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Ghosting, orbiting, curving y otras formas de violencia pasiva en los vínculos digitales
Propiciada por los tiempos digitales, el ghosting, catalogada como una de las prácticas más evidentes de violencia pasiva en los vínculos, es la cumbre de toda una pirámide de formas de relacionamiento también dañinas que empiezan a tener nombre propio: orbiting, breadcrumbing y curving son algunas de ellas
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Claudia llegó al punto de tener que preguntar si del otro lado había un robot o un humano. No había historia que subiera que no recibiera los fueguitos, o caras con ojos de corazón, o aplausos de parte de Facundo. Reacciones, como se le llama a la función de Instagram que permite de forma rápida expresar algo con respecto a la publicación que se está viendo de otra persona. Claudia y Facundo se habían visto unas seis veces, pero ya hacía un tiempo desde que el vínculo se había reducido prácticamente al envío unidireccional de reacciones de Facundo. ¿Cómo estás?, ¿qué es de tu vida?, aprovechaba ella tras cada fueguito o “100” para ver si lograba algo más de esa catarata de dibujos salidos de un toquecito a la pantalla con el dedo pulgar. “Me colgué, disculpá”, le respondía él a los dos días. El intercambio entre los emojis de Facundo, las palabras de Claudia y las respuestas intermitentes que recibía siguió hasta que ella le hizo la pregunta: “¿Me vas a seguir mandando reacciones como un bot o vamos a hablar como dos personas?”. “Visto” es lo último que hoy figura en la conversación entre ambos.
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Ya había sido víctima de ghosting con Hernán, otro chico, cuando al día siguiente de una agradable salida en la que él le propuso verse de nuevo, dedujo que no habría próxima vez cuando la bloqueó de WhatsApp, de Instagram y hasta de la app de citas. Pero esto era nuevo. Diferente. Más sutil aunque también irrespetuoso, insensato.
Propiciada por los tiempos digitales, el ghosting (desaparecer por completo cual fantasma sin dar ninguna explicación) es catalogada como una de las prácticas más evidentes de violencia pasiva en los vínculos. Pero es, tal vez, la cumbre de toda una pirámide de formas de relacionamiento también dañinas que entre redes sociales, WhatsApp y apps de citas se han vuelto más frecuentes y legitimadas que nunca.
En entrevista con Galería el mes pasado, la sexóloga argentina Cecilia Ce se refería a este fenómeno: “Creo que las redes sociales nos están haciendo mucho mal. La tecnología nos construye como identidad y si te ponés a analizar cómo se construyen las plataformas, cada vez van más en contra del diálogo (...). La forma de comunicarse es mandar una reacción. Eso es la comunicación, es tremendo. No sabés qué hacer cuando te llega una reacción”.
Pero hay una corriente que fluye en sentido contrario y que, ávida de alentar la empatía, el cariño y respeto en los vínculos —sean casuales o no— empieza a detectar con precisión y detalle cada una de estas maneras de actuar y, para que no queden dudas, comienza a ponerles nombres. El ghosting, entonces, pasó a ser uno más entre otros términos que se están utilizando para describir comportamientos en el mundo del flirteo y las relaciones afectivas, como orbiting, breadcrumbing y curving. Ahora, con nombre propio, es posible detectar, visibilizar y hablar acerca de cada uno de estos comportamientos.
Primero, un breve glosario:
Ghosting. A esta altura viejo y conocido, al ghosting casi no hace falta definirlo. Se trata de una práctica en la que en el marco de una relación, que puede ser o no amorosa, o casual, una de las partes corta la comunicación por completo —generalmente, mediante el bloqueo— sin previo aviso ni explicación.
Orbiting. Es una especie de reencarnación del ghosting. Como la propia palabra lo dice, las personas que orbitan son aquellas que pese a no continuar el vínculo, ponen “me gusta” a cada publicación, miran y reaccionan —incluso con algún corazón— a cada historia; es decir, se mantienen lo suficientemente cerca para que no los pierdas de vista, pero no tanto como para tener que iniciar una conversación o dar cualquier paso más allá de esas confusas señales.
Breadcrumbing. Expertos en dar migajas emocionales, las personas que tienen estos comportamientos suelen mantenerse en contacto virtualmente a través de mensajes amables y hasta afectuosos, con la frecuencia justa y necesaria para que del otro lado no se entienda que está todo perdido, pero tampoco que la relación irá más allá. Mantienen viva la llama para que la otra parte no pierda la esperanza, aún sabiendo que no está en los planes dar otro paso en el vínculo. ¿Cómo identificarlos? Se presta para conversar vía mensajes, pero siempre tiene alguna excusa a la hora de concretar un encuentro; sus actos no condicen con sus palabras; muy cada tanto, aparecen para reforzar el vínculo con alguna iniciativa interesante y así mantienen a la otra parte emocionalmente enganchada. Y, acto seguido, otro paso hacia atrás.
Curving. La persona en cuestión puede no tener para nada claras sus intenciones con quien está del otro lado de la pantalla; o sí, tal vez ya tenga muy claro que no irá por ahí. Lo último que haría, sin embargo, sería decírselo. Mejor —para uno mismo, nunca para el otro— dejar que la cosa se diluya. Entonces, en lugar de comunicar el desinterés de forma clara y transparente, demoran en responder los mensajes, bajan progresivamente la extensión de sus respuestas y también acuden a las excusas a la hora de concretar una salida.
Tercerización del vínculo. Detectar estas formas de relacionamiento puede ser útil a la hora de decidir tomar distancia de estas personas o afrontarlas. Pero más allá de que cada una tenga sus particularidades, lo cierto es que la raíz es la misma y que están muy emparentadas entre sí. La psicóloga Silvana Sottolano lo explica claramente: la tecnología es el elemento que propicia todos esos comportamientos y eso no es casualidad. Las redes sociales o de mensajería, en estos casos, parecen oficiar de “tercerizadoras de los vínculos”. “El tema acá es que la red social o plataforma, terceriza un vínculo que antes se daba a nivel dual, con todo lo que eso implica”. La red social o plataforma habilita; aparece como un tercero en el vínculo que escuda todo este tipo de conductas y entonces, no parece haber responsables. “La tercerización hace que haya otro responsable que no soy yo. Si desaparezco, desaparezco solo frente a la red. Si a ti te mandan un mensaje y no contestás, no sentís que estás desapareciendo, pero no contestar es algo que nunca harías si te encontrás en la calle con alguien”.
La tecnología, por cómo se construye y evoluciona, alienta cada vez más ese tipo de conductas. Esto, según el psicólogo y especialista en tecnología y redes sociales Roberto Balaguer, también tiene una explicación: entre amigos, personas del día a día y los cada vez más contactos virtuales, los seres humanos están viviendo una era de saturación de vínculos. “Las redes sociales y posibilidades de interacciones virtuales han multiplicado por varias veces nuestro número habitual de personas con las que solíamos interactuar. Hasta el teléfono era llevable porque era uno a uno”. Las tecnologías actuales permiten una interacción masiva y en simultáneo que “nos complica socialmente”. Según Balaguer, hay un quantum de energía social que una persona puede —física y mentalmente— destinar, y su distribución en más cantidad de gente irá entonces en desmedro de la calidad. “Es una ley casi física, eso pasa”, explica Balaguer.
Todo esto lleva a que las personas actúen de forma dañina o menos responsable con los demás casi que inconscientemente. Asociada a la idea de que “un vínculo pasa a ser de a tres” cuando hay tecnología en el medio, Sottolano considera que al orbitar, ghostear o “dar migajas” al otro desde la distancia propia de las pantallas, hay una gran chance de perder la empatía. “Desaparecés sin sentir que se lo hacés al otro, quedás encubierto detrás de una red social que te protege. Es increíble, porque se hace con una impunidad que en otras situaciones la persona sería incapaz de hacerlo. No sentís que dejás al otro varado”.
Hay una cuota de inconsciencia, aunque también una tendencia a actuar de forma individualista y narcisista. Una reacción en las redes, como un fuego o un corazón, puede ser visto como un juego de seducción. Lo mismo, por ejemplo, con las demoras para dar respuestas. Para Sottolano, “está sobrevaluada la seducción”. “Se dilatan tiempos que se pueden manejar, dejás pasar tiempo para responder, aparece la especulación, y de alguna manera empodera al que no contesta. Soy yo el que veo cuándo respondo, y el otro a merced de. Hay un destrato de la relación”. A partir de su experiencia en el consultorio, Sottolano apunta que son los hombres quienes tienen más frecuentemente este tipo de conductas. Clavar el visto, demorar en responder mensajes a propósito para que el vínculo se diluya o enviar señales imprecisas por las redes sin dialogar son formas de evitar cualquier situación que para uno mismo pueda ser incómoda o complicada, o que implique algún esfuerzo en medio de esa saturación. “En realidad, ignorar es de las cosas más duras, entonces a esta generación capaz se le hace muy duro enfrentarlo, decirlo. Pero ignorar es antagónico con el amor y el cariño, es la desconsideración del otro, y eso creo que no está presente, porque no hay consciencia del daño que puede tener todo esto. Se piensa desde un lado mucho más narcisista”, agrega Balaguer. Con la tecnología como habilitadora, las personas se sienten con el derecho de preservarse perdiendo de vista que del otro lado hay un otro que requiere de cuidado, respeto y empatía. “Aunque sea mucho mejor decir que no querés ver más al otro que ignorar, no se piensa en esa posibilidad”.
Llenar el vacío. Quien ignora o aplica alguno de estos comportamientos puede perfectamente creer que está en lo correcto. Que está haciendo lo mejor que puede, y que es menos dañino para el otro desaparecer que manifestarle lisa y llanamente su desinterés. En el fondo, sin embargo, son formas de vincularse “que terminan siendo supernocivas”, apunta el psicólogo Juan Pablo Cibils, autor del libro Adolesienten. “Se habla de responsabilidad afectiva, amabilidad y respeto y después te encontrás también con gente que cree que ghostear es una forma de contactarse hoy, que no hay que dramatizar mucho. Pero sí son situaciones para dramatizar, no es exagerado decir que vincularse de esta manera es dañino con el otro”. Agrega que “no dar una respuesta, no atender más el teléfono son conductas que no son de ahora, pero desde las redes se ha generado el terreno fértil para que algunos usuarios puedan escudarse en eso. Y esto produce en el otro una sensación de incomodidad, de no saber qué pasó, de seguir buscando una respuesta”.
Sí, buscará respuestas, donde quiera que estén. Porque hasta el silencio es comunicación. Y donde haya un aparente vacío comunicativo, el ser humano, solito, se encargará de llenarlo. O sea que cada ghosteo, cada seguidilla de reacciones a las historias sin mediar palabras, cada like, cada demora en responder será interpretada de alguna manera por su receptor. Y en ese esfuerzo interpretativo seguramente aparezca la incertidumbre. A esto se refiere Sottolano, quien asegura que la humanidad —más ahora, habiendo vivido una pandemia— está agotada de la incertidumbre: “Se normalizó un estilo de funcionamiento que genera en el otro la interpretación en la incertidumbre. Necesariamente los seres humanos necesitamos llenar con información, entonces pensás ‘no le gusto, se enamoró de otra’. Lo llenamos con una cantidad de información que refleja más lo que nos pasa internamente que la realidad”.
Los especialistas sostienen que toda esta cantidad de comportamientos y formas de relacionarse se potenciaron con la pandemia. Las plataformas cambian y habilitan nuevas y no tan buenas formas de comunicarse. Pero el ser humano sigue siendo el mismo; con sus miedos, necesidades de cariño, frustraciones. Y necesita de la mirada del otro. “Necesitamos mirarnos a los ojos, volver a cruzarnos con una persona y decirle ‘que pases lindo’ sin miedo a que vaya a desaparecer”, dice Sottolano. Coincide Cibils: “Deberíamos apuntar a recuperar la formar de interactuar con un otro, de conocer a otros, sin caer en el romanticismo de ‘ir a la plaza a encontrarse’ pero sí de valorar el encuentro cara a cara, el estar presente, porque finalmente lo que de verdad humaniza es cuando socializamos, y esto se da en cercanía con un otro”. Sottolano piensa que ahora estamos en un momento de crisis, pero visualiza cierto retorno hacia una mayor franqueza en los vínculos. No hay recetas, pero sí una certeza, agrega la psicóloga. La sinceridad, de la mano del respeto y el sentido común, siempre conducirá hacia buenos lugares.
Diferencias generacionales
El psicólogo y experto en tecnología y redes sociales Roberto Balaguer suele exponer a los alumnos de talleres a ciertas situaciones. Una de ellas le permitió concluir que cuanto más joven es una persona, más proclive es a descartar un mensaje que no le interesa sin dar una respuesta. “Si recibís una información que no te gusta o no te interesa, ¿qué harías vos? Las generaciones más jóvenes plantean: “Elimino el mail, o mensaje, y eso nunca pasó”. Y los plus 40 no se lo plantean, para la gente más adulta es inentendible”, sostiene.