar en un evento de publicidad en Cannes, se había enterado de que el músico, cultor de la world music, estaba preparando nuevo material.

“Yo en ese momento tenía un pequeño estudio en París donde estaba preparando los demos para el que sería mi disco Rock latino. Tenía una canción que se llamaba Rocanroleando y el estribillo decía ‘Rocanroleando, rock en Latinoamérica’. Justo estaba trabajando en esa canción cuando me llama Macunaíma. Le dije que me interesaba, él me tiró un par de líneas, que había que aludir a la hermandad latina y que Estados Unidos participaba como invitado, y mientras hablábamos estaba cambiando la letra. Esa misma noche hice el bosquejo, cambié Rocanroleando por Todos goleando, la envié y me dijeron: ‘es esta’”, recuerda a Galería.

Todos goleando fue grabada en el estudio Davout, el mismo por el que pasaban David Bowie y Prince. Además de ser la canción oficial de la Copa América 1995, también fue parte de Rock latino, un exitoso disco de Canzani que incluía Chibidón y una versión en español de Satisfaction. Justamente, el hecho de que fuera un rock y no un candombe o una murga hizo que algunos puristas la escucharan a regañadientes —de hecho, en el programa Deporte Total que se emitía por Canal 10 preferían una canción de Los Ocho de Momo—, pero se terminó imponiendo. Ayudó también que Uruguay se clasificó campeón.

“Yo jugué al fútbol en Fray Bentos, en el baby y de adulto. Lo hice hasta que me lesioné y participé en el Segundo Concurso Nacional de la Música y la Canción Beat que se celebró en Salto, en 1971, donde gané como solista y fue el inicio de mi carrera musical”, recuerda el músico. “Y creo que el que hace estas canciones tiene que conocer de fútbol, saber transmitir lo que pasa en el deporte. Tiene que ser algo fuerte, emotivo, transmitir entusiasmo y que los medios la asocien al evento. Tuvimos suerte, porque el Enzo (Francescoli), con quien me hice amigo cuando jugó en Francia, me decía que la canción los motivaba”.

VERSIÓN URUGUAY (II), EL MUNDIALITO DE 1980

La Copa de Oro de Campeones Mundiales, torneo que se desarrolló en Montevideo entre 1980 y 1981, tuvo su canción oficial. Era una marcha militar que arrancaba con “Bajo un sol y nueve franjas” y terminaba con “amistad, paz y libertad”, dolorosa ironía al estar el país bajo una dictadura. Pese a que era muy transmitido, el tema no pegaba. Un día, Alberto Beto Triunfo, quien era un jinglista reconocido, se cruzó con Alfredo Leyrós, del sello Variety, que estaba vinculado al Canal 4, y el relator Víctor Hugo Morales. “Me dijeron que escribiera una canción de aliento. Me junté con Roberto Da Silva y compusimos Te queremos ver campeón allá por agosto o setiembre del 80. Víctor Hugo le empezó a dar manija en su programa Hora 25 y comenzó a prender en la gente”, cuenta el compositor a Galería. “Cuando lo tomó la gente para sí, ya no había más que hacer”.

Para Triunfo, esa canción —que era mucho más un aliento a la selección local que un llamado a la unidad detrás de una pelota de fútbol— perduró “porque la celeste ganó, si no, no la recordaba nadie”. Más analítico, dice que si bien el formato es una canción, apelar a la emotividad desde el arranque y tener un estribillo “muy simple, como un jingle”, fueron los ingredientes infalibles. La ocasión también ayudó: “En ese momento, en la dictadura no se podía decir nada, entonces el estribillo era un grito de guerra”.

El tema fue un éxito tal que siguió acompañando las aventuras futbolísticas de la celeste mucho después del Mundialito. En 2013, Da Silva y Triunfo denunciaron a la española Rosana a la que acusaron de plagiar Te queremos ver campeón en Soñaré. La Justicia, finalmente, no dio lugar a ese reclamo.