Procurar el contacto con espacios verdes para encontrar el equilibrio y relajarse es un hábito que atraviesa a todas las culturas. Pero no fue hasta que la sociedad nipona bautizara, a principio de los 80, la práctica de sentir la naturaleza como shinrin yoku (en su traducción literal, “absorber la atmósfera del bosque”), que comenzó a popularizarse en el resto del mundo.
El término fue creado por Akiyama Tomohide, director de la Agencia Forestal de Japón, para designar a este ejercicio de meditación activa inspirado en el budismo y el sintoísmo. Este último, que responde tanto a cuestiones de religión como de tradición japonesa, se basa en la creencia de que todas las cosas (naturales o artificiales) están dotadas de un alma o consciencia propia.
Montevideo, aunque pequeña, se contagió rápidamente de los problemas de los grandes núcleos urbanos: ruido, apuros, accidentes de tránsito, inseguridad, mal humor, estrés… “La ciudad te induce a un grado de alienación tal que nos creemos que por un lado están los seres humanos y por el otro la naturaleza, que somos algo separado de ella”, señaló a Galería la bióloga María Elena Bouvier.
Para ella, árbol y persona están hechos de lo mismo, compuestos por los mismos elementos pero ordenados de formas diferentes. Allí se establece un lazo tan familiar como lejano en el tiempo, que explica que la búsqueda por conectar con la tierra y el agua “está en nuestros genes”.
Terapia forestal, tratamiento floral, baño de bosque, silvoterapia. Cualquiera de estos términos intercambiables refieren a la misma actividad que Bouvier, cuando se dio cuenta de que estaba en la mitad de su vida —y en plena pandemia—, comenzó a llevar a cabo con un norte fijo: la creación de comunidad.
La bióloga Maria Elena Bouvier. Foto: Sofía Torres
Ella es una de las primeras facilitadoras o guía de terapia de bosque en Uruguay certificada por el Forest Therapy Hub (FTHub), financiado por Horizon Europe, el programa insignia de investigación e innovación de la Unión Europea. Su función es la de diseñar los recorridos teniendo en cuenta quién se anota, proponer juegos que desafían la percepción, y estar presente para que quien esté haciendo el recorrido se despreocupe de todo a su alrededor. La única regla es mantenerse en silencio, porque “tenés que generar una conexión” con el momento presente.
No es una actividad más de trekking. El shinrin yoku o baño de bosque trata de una exposición consciente a la naturaleza, entiende a la salud como un proceso de adaptación de las personas a sus entornos físicos y sociales, y sí, es algo que se estudia. En 2007, la International Forest Medicine (IFM) se coronó como la pionera en Europa, mientras Amos Clifford, fundador de la Asociación de Terapia de Bosque y Naturaleza (FNTA, por sus siglas en inglés) fue el encargado de promover la práctica en Estados Unidos y Canadá, hasta convertir a su comunidad en líder mundial.
Al día de hoy, solo en Japón ya existen más de 50 sitios decretados por el Ministerio de Agricultura, Silvicultura y Pesca como bases o rutas terapéuticas, y algunos conocidos parques internacionalmente como Los Lagos de Plitvice, en Croacia; el bosque de Savernake, en Reino Unido; La Gomera de islas Canarias, o las áreas de conservación de Beamer Memorial o Rattray Marsh, en Ontario, tienen todo para obtener oficialmente ese reconocimiento.
No lo dice Bouvier, lo dice la ciencia. Esta práctica no se trata de cuestiones místicas ni energéticas. Si bien la puerta está abierta “para quien se lo quiera agregar”, la bióloga lo pone en términos más comprensibles: el gran secreto del bosque son los fitoncidas. Se trata de pequeños compuestos orgánicos volátiles que desprenden todas las especies del mundo vegetal cuando buscan defenderse de infecciones o atraer polinizadores. Estos fitoncidas tienen efectos casi inmediatos de relajación en las personas al disminuir los niveles de cortisol en sangre, la hormona que responde ante el estrés.
Los japoneses no inventaron nada nuevo, los fitoncidas siempre estuvieron ahí. Pero fue gracias a que el gobierno nipón destinó alrededor de cuatro millones de dólares (entre 2006 y 2012) para la investigación de este fenómeno. A través del sometimiento de distintas personas a entornos naturales durante diferentes lapsos de tiempo, se comprobó el aporte significativo de estas sustancias a nivel de las defensas del organismo, la reacción antitumoral y el estado de ánimo. Exponerse a los fitoncidas aumenta el número de células NK del sistema inmunológico al disminuir la producción de cortisol, que a su vez reduce la fatiga mental. La sobreactividad de las NK libera mayor cantidad de proteínas anticancerígenas (granzimas) que tienen la potencialidad de destruir las células tumorales.
Esa sensación de bienestar, además de estar fundamentada en los estudios de la Sociedad Japonesa de Higiene de 2009, son comprobables por cualquiera que se tome algunos minutos bajo la sombra de un timbó. Si bien la larga exposición que proponen los baños de bosque es todavía más beneficiosa, unos 10 a 20 minutos ya son suficientes para notar los primeros efectos positivos de estar rodeado de vegetación. Sin contar los momentos en espacios con diseño biofílico (emulación de la naturaleza en interiores), de los estudios recientes (2020) de la Universidad de Derby, Reino Unido, se desprende que el tiempo óptimo de contacto con la naturaleza es de 120 minutos a la semana.
Lo ideal es encontrar un entorno natural que esté lo suficientemente alejado o aislado del ruido de la ciudad, aunque sea muy difícil descontaminarse de ella. El lugar favorito de Bouvier en Montevideo es el Jardín Botánico, sobre todo, por la variedad de especies que le aportan un plus a la experiencia. También organiza recorridos por el Arboretum Lussich, Santa Lucía del Este y San Pedro de Timote, que pueden seguirse a través de la cuenta de Instagram ?@shinrinyokuruguay.
La presencia de algún cuerpo de agua en el sitio es siempre favorecedora, así como senderos sin grandes pendientes —se espera que la actividad tenga un nivel de exigencia física entre leve y moderado— y baños cerca y accesibles para la inclusividad de la jornada.
En sus programas, Bouvier trabaja salidas que duran desde 20 o 30 minutos, pasando por las tres horas, hasta alcanzar todo un fin de semana. En definitiva, no importa si el tiempo recomendado de dos horas semanales se consigue con una sola visita larga o a través de varias visitas cortas. Lo significativo es que gracias a este informe británico poco a poco los ingleses comenzaron a desarrollar pautas semanales de exposición a la naturaleza comparables a rutinas de actividad física.
Bouvier contó que hay toda una rama de la medicina dedicada a esto (medicina forestal) y que en Canadá existe un programa de recetas o prescripciones verdes, en los que profesionales de la salud recetan “horas o dosis de naturaleza” como forma de acompañar otro tipo de tratamientos. Ese papel del médico permite, por ejemplo, el pase libre a casi todos los bosques que en Canadá son en su mayoría privados y con un costo de entrada.
Por sus múltiples beneficios sobre el sistema parasimpático, como la reducción de la frecuencia cardíaca y la presión arterial, así como la regulación de la ansiedad y el estrés, la terapia forestal se está comenzando a utilizar como parte del tratamiento de personas con enfermedades mentales. FTHub demostró en sus estudios que la acción de los fitoncidas mejora significativamente la sintomatología que tiene que ver con el desgano y la desmotivación, y está especialmente recomendada para el tratamiento de la depresión y el trastorno de bipolaridad, en dosis de baño de bosque.
Además, también se está implementando esta práctica para tratar con grupos específicos, como adultos con capacidades diferentes, pacientes enfermos, poblaciones carcelarias y víctimas de violencia.
Un grupo investigador del Hospital Albert Einstein en San Pablo hizo una prueba con resultados muy interesantes entre algunos de sus internados. En términos generales, se comprobó que los pacientes en habitaciones con vista al parque mostraban signos de mejoría más rápido que los que estaban en una habitación sin ventanas.
A conciencia. Toda la verborragia científica de los investigadores británicos, japoneses y brasileños deja en un segundo plano lo fundamental: darse un tiempo para poner en acción simultánea los cinco sentidos, estimulados por todos los componentes del medio natural (colores, olores, texturas…). El ejercicio es enfocar toda la atención en el entorno, y a través de él, conectar con uno mismo.
El shinrin yoku es más común entre mujeres mayores de 45 años. Conectar, fluir, respirar el momento; “el varón todavía se siente en ridículo con estas cosas”, contó Bouvier, pero cuando se apuntan a la actividad, “son los que más la disfrutan”.
A la bióloga la motiva la reciprocidad. Ante todo lo que la naturaleza tiene para ofrecer, “vas a querer devolverle algo”. “No es un volvés a tu casa y te olvidaste, vas a empezar a tener en cuenta, a cuidar”. Según Bouvier, los baños de bosque también sirven para favorecer conductas proambientales, que es el objetivo de fondo de toda esta tendencia: valorar a la naturaleza que “está ahí”.
María Elena Bouvier. Foto: Sofía Torres