Es todo una ficción. Esto —viralizado en estos días de plomo— se trata de un fragmento de Servidor del Pueblo, una comedia de sátira política que comenzó a emitirse por televisión en 2015, un año después de la revolución pro Unión Europea en Ucrania que derrocó a un mandatario prorruso. Vasyl Holoborodko es el protagonista de esta ficción, desarrollada a lo largo de tres temporadas, donde un docente termina convirtiéndose en el presidente de esta exrepública soviética. El actor que lo interpretó fue Volodímir Zelenski.
Y Zelenski, un hombre de 44 años de raíces judías que se recibió de abogado pero jamás llegó a ejercer, es —al menos al momento de escribirse estas líneas— el presidente de Ucrania. Buena parte de su popularidad la logró como actor cómico, al punto que ganó las elecciones en su país, en la segunda vuelta de abril de 2019, por un monstruoso 73,22% de los votos.
Hoy —triste es tener que resaltarlo— es el líder de un país invadido por una potencia como Rusia, antagonista de Putin y que ha sobrevivido a tres intentos de asesinato en una semana. Es el papel protagónico de su vida, en una trama de no ficción que nadie habría elegido. Y eso ya no hace reír.
“Ucrania nunca ha querido esta guerra terrible. Y Ucrania no la quiere. Pero se defenderá tanto como haga falta”, dijo el sábado 12, en un video difundido por Telegram.
Camino a la fama. Krivoi Rog es una extensa ciudad del centro sur de Ucrania, históricamente relacionada con la industria metalúrgica y cuya población, hoy algo menor al millón de habitantes, se duplicó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Quizá no haya sido el mejor lugar del mundo para nacer el 25 de enero de 1978: la Unión Soviética de Leonid Brezhnev —también nacido en lo que hoy es Ucrania— era una potencia militar en notorio declive económico. La desértica Mongolia, donde el pequeño Volodímir Zelenski vivió unos años llevado por el trabajo de su padre, un experto en informática atraído por recientes descubrimientos de cobre, tampoco podía calificarse de paradisíaca. Para sobrellevar tanta grisura tal vez había que tener un gran sentido del humor.
A los 17 años, el joven Volodímir se hizo fanático del programa de televisión KVN, el Club de la Diversión y la Inventiva, un programa de humor y entretenimientos que tuvo su origen en la era soviética y sobrevivió a la implosión de la potencia. El ciclo incluía un concurso de comedia en el cual él formó y lideró un grupo que resultó vencedor. Paralelamente estudiaba Derecho, carrera que culminó en el Instituto de Economía de su ciudad natal, pero a la que nunca le prestó atención una vez diplomado. En lugar de ello, se volvió guionista, intérprete, fundador y director de su propio equipo de comedia, Kvartal 95. Lo mejor que le dejó su trayectoria educativa fue haber conocido a Olena Kiyashko, compañera de clases, hoy su esposa y madre de sus dos hijos, una chica de 17 años y un varón de nueve.
Todo se hizo rápido, se volvió estrella de la televisión, participó en la versión ucraniana de Bailando por un sueño en 2006, actuó en ocho películas y alcanzó el pico de su fama con Servidor del Pueblo. El programa fue producido por el canal ucraniano 1+1, propiedad del magnate Igor Kolomoiski, enemigo declarado de Petro Poroshenko, un megamillonario que fue presidente de Ucrania desde 2014, luego del derrocamiento del prorruso Víktor Yanukovich, hasta 2019. De hecho, Poroshenko era frecuentemente ridiculizado en el programa.
En la ficción, el salto a la presidencia fue cuando el profesor Holoborodko —un antihéroe que viste como si no existiera la moda, dice palabrotas hasta por demás, vive con sus padres y se traslada en bicicleta— fue filmado por un alumno criticando la corrupción de la clase política ucraniana, lo que fue viralizado. En la vida real ocurrió el 31 de diciembre de 2018, cuando sin dejar de ser un comediante, Zelenski anunció que iba por la presidencia de su país durante el programa especial de Fin de Año de 1+1. No muchos —entre ellos Poroshenko— lo tomaron en serio.
Hacerse cargo. Ser presidente de Ucrania, cargo creado el 5 de julio de 1991 y que solo han ocupado seis personas, es una profesión de riesgo, por obra y gracia de la Madre Rusia, que nunca terminó de digerir la disolución de la URSS y los coqueteos de su díscolo vecino chico con la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (una alianza militar entre las potencias de Occidente). Leonid Kravchuk, el primero de todos, pagó precio a sus intereses soberanistas y debió entregar el poder antes de tiempo. Leonid Kuchma, su sucesor, fue un autócrata que impuso fuertes restricciones a la libertad de prensa. Víktor Yushenko cobró notoriedad por terminar con su rostro desfigurado tras haber sido envenenado, lo que no le impidió ganar unas elecciones llenas de irregularidades en el marco de la llamada Revolución Naranja. Siempre se dijo que Putin estuvo detrás de ese intento de asesinato.
Víktor Yanukovich, notoriamente prorruso, abandonó el país en febrero de 2014 en medio de las revueltas del Euromaidan, protestas por la suspensión de las negociaciones por el ingreso a la UE. Para este mandatario, exiliado en Rusia, fue un golpe de Estado; así también lo consideró el gobierno de Putin, que terminó anexando Crimea en 2014. Poroshenko, que asumió luego de este episodio y del inicio de los enfrentamientos en las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, vio cómo su popularidad fue cayendo en picada por distintos escándalos de corrupción.
La campaña electoral de Zelenski se hizo a través de las redes sociales, lo que le motivó críticas de la prensa. Como todo candidato outsider que se despega en las encuestas, reflejó un descreimiento total en la clase política. Se sabía que era pro–OTAN, pro Unión Europea y que quería recuperar Crimea y las regiones rebeldes, aunque sin usar las fuerzas (todo ucraniano sabe con qué bueyes está arando). Al igual que su personaje en la ficción, sostenía que la corrupción era el principal problema en su país y que había que poner a personas creíbles al frente. Una linda y efectista declaración de intenciones del candidato de Servidor del Pueblo —sí, su partido político se llamó igual que el programa— que le alcanzó para llegar al poder. Ayudó que Poroshenko no pensaba que este actorcito cómico pudiera ganar. Cuando se despabiló, Zelenski le había ganado la primera vuelta de marzo de 2019 con poco más de 30% de los votos; el mandatario había llegado al 17%. En el balotaje, al mes siguiente, la paliza fue aún mayor.
A su asunción presidencial, el 20 de mayo de 2019, asistieron representantes de Estados Unidos (el presidente Donald Trump lo había saludado especialmente… y le había pedido información comprometedora del hijo de su rival Joe Biden, quien había trabajado en la empresa de gas ucraniana), de la Unión Europea y de países de la antigua URSS y de la vieja órbita soviética (Georgia, Estonia, Letonia, Lituania y Hungría) como para que quedara claro cómo venía la mano. Dijo que en su pasado había querido “hacer todo lo posible para que los ucranianos sonrieran” y que ahora pensaba “hacer todo lo posible para que los ucranianos no lloren”. Zelenski había dicho públicamente que Putin era “un enemigo” y que lo único que tenían en común Rusia y Ucrania era “la frontera”. Aun así, si bien quería recuperar los territorios, lo quería hacer de forma negociada y, en un rapto de realismo, admitía que eso no iba a ser posible con los actuales inquilinos del Kremlin.
La conversión. El 24 de febrero de 2022 volvió la guerra a suelo europeo. Fue la primera vez desde el conflicto en los Balcanes de la década de 1990. Rusia había reconocido la independencia de los territorios del Dombás, Donetsk y Lugansk, en Ucrania oriental. Invocando razones de defensa de quienes consideraban parte de su pueblo, criticando a la OTAN, a la UE e incluso a Lenin y sus derechos de autodeterminación, Vladimir Putin —considerado un duro entre duros— invadió Ucrania. Todo el mundo apostaba a que Zelenski —si no un blando entre blandos, sí un tipo que hasta hacía casi cuatro años era apenas un actor cómico— quisiera evaporarse. No fue así.
Dos días después, Estados Unidos le ofreció a Zelenski la posibilidad de evacuarlo. “La lucha está aquí, necesito municiones, no un viaje”, le contestó el mandatario, a través de la Embajada de Ucrania en Gran Bretaña. Vestido de camisa y camiseta, se lo ha visto muy activo, pidiendo al mundo occidental una ayuda que salga de lo meramente retórico, y tratando de mantener elevada la moral de los suyos, en una Kiev cada vez más asediada.
Si algo se puede afirmar, es que a ojos de buena parte del mundo la estatura internacional de este otrora actor cómico se ha visto engrandecida. Cierto es que Putin no cae simpático a la mayoría del mundo, que lo habitual en un conflicto es que los neutrales se pongan del lado del débil (y vaya si Ucrania lo es en este caso), y que las imágenes de los ataques a la población civil —sobre todo niños— han conmovido a todo el mundo. Putin ha dicho que Zelenski encabeza “una pandilla de drogadictos y neonazis”, algo que causó más que nada estupor, ya que el actor es el primer judío en presidir Ucrania.
¿Es un héroe? Quizá los señalamientos como un nuevo Churchill sean exagerados, más allá de que eso puede ser lo que él haya buscado durante su intervención por videoconferencia ante la Cámara de los Comunes británica el martes 8: “No nos rendiremos y no perderemos. Lucharemos hasta el final por mar y por aire, seguiremos luchando por nuestra tierra, sea cual sea el coste”, dijo, al tiempo que comparó la lucha de Ucrania con la del Reino Unido contra la Alemania nazi. En los medios de prensa de todo el mundo occidental, como la DW, diversos analistas se han deshecho en ditirambos hacia su figura: es un hombre de “una increíble valentía personal”, lo definió Andrew Roberts, uno de los biógrafos de Churchill; “caso clásico de ‘llega la hora, llega el hombre’”, apuntó Eliot Cohen, experto en Defensa de EE.UU.; “la pesadilla de Putin”, agregó el filósofo francés Bernard Henry-Levy. Quizá la realidad tenga un basamento más criollo como el dicho que reza “obligado cualquiera pelea”.
Ha demostrado, sí, cierta habilidad. Sus transmisiones, divulgadas a través de las redes, han elevado su figura entre los suyos. En tiempos de paz quizá sería un populista; en guerra, verlo arengar vestido de fajina militar, sentado a una mesa con sus soldados, lo torna un héroe. Ha logrado evadir al menos tres intentos de asesinato de sicarios rusos, según reportes internacionales. Ha intentado apelar a lo emotivo enardeciendo el valor ucraniano, afirmando las bajas y rendiciones del enemigo y pedido —el sábado 12— “a las madres rusas” que no envíen a sus hijos (a los que llamó “niños”) a “la guerra en un país extranjero”. Estaba poniendo el dedo en la llaga: Rusia, que hasta hace pocos días afirmaba que solo enviaba soldados profesionales, ha admitido que está llamando a reservistas y reclutas. Y el lunes 14 aseguró que “es solo cuestión de tiempo” para que los misiles rusos caigan en territorio de la OTAN, más allá de Ucrania. Si eso ocurre —lo que no ha pasado al momento, se insiste, de escribir estas líneas— el escenario de acciones bélicas puede agregar el temido adjetivo “mundial”.
Obviamente, Ucrania no es un actor inocuo. Su riqueza en gas natural y trigo, su tamaño y su ubicación estratégica lo hacen muy apetecible para la UE, la OTAN y EE.UU. Lo que ha crecido sin duda ha sido la popularidad de Zelenski: en un país donde solo 9% de su población esperaba algo bueno del gobierno a marzo de 2019, y que en los dos años siguientes continuó sumido en crisis económicas agravadas por un cuestionado manejo de la pandemia de Covid-19, a fines de febrero 91% apoyaba a su presidente, según el portal local Rating. La guerra logra esas unanimidades y milagros: sacar héroes de bufones.