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Soledad Barruti: “Hoy no hay un tema más importante para pensar que la alimentación”

El martes 26, en el Antel Arena, la periodista argentina Soledad Barruti y el filósofo Darío Sztajnszrajber presentan "La comida ha muerto".

Se puede decir que Soledad Barruti es una especie de rara avis, una periodista especializada en investigación que tomó a la alimentación como causa hace una década, y la diseccionó en dos libros que abordan desde la forma en que se cultivan y elaboran los alimentos hasta las estrategias que se usan para su comercialización. Como si eso fuera poco, los tituló: Mal Comidos: Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando (Planeta, 2013) y Mala Leche: el supermercado como emboscada. Por qué la comida ultraprocesada nos enferma desde chicos (Planeta, 2018). Con gran suceso de ventas y ediciones en distintos países de América Latina, en ambas obras Barruti aborda en un lenguaje poco solemne, pero muy serio, algunas de las raíces de los problemas en torno a la salud de la sociedad contemporánea, como las enfermedades no transmisibles, principalmente obesidad e hipertensión. En su primer libro, la autora expone a los sistemas de cultivo intensivos de la agroindustria, las artimañas de la industrias de alimentos para producir más y más. En el segundo, desbordada frente a la góndola al comenzar a darle de comer a su segundo hijo, arremete contra los mecanismos de poder alrededor de la venta de alimentos y las industrias creadas para hacerle creer al consumidor que lo que compra es comida.

Como periodista, Barruti investiga y denuncia, pero su mensaje se vuelve masivo gracias a su trabajo como divulgadora. Tiene columnas de opinión en diarios como The New York Times en Español y La Nación; edita y dirige la red de periodismo latinoamericano sobre territorios y alimentación, Bocado. Allí, publicó parte de su investigación actual sobre el impacto de la alimentación en comunidades amazónicas, financiada con el apoyo de una beca del Pulitzer Center. Además, aparece en programas de televisión, tiene redes sociales activas (@solesbarruti tiene 347.000 seguidores en Instagram), y se anima a subirse arriba de un escenario. “Uso todas las herramientas para encontrar maneras de contar. Lo importante es que el mensaje llegue, a veces es desde lo escrito, con mis tiempos, otras es a través de espacios en la tele, donde se llega a un montón de gente”, cuenta Barruti a Galería en una entrevista por videollamada.

El martes 26, a las 20 horas, la autora presentará La comida ha muerto en el Antel Arena, acompañada del mediático filósofo argentino Darío Sztajnszrajber. Ambos se conocieron en 2018, al ser convocados para una charla en la Universidad de Buenos Aires, en el marco de un encuentro que organizaba la Unión de Trabajadores de la Tierra. “Nos pusimos a conversar y nos dimos cuenta de que teníamos un montón de cosas en común”, contó Barruti. “Las deconstrucciones que hace Darío de los temas se pueden llevar a la alimentación y también nos tentó la posibilidad de desarmar los dispositivos de poder que hacen que creamos que somos libres, pero en realidad no lo somos”. Poco tiempo después, nació un espectáculo que se presenta como un conversatorio. La autora los define como “espacios de encuentro reflexivos que llaman a pensar; en este caso, la comida es la excusa”. Varias de sus charlas se pueden ver en Internet, pero para su presentación en Uruguay armaron un contenido nuevo; montarán escenografía, habrá relatos, mitos y videos. “Vamos a aprovechar la escena”, asegura. “Nos planteamos tres ejes: el placer, lo animal y el colapso. Vemos la forma de posicionarnos, presentamos el conflicto y buscamos ampliar mentes, nutriéndose de relatos, de mitos, Darío trae ideas y pensadores. Planteamos que quienes nos vengan a ver estén dos horas recibiendo algo distinto”.

¿El encuentro en el Antel Arena parece un evento más de intelectuales que un espectáculo masivo?

Para nada, es muy masivo. Partimos de la idea de que todos comemos y que al hacerlo nos vemos interpelados. El conversatorio genera pregnancia, las personas se ven movilizadas y sensibilizadas por lo que se está haciendo en nuestros cuerpos y en nuestros territorios. Hoy no hay un tema más importante para pensar que la alimentación. Es una manera de mirarnos como territorios vivos, saqueados todo el tiempo por un sistema muy depredador. La única forma de salir de esto es adueñándose nuevamente de la información y generando herramientas que nos permitan salir y mirar.

¿En qué momento la alimentación dejó de ser objeto de investigación y se convirtió en una causa y hasta en el centro de un espectáculo?

Al principio, hace 10 años, hubo una curiosidad personal, como periodista, de intentar entender de dónde vienen los alimentos y qué pasa con ellos. A medida que me fui metiendo se fue volviendo una causa política, económica, de derecho de los animales, de cuestiones migratorias. Comer es un acontecimiento íntimo, nos estamos metiendo a nosotros y a nuestros hijos alimentos que le hacen mal a nuestro cuerpo, entonces, allí, se volvió algo personal.

Por otro lado, está lo que sucede con la producción de los alimentos, al constatar que se está hipotecando el presente de una manera tan salvaje. Es una causa porque hay vidas en juego.

¿La moviliza al punto de haberse dedicado a este tema casi exclusivamente?

Sí, y busco la manera caleidoscópica de transformarlo en algo que sea masivo. Como periodista siempre me interesó la masividad, la capacidad de comunicar a la mayor cantidad de personas posibles algo sobre una situación. Es inevitable buscar herramientas y formatos para hablar tanto sobre un mismo tema de una manera distinta. A su vez, el trabajo me fue haciendo conocer a otras personas, como Darío, por ejemplo.

En sus conversatorios con Darío Sztajnszrajber hay aplausos y vitoreos del público; parece, por momentos, una sesión espiritual.

Hay gente que se pone a llorar, se genera una especie de conmoción de no poder creer lo que están escuchando. Es un acontecimiento que despierta mucha sensibilidad, porque pocas veces estamos dispuestos a recibir y escuchar otras cosas. Los humanos nos podemos caracterizar sobre todo por la palabra, hacemos de nuestras palabras una forma de leer, interpretar y transformar el mundo. Si tenemos las historias equivocadas, construidas por publicidades distintas, que nos llegan en forma de los relatos de época, cuando las apagamos y nos ponemos a pensar en otras cosas y nos enriquecemos de otra manera, reaccionamos. Los pensamientos son formas nutricias también. Con la comida como excusa podemos encontrar una manera de nutrirnos de otras cosas.

Dice, a veces, que se siente como evangelizadora. ¿Por qué se pone o la ponen en el lugar de referente?

(Ríe) Lo digo en forma de chiste, porque estoy bastante alejada de eso. No doy recetas alimentarias, me cuido mucho de no contar demasiado qué es lo que como. Me defino como una persona en permanente deconstrucción y entiendo que hay un problema muy claro con la industria alimentaria que intento comunicar. Después, en el lugar en donde las personas ponen a ciertos referentes es algo que sucede dentro de los juegos de la sociedad de hoy, yo no uso ni me posiciono en ese lugar. Lo de evangelizadora o chamana son chistes que se han creado en las redes sociales porque justamente me dicen esas cosas o me preguntan cosas que no puedo responder.

En sus presentaciones no dialoga con el público, solo divulga el trabajo de investigación, comunica.

Mi trabajo previo es el de los diálogos, de horas y horas de entrevistas, de lectura de estudios. Si no tuviera ese trabajo previo, sería como un emisor de una verdad revelada vaya a saber por quién. En cada libro fueron cinco años de trabajo. Todo ese proceso sucede en los márgenes de la exposición. Después aparece la divulgación. En Mala Leche, por ejemplo, les doy voz a 200 entrevistados.

Se podría inferir que de esta forma contemporánea de consumo sale quien puede, los que tienen las herramientas intelectuales y los recursos económicos para ello, los privilegiados del sistema. ¿Usted qué opina?

El bien más escaso hoy en día es la información. Todo está dado para que la información no llegue, para que las personas no podamos enterarnos de lo más básico, como qué compone un alimento y cómo fue hecho. Creo profundamente en la información como gran posibilidad transformadora. Con información las personas pueden hacer cambios. Sin embargo, no creo en la transformación de forma individual, no hay consumidores cambiando las cosas, debe ser un acto colectivo, social. Para ello son imprescindibles las gestiones de políticas públicas, que tienen que venir a modificar las posibilidades de todos por igual. El movimiento debe partir desde las bases mismas de la sociedad. Pensar es el acto que rompe con lo dado, con esta sociedad alienada repitiendo una y otra vez lo que se exige de ellos como consumidores.

Cómo se relaciona la gente con las cosas después de tener la información es lo que depende de las posibilidades económicas.

Hay localidades, incluso de Uruguay y lo he visto, en donde solo se puede comprar comida en pequeños almacenes, todo está envasado, no hay mercados, ni huerta. Por esta razón, es necesario que existan políticas públicas que brinden acceso a alimentos sanos a toda la sociedad por igual y en todos los rincones.

Cuando viajás y ves lo que pasa en los territorios te das cuenta de la urgencia. En Argentina, en el campo, hay todavía trabajo infantil y esclavo. Niños y niñas están siendo fumigados sistemáticamente, hay pueblos enteros llenos de cáncer para que un puñado de empresarios rurales se enriquezcan vendiendo soja, eso es lo grave que hay que contar. No si después en tu casa podés acceder al dátil o no.

La consulta sobre la sustitución de los alimentos se vuelve inevitable una vez que la gente toma conciencia del daño que pueden ocasionar a la salud los alimentos ultraprocesados y las bebidas azucaradas. Si a esto se suma el cultivo de frutas y verduras libres de pesticidas y herbicidas creados en laboratorios, en pos de lo orgánico o agroecológico, el universo de alimentos posibles parece hacerse cada vez más pequeño. Entonces, parecería que no se puede comer nada.

Me preocupa contarles a todas las personas que pueden hacer cambios en sus dinámicas alimentarias, que no hace falta gastar una fortuna para comer mejor, e incluso podés llegar a ahorrar plata. Por ejemplo, a las bebidas azucaradas nadie las necesita, te hacés un bien; a las galletitas y los yogures azucarados tampoco. Las familias que no tienen son las que más gastan en estas cosas. Los estudios afirman que esto sucede porque responde a una búsqueda de conseguir lo que se ofrece como la mejor nutrición concentrada, algo que la publicidad viene vendiendo desde hace años. En el medio hay que recibir la información para saber cómo hacerlo y no perder una cantidad de tiempo enorme. También tenemos que dejar de ver a la cocina como un evento feminizado, debe involucrarse toda la familia, con reparto de tareas.

Mi trabajo se concentra cada vez más en mostrar la diferencia entre la comida de artificio, ultraprocesada, y la comida real. La comida real no es más cara, no es más difícil, quizás sí en lo agroecológico, pero comer lentejas es más barato y mejor que un puré de sobre con una salchicha, eso es así. La manzana con o sin agrotóxicos es comida de verdad, el jugo y el postrecito de manzana no es comida de verdad.

¿Se desvirtúa el mensaje cuando se vuelve mediático y el lugar común es hablar de cómo sustituir en la dieta los alimentos que se demonizan?

Hay que ser piadosos con las personas que están intentando hacer lo suyo para que la situación mejore, y luego muy conscientes de que hay una maquinaria desatada para que nada sea creíble ni del todo importante.

El etiquetado frontal es un paso hacia el cambio, una sugerencia que hace la Organización Panamericana de la Salud (OPS) a toda la región de las Américas para combatir los altos índices de enfermedades no transmisibles como diabetes e hipertensión. En Uruguay se implementó en 2021, pero en Argentina parece no tener voluntad política. ¿Qué sucede allí?

La ley de etiquetado frontal (octógonos de exceso de azúcar, sal, grasas saturadas, etc.) y alimentación saludable es muy importante pero muy pequeña al lado de todo lo que hay para hacer. Uruguay la tiene, aunque fue deteriorada como una moneda de cambio al cambiar el gobierno y bajó la calidad de la ley (se aumentaron los límites de tolerancia quedando fuera, entre otros, gran parte de los postres lácteos y yogures infantiles).

En Argentina, el agronegocio y el poder de las marcas de la industria se están encargando de que no suceda. El proyecto está por perder calidad parlamentaria. Por ejemplo, salieron a decir: “Con el hambre que hay vamos a hablar de etiquetado”. Es tremendo, porque el argumento es canalla, justamente con el hambre que hay es necesaria esta ley. Una persona del Banco de Alimentos (en Argentina) me comentó que solamente con hablar de esto entendieron que lo que están dando como alimentos es una porquería. Ese argumento no es inocente, son estrategias de lobby. ?Las políticas públicas son las herramientas que permiten el acceso a la comida de verdad. A su vez, también, dan oportunidades a los productores de estos alimentos para ingresar en los mercados de consumidores. Conozco, por ejemplo, muchos productores en Uruguay que trabajan en agroecología y que no tienen acceso a grandes mercados para ofrecer sus producciones. Sé también que ellos han planteado públicamente la problemática del acceso a la tierra, a los insumos para producir y a un mercado para vender. También piden subsidios para la transformación de predios convencionales (que trabajan con agroquímicos de síntesis producidos en laboratorio) a la agroecología.

Al mismo tiempo, necesitamos una sociedad que entienda dónde está lo importante y lo urgente. La sociedad está pensando en otras cosas, mientras tanto nos quedamos con cada vez menos diversidad, agua, suelos limpios, oxígeno y alimentos. Al mismo tiempo, disminuyen las posibilidades de que la población entienda qué es un alimento y qué no. Es tal la contaminación sensorial y de vínculo con la comida que muchas personas no llegan a entender dónde está el problema en la alimentación.

Su mensaje es valiente y arremete contra una industria poderosa, la de la alimentación, el agronegocio y las multinacionales de bebidas. ¿Sintió miedo alguna vez?

No. Muchas veces sentí incomodidad en cierta forma de acoso como Twitter, es decir, una violencia patotera. En México o en Colombia tenés que tener otros recaudos, en Argentina se arman campañas de deslegitimación y de cómo horadar la imagen de quien está contando, para que eso que cuenta no sea tomado en cuenta. Se hace con periodistas, científicos...

Durante la pandemia se dice que la gente volvió a cocinar en la casa, pero varios organismos ya advierten que el impacto sobre la salud será negativo. Abordó este tema en su columna de opinión en The New York Times en Español y lo tituló: “La dieta del coronavirus”.

Lo que muestran los números es que hubo algunas personas que vieron a la cocina como un lugar de salida dentro del encierro, de creatividad. Otros, descubrieron por primera vez el evento alimentario y aprendieron a cocinar.

Sin embargo, al mismo tiempo, hubo un aumento considerable en la venta de alimentos ultraprocesados, postres congelados, snacks y alcohol. Esto pasó en toda la región, y va acompañado de gente que en muchos casos no pudo salir ni a ver el sol. En los próximos años vamos a ver un deterioro en la salud producto de la pandemia. Estos eventos lo que hacen es mostrar lo que está y exponerlo en su intensidad. n