Autora de quince libros infantiles, doce novelas, dos biografías, varios guiones de cine y televisión, y ganadora del premio Planeta en 1998, Carmen Posadas está cansada de hablar de espías y de sí misma. Ella es bastante más que una descripción copiada y pegada a lo largo de todos los portales de internet, que además, según la misma Posadas, pasa por alto algo muy importante: “Para empezar soy uruguaya”, aclaró cuando Galería le preguntó como le gustaría a ella que la presenten. “A España le debo todo; la carrera, mi familia, pero por sobre todas las cosas siempre he llevado mis raíces como bandera“. Uruguaya y contadora de historias. Así se presenta la escritora traducida a 30 idiomas —31 corrige Posadas, para que nadie se olvide del esloveno aunque muchas veces ni sepa en dónde pone su nombre en la portada—, a la que en sus inicios cuestionaban por no incluir cocoteros ni palmeras en sus historias.
Era un gran lector. No era de esos padres que se revuelcan por los suelos con los niños, venía de una educación muy victoriana, pero su forma de comunicarse con nosotros era a través de los libros. Me tocó una parte de su biblioteca, cuentos de Dickens y todas sus obras de Shakespeare subrayadas y con notas. Es maravilloso porque papá sabía muchísimo de literatura, era de esas personas que aprendía ruso solo para leer a Tolstói o griego para los clásicos de Homero, entonces me llamaba la atención ver qué cosas destacaba o los comentarios que hacía sobre todo… Decía que después de Shakespeare y Cervantes no había nada más para añadir, entonces que la nena de repente dijera que es escritora era como una profanación. Cuando él estaba en Uruguay yo desde Madrid siempre le enviaba mis libros, pero nunca comentaba ninguno hasta Cinco moscas azules (1996). Recuerdo que se lo mandé y me dije que sería el último, que si no había respuesta ya no le enviaría más mis trabajos, porque asumía que no le gustaban. Al tiempo me llegó un fax larguísimo, como si fuera una crítica literaria de mi novela, en dónde detallaba las partes que le habían gustado, y dónde según él me había equivocado… Me hizo especial ilusión que dijera que sabía entender las personalidades de cada personaje, que eran bien distintos, poliédricos.
También le debe mucho al insomnio…
Si, claro. Siempre duermo con una libretita porque las mejores ideas se me ocurren cuando estoy dormida, ¡y me da una rabia! Porque de repente tengo una idea prodigiosa y me tengo que levantar a escribirla, con lo cual después ya no pego un ojo. Ahora estoy en un tratamiento que me convierte en la persona más aburrida del planeta, tengo que acostarme tempranísimo, horario infantil.
Posadas escribe columnas y libros, y en estos últimos se balancea en la cuerda floja entre realidad y ficción. Puede ceñirse a la verdad o fantasear que viaja al pasado o al futuro. En Licencia para espiar, título que hace un guiño a una de las películas de la franquicia de James Bond (Licencia para matar, 1989), la autora opta por retrotraerse y consigo llevarse al lector hacia otros tiempos, haciendo un recorrido por la actuación femenina en la historia del espionaje a través de personajes como Rahab, que aparece en la Biblia, las visha kanya o mujeres envenenadoras de la India, la famosa Mata-Hari o la agente soviética Caridad Mercader.
En entrevista con Galería recordó además sus propios primeros (y únicos) pasos como espía, cuando de niña escuchaba y observaba situaciones a través de la cerradura de la puerta: “Era muy tímida, mucho más observadora que participante. El que participa brilla, está siempre rodeado de gente y no se fija tanto en lo que nos fijamos nosotros, los que estamos atrás, en los detalles”.
¿Cuándo y cómo se vinculó por primera vez con esta temática?
Mi padre era diplomático, entonces viajábamos mucho. Y cuando me tocó vivir en Rusia, en la época soviética, era como en una película de espías, era de locos, pero no era James Bond, era más como el Super Agente 86, todo funcionaba horrible y ni siquiera se tomaban la molestia de disimular que todo lo que hicieras estaba siendo registrado. Uno sabía perfectamente que el que traía el café por la mañana era un espía. Al principio nos divertía, pero después se tornaba un poco agobiante y ya no tenía tanta gracia. Una vez mi hermana se cortó un dedo y salimos corriendo a la farmacia, nos vino a buscar la policía. Uno no podía salir de casa sin avisar. Estábamos fichadísimos. Si mamá nos quería decir algo sin que se entere nadie la única manera era encerrarnos todas en el baño y abrir la ducha, para que el ruido del agua distorsionara las conversaciones. Al tiempo cuando nos venía a visitar a Madrid, mamá todavía cuchicheaba como si también hubiera micrófonos por toda la casa, pero esa era una obsesión de los rusos. No sé que secretos nucleares pensaban obtener de la embajada uruguaya.
El libro termina con una entrevista a una espía de verdad, del mundo moderno. ¿Qué aprendió de ella?
Me costó bastante concretar la cita porque, obviamente, los espías no hablan. Pero dio la casualidad de que conocía a alguien que trabajaba para los servicios secretos españoles, para el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), entonces le pedí a ver si podía hablar con alguna espía y concertamos la entrevista, pero con una cantidad de condiciones. No pasaba nada, a mí me interesaba sobre todo la parte más humana, saber cómo los entrenan y cuál es el precio a pagar por dedicarse a este apasionante mundo. Nos citamos en una cafetería. A mí siempre me gusta llegar temprano, porque así tenés más ventaja sobre el otro, lo ves entrar y lo agarras justo en ese momento antes de que se ponga la máscara que todos llevamos cuando hablamos con otras personas, seamos o no espías. La última persona que hubiera imaginado que era resultó ser la espía. Se lo dije: me has engañado, nunca me hubiera pensado que eras tú. Y me contestó que normal, que era muy buena espía. Pues claro.
Tanto en su libro como en varias entrevistas habla de las armas de mujer, como la discreción, entre otras. ¿No alimenta eso el estereotipo de lo que es y no es “de mujer”?
Las armas de mujer son utilísimas en el espionaje, y en la vida normal también. Las feministas de ahora son las que dicen que eso son malas artes y cosas por el estilo, pero son muy útiles y las utilizo siempre que puedo. En el caso del espionaje, está aquello de utilizar el sexo para conseguir información: sexpionaje. Lo que pasa es que cuando lo practica un hombre es James Bond, yendo de cama en cama y al servicio de Su majestad, pero si lo practica una mujer ya sabemos que nombre lleva.
También dijo que no quería que Licencia para espiar se volviera un libro más de la lista de mujeres para mujeres. ¿De qué forma se distancia de eso?
Es cierto que todos los personajes que salen son mujeres y que también lo escribió una mujer, pero lo que no quería era que sea un panegírico de nosotras mismas. Porque ahora está muy de moda eso de que nosotras somos sensacionales y los hombres unos idiotas. No es así, por suerte somos muy complementarios.
Al fin de cuentas, ¿quién es mejor espía, un hombre o una mujer?
Tienen características diferentes. Yo le preguntaba a mi espía qué diferencia había y ella me decía que las mujeres levantan menos sospechas en general. Pongamos un caso obvio: las embajadas, siempre están llenas de espías. Ahora, uno tiende a pensar que es el secretario y no la cocinera o la que te hace la cama.
¿Se considera feminista?
Me considero postfeminista. Hay que diferenciar entre el papel de la mujer tercermundista y la del primer mundo, para la primera todavía quedan muchísimas batallas por ganar. Para la primermundista también, como la equiparación de los sueldos o la conciliación entre vida familiar y trabajo. Pero hablan siempre de otras cuestiones cuando lo que más afecta a las mujeres está en este tipo de cosas. Hay que poner el énfasis en eso y no en cambiarle el nombre a los meses. ¿Podés creer que la Universidad de Granada está promoviendo que se pasen a llamar enera, febrera..? ¿Eso en qué nos ayuda? Así no vamos a ninguna parte.
Usted sí puede encargarse de contar las cosas que importan en sus columnas de opinión, por ejemplo. ¿Es por ser escritora, o por ser mujer?
Por el simple hecho de ser mujer yo puedo decir un montón de cosas que los hombres no pueden. No es lo mismo que una mujer hable de este feminismo enloquecido a que lo haga un hombre. Pienso que una cierta función social sí que cumplo.
¿Dónde está parada en este mundo para el cual, en términos suyos, “un Premio Nobel vale menos que un influencer”, y está dominado por Internet, “el altavoz del tonto del pueblo”?
Bueno, no soy ni Premio Nobel ni influencer. Mi obligación es poner mi granito de arena para que estas bobadas que no llevan a ningún sitio cobren su justa dimensión. Me hubiera encantado haber ido a la universidad, no fui porque yo todo lo he hecho al revés. La gente normal primero estudia, luego trabaja, luego se casa. Yo me empecé casando. Es verdad que no es estrictamente necesario ir a la universidad, pero es más útil en la vida tener una educación reglada, porque si no todo cuesta el triple y te pasas la vida descubriendo el Mediterráneo y reinventando la rueda.