La aparición del coronavirus obligó a cancelar viajes, fiestas, emprendimientos y proyectos en el exterior; después del duelo siempre queda un aprendizaje
La aparición del coronavirus obligó a cancelar viajes, fiestas, emprendimientos y proyectos en el exterior; después del duelo siempre queda un aprendizaje
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá"La salud se mide en proyectos, entonces si vos tenés planes sos una persona saludable, que le da sentido a su vida", asegura el psicólogo y autor Alejandro De Barbieri. "Pero, por otro lado, cuantas más expectativas tenés, más te frustrás". Probablemente la segunda parte de la oración, la de las frustraciones, resuene entre varios de los lectores. Es que si hay algo que caracteriza a este 2020 son los planes fallidos, desde los más pequeños hasta los más ambiciosos.
Negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Estas son las conocidas etapas del duelo -que las descubrió Elisabeth Kübler-Ross en una investigación con pacientes terminales-, pero que, según De Barbieri, también se pueden aplicar a cualquier "herida narcisista" como lo son los planes cancelados. "Transitar las etapas te ayuda a procesarlo mejor. Así que duelo es una buena palabra para estos casos, pero hacemos un duelo porque nos involucramos, porque nos importa, entonces el duelo te hace ver lo que es querer", explica. Y son varios los que tuvieron que atravesar esos duelos. Que la vida es impredecible ya lo sabemos, pero la pandemia confirmó cuáles son las cosas que escapan al control de todos.
La boda cancelada. En 2018 Jessica y Bruno decidieron casarse y desde ese entonces esperaban el momento de la fiesta con gran ilusión. Habían ahorrado durante dos años y recibido ayuda de sus familias para celebrar tal cual ellos querían: primero pasarían por la iglesia, decorada con flores frescas, y luego la fiesta sería en una chacra, con unos 250 invitados.
Sobre la fecha, el 14 de marzo, varios les fueron comunicando que no iban a poder ir. Algunos habían estado en Europa, otros no lo encontraban prudente; sin embargo, el casamiento seguía en pie, aunque para evitar que se fueran los invitados más temprano no descartaban hacer la fiesta de corrido, en lugar de en dos partes -con la cena en el medio- como habían planeado originalmente.
Lo que sí accedieron fue a cancelar la luna de miel en Estados Unidos. Tenían planeado visitar Miami, donde verían el US Open -Bruno es fanático del tenis-, y Nueva York. Pero como él tiene pasaporte europeo y justamente ese continente estaba siendo violentamente azotado por el virus, las chances de que lo dejaran entrar a Estados Unidos eran bajas. Consideraron cambiar el destino a Brasil, pero finalmente en la agencia de viajes les recomendaron que se quedaran en Uruguay. Costaba renunciar al plan de la luna de miel, pero no tenían otra opción.
Al otro día de la conferencia de Luis Lacalle Pou, en la mañana del 14 de marzo le comunicaron a quien les organizaba la fiesta en Lacrosse que algunos invitados no iban a ir, para que lo tuvieran en cuenta a la hora de servir las mesas. Ya circulaba la información de cómo un casamiento se había transformado en el epicentro de la pandemia en Uruguay, pero faltando tan poco tiempo para la fiesta los novios no se planteaban cancelar la boda.
Sobre el mediodía Jessica ya estaba peinada y maquillada, con los ruleros colocados para mantener el pelo intacto. Tenía en su mano una valija y estaba lista para salir al hotel donde pensaba vestirse cuando le entró una llamada. "Alfredo, quien tenía la concesión del salón, nos dijo que no iba a hacer la fiesta, que su nombre estaba en juego. Cuando nos dijo eso puse el celular en altavoz, se lo di a Bruno y colapsé", recuerda con tristeza Jessica. "Nos agarró supervulnerables. Yo le dije que entendía, que era algo que escapaba a los dos, pero fue un momento bastante triste", agrega el novio.
Los instantes que siguieron fueron caóticos. "Bruno colapsó, no reaccionaba, pero por suerte nunca entramos en crisis al mismo tiempo. Yo me puse ejecutiva y empecé a llamar a todo el mundo", cuenta Jessica. Los invitados entendían la decisión -incluso recibió un mensaje de un médico del Sinae felicitándola- y le decían que cuando pudieran festejar lo harían con aún más entusiasmo. Reconocen que si hay algo positivo que les dejó la situación es eso: entender que la importancia está en compartir su alegría con los seres queridos y que, en definitiva, el resto son detalles.
Pero las cosas se complicaron aún más cuando el organizador les pidió que le enviaran un mensaje de texto dejando por escrito que la fiesta se cancelaba de común acuerdo y él respondió que se comprometía a hacer el festejo, tal cual lo tenían pautado, en una fecha futura. "Ese mensaje casi nos cuesta el divorcio a tres días de casarnos por civil", dice Jessica bromeando, porque luego resultó que el organizador no cumplió con su palabra: dejó de tener la concesión de Lacrosse y ya no puede organizarles la fiesta allí y tampoco accede a devolverles el dinero, que ya había sido abonado en su totalidad. Otros proveedores, como la peluquera, la maquilladora, el fotógrafo y las decoradoras se solidarizaron con su situación y les aseguraron que no volverían a cobrarles.
"Entendemos que no se murió nadie, que en nuestro entorno hay personas que la están pasando peor, pero por otro lado hace dos años que veníamos ahorrando, preparando todo, eligiendo las cosas, pensando en el casamiento, con ganas de festejar. Mi mamá falleció y sabía que iba a ser duro que no estuviera, pero también el resto de la familia quería festejar igual. Entonces, es triste, es feo, si lo pienso me pongo mal de vuelta", dice Jessica. La pareja presentó una denuncia en la oficina de Defensa al Consumidor y están iniciando acciones legales.
Jessica y Bruno empezaron a planear su casamiento en 2018. Tenían todo listo para festejar el 14 de marzo, pero ese mismo día, al mediodía, el organizador les pidió que cancelaran la ceremonia. También tuvieron que postergar su luna de miel.
Más cerca de lo humano. Cuando se desató la pandemia el negocio de Sandra Candales, wedding planner y directora de la chacra y salón de fiestas Villa Domus, se vio profundamente afectado. Desde el primer momento tuvo claro que durante meses su espacio iba a quedar inactivo y que iba a ser un golpe económico importante. Pero enseguida pensó en los novios y en las quinceañeras, que al menos por un tiempo se quedaban sin su fiesta o que tendrían que celebrar con protocolos estrictos (se ha discutido la posibilidad de prohibir la pista de baile, aunque aún no está definido).
Por eso decidió dar talleres gratuitos vía Instagram, aconsejando a quienes tenían planeado festejar qué hacer con este tiempo extra para sacar algo bueno de la situación. "Yo siempre trato de buscar el aspecto positivo de las cosas y les digo, por ejemplo, que capaz pueden venir familiares que no iban a venir, o que la nueva fecha va a ser más linda. Tengo muchas novias que se quedaron con el vestido en el placar y seguro lo miran todos los días. Esta pandemia económicamente no ha tenido nada bueno, pero creo que nos ha acercado un poquito más a lo humano. Desde marzo no facturo y tengo costos altísimos, pero ese vínculo que entablé con los novios es maravilloso porque es casi maternal", dice con calidez.
Villa Domus, al igual que la mayoría de los locales nucleados en la Asociación de Salones de Fiestas del Uruguay (que emplea a unos 50.000 trabajadores directos), ofrece reagendar sin costo. De todas maneras, Candales está segura de que esta pandemia transformará los festejos, que se inclinarán hacia algo más íntimo, con menos invitados -todo apunta a que se terminan los que van por compromiso, nadie se va a querer arriesgar en vano-.
El evento que no sucedió. Si una boda de 250 personas es todo un acontecimiento, un evento de belleza para 10.000 con más de 70 marcas participantes es un dolor de cabeza logístico. Se trataba de la segunda edición de The Beauty Route, un evento de Fórmula, empresa tecnológica vinculada al maquillaje y cuidado de la piel. Después de que les quedara chico el Latu en 2019, habían apostado a montar la feria en el Antel Arena a fines de abril. El presupuesto de producción excedía los 150.000 dólares.
Gianinna Rinaldi, la cofundadora del evento, llegó desde Canadá (donde reside parte del año) el 11 de marzo, cuando los casos empezaron a multiplicarse en varios países, para trabajar en la preproducción del evento. "Al otro día, las marcas de lujo se empezaron a bajar, por orden de las casas matrices, y sabíamos que apenas hubiese un caso acá íbamos a tener que cancelar el evento. Era como cuando sabés que se avecina una tormenta porque ves los relámpagos y los truenos", recuerda. "Incluso, ese jueves fui con un cliente importante al Antel Arena para ver algo de la locación y yo sabía que eventualmente íbamos a tener que cancelar, pero hasta que no hubiese una comunicación oficial del gobierno no le podía decir nada", agrega su socia, Valentina Vinaja.
A partir de ahí, los hechos empezaron a precipitarse rápidamente. El viernes 13 de marzo, apenas se confirmaron los primeros casos en Uruguay, comunicaron que se cancelaba el evento, algo que fue recibido de forma positiva por su comunidad. Horas después, Luis Lacalle Pou dijo en conferencia de prensa que quedaban prohibidos los espectáculos públicos. Inmediatamente las emprendedoras se pusieron a pensar qué podían hacer para salir adelante.
"Una vez que cancelamos la situación fue caótica y tuvimos que desarmar y volver a armar en la menor cantidad de tiempo posible. En ese momento nos pusimos a pensar qué era lo mejor que podíamos hacer en esa situación y llegamos a la conclusión de que teníamos que hacer un evento digital, hacerle llegar a la comunidad los productos, que es lo novedoso que tiene esta empresa, y presentar la tienda online en pleno auge de las compras digitales. Pero, por otro lado, tuvimos que triplicar el trabajo en un equipo que de por sí es reducido, somos unas 10 personas. En tiempo récord procesamos nueve horas y media de contenido, que salió vía streaming en dos días, el 28 y 29 de mayo", cuenta Gianinna.
Mientras que unos pudieron hacer su duelo, el equipo de Fórmula no tuvo tiempo, algo que les afectó desde el punto de vista emocional y que se sumó al agotamiento. "Hace un año que venimos innovando, innovando, innovando y eso te deja en un estado de vulnerabilidad, de ensayo y error, que ya no queríamos volver a atravesar, pero la situación nos obligó a volver a hacerlo. Nuestro lugar seguro hubiera sido hacer por segunda vez el evento, con los aprendizajes del primero, pero nos vimos obligadas a volver a innovar o morir", asegura Gianinna.
De todas maneras, las fundadoras de Fórmula están orgullosas de lo que lograron en tan poco tiempo y aseguran que fue una vivencia que les dejó muchos aprendizajes. "De repente miramos todo lo que hicimos y, por un lado, nos sorprende, es fantástico, y, por otro, nos estamos dando cuenta de un montón de cosas que hay que corregir y mejorar. Mi aprendizaje como emprendedora es que si no nadás, te hundís y si nosotras nos quedábamos quietas, nos podríamos haber fundido y desaparecido en un mes, como pasó con tantos. Pero llegamos a trabajar algunos días desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la mañana. Eso implica cometer errores, porque estás trabajando bajo presión y rápido, implica mucho sacrificio, creatividad y mentalidad positiva. Creo que a veces la gente no se da cuenta del esfuerzo que hay detrás", asegura Valentina Vinaja emocionada.
Las directoras de Fórmula Gianinna Rinaldi y Valentina Vinaja estaban entusiasmadas con la segunda edición de The Beauty Route, un evento que ya habían hecho con éxito el año pasado, pero como la locación les había quedado chica les dejó un sabor amargo. En abril pensaban repetirlo, esta vez en el Antel Arena.
Sin viaje ni intercambio. Otra industria que sin duda se va a ver transformada por la pandemia va a ser el turismo. Los expertos señalan que tendrán que pasar al menos dos años para que se vuelva a los volúmenes que se manejaban en 2019. Diego Bastarrech desde hace tres años está vendiendo rifas de Arquitectura, algo que, según cuenta, es casi como tener otro trabajo, porque todos los meses debe contactarse con unas 200 personas para cobrarles la cuota. Sin embargo, teniendo en cuenta que esta tarea le permitiría viajar por el mundo durante casi un año, trataba de mirar el tema con optimismo.
Él y otros 300 estudiantes de Arquitectura iban emprender su viaje a mediados de abril. Empezarían por Estados Unidos, luego Japón, China, Singapur, India, Nepal, Turquía, Egipto, Grecia y desde ahí recorrerían prácticamente toda Europa. Diego ya había avisado que renunciaba a su trabajo en esa fecha, aunque sus empleadores le aseguraron que guardaban su puesto hasta que él volviera. Otros ya tenían acordado entregar sus casas o apartamentos, que dejarían de alquilar, algunos incluso habían vendido sus autos previo al extenso viaje.
Pero ya en enero, cuando el virus seguía en China, los padres de un compañero, ambos médicos, les advirtieron que era posible que no pudieran viajar. Inicialmente, no creyeron que eso sucediera. "A medida que fueron surgiendo diferentes noticias se empezó a generar mucha expectativa de qué podía llegar a pasar, había mucha desinformación. Costó bastante que nos cayera la ficha de que no nos íbamos a ir. Es un viaje que venimos planeando desde hace tres años. Parece una broma que cuando nos vamos a ir, después de tanto tiempo, venga una pandemia", cuenta.
A diferencia de los estudiantes de Economía, que tuvieron que enfrentarse a la pandemia en pleno viaje y modificar su itinerario, los futuros arquitectos tuvieron margen para postergarlo, aunque indefinidamente. Dentro de todo, fueron buenas noticias. "Cuando faltaban dos meses para irme estaba muy ansioso y cada vez que hablaban del viaje me ponía muy alegre. Hoy ya perdí toda ansiedad, estoy muy tranquilo, me voy a tomar el año relajado, incluso me puse a pintar. Estoy medio escéptico de que nos vayamos a ir el año que viene, están surgiendo nuevos brotes y hasta que no haya una vacuna no creo que suceda, así que estoy tratando de no pensar mucho en eso. El aprendizaje es más que nada el tomarse las cosas con calma, entender que no es tan grave y si no hay nada que puedas hacer, ya está. También aprendí sobre el manejo de expectativas. Antes de irme de viaje cada vez que cambiaba algo del itinerario la gente se enojaba y se quejaba, y ahora estoy seguro de que si les decís que vamos solo a Machu Picchu, van todos contentos", reflexiona.
La situación de Carmela Núñez es similar, aunque en su caso la pandemia la encontró en pleno viaje. Con 16 años, había sido seleccionada por el Liceo Francés para participar en un intercambio intercolegial y su destino elegido fue Marruecos, en el norte de África, para practicar su francés. En ese país, además, nació su bisabuelo. A pesar de que unos días antes se diagnosticó el primer caso de coronavirus en Marruecos, Carmela viajó el 7 de marzo a ese país, tomando la precaución de llevarse un tapabocas. No creyó que fuera a pasar nada.
Cuando llegó, quedó maravillada con Casablanca y tuvo química instantánea con su anfitriona, una chica de su misma edad. Hacía una semana que estaba en el país cuando la llamó el director del liceo diciéndole que si se suspendían las clases se iba a tener que volver a Montevideo. "No es que me quería quedar, pero hacía meses que venía esperando el viaje y justo cuando me voy pasa esto. Al otro día de que hablamos con el director a mi anfitriona le llegó un mensaje diciendo que cerraban el liceo, y unas horas después me llamó mi madre, que había tenido una reunión acá con mi colegio, y me dijo que me tenía que volver. Tampoco era fácil volver, porque por España no podía. Pensé en Brasil, pero como yo tengo pasaporte europeo tenía miedo de que no me aceptaran", recuerda.
Cuando llegó al aeropuerto "era el Apocalipsis". Los vuelos estaban cancelándose constantemente y la gente estaba desesperada por volver a su país; tenía miedo de quedar varada. Carmela logró pasar por la Aduana -donde apenas le revisaron el pasaporte y el permiso de menor- y viajó a Brasil, a donde la fue a buscar su padre. A pesar de la odisea, recuerda el viaje con cariño. "Fue poco pero estuvo bueno. Yo tenía pila de expectativas, el grupo era relindo, estábamos contentos y mi anfitriona iba a venir después para acá", dice con una sonrisa.
El intercambio de Carmela Núñez en Marruecos iba a durar un mes, pero tan solo una semana después de llegar tuvo que volver a Uruguay.
No hay mal que por bien no venga. Más allá de las pérdidas económicas, de la frustración y la tristeza esperables, todas estas experiencias en cierto sentido son positivas. Como señala Alejandro De Barbieri: "Todo el mundo sale herido de la pandemia, nadie sale festejando, pero a la hora de aprender nos hace ver qué es lo importante, nos obliga a ser resilientes y flexibles. También nos hace darnos cuenta de que no podemos controlarlo todo. Personas que han vivido la muerte de seres cercanos o una enfermedad también tienen este proceso. La cuarentena nos dio como un clima de terapia, que es un clima de aprendizaje, de encuentro, de escuchar lo que el corazón precisa. El silencio y el no tener que ir a trabajar como lo hacíamos antes nos pone en un clima un tanto espiritual. Uno tendría que tener esta cuarentena todos los años, porque te obliga a repensar tu proyecto de vida. De repente no tan larga, pero un sacudón que te haga ver qué es lo que realmente importa. Esto nos hizo cambiar, pero con un costo afectivo, un costo de angustia".