N° 2010 - 28 de Febrero al 06 de Marzo de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáExisten múltiples indicios de que la economía uruguaya terminó el 2018 y comenzó 2019 virtualmente estancada o en recesión, al tiempo de que las perspectivas para el resto de año no lucen muy alentadoras, dejando de lado lo que parecería ser una recuperación de los cultivos de verano y el buen momento de la ganadería, así como el tradicional aumento de la inversión pública vinculado al ciclo electoral.
Dado este contexto, parece lógico preguntarse si podemos esperar que los países vecinos nos den una mano para retomar un ritmo de crecimiento vigoroso que evite tanto nuevas pérdidas de empleo, como que continúe deteriorándose la situación fiscal, así como los problemas de competitividad y rentabilidad que aquejan a la gran mayoría de las empresas y sectores productivos. Lo cierto es que, lamentablemente, es muy poco probable que se reciban influencias positivas relevantes tanto desde Argentina como desde Brasil, particularmente del tipo “plata dulce” y fuerte aumento de los precios en dólares en nuestros vecinos, que tanta “alegría” siempre generan en Uruguay.
Argentina ha sido capaz de estabilizar su situación cambiaria y financiera gracias al apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI), y al programa de “doble cero” (cero déficit primario y cero expansión de la base monetaria), pero a costa de una muy fuerte recesión. Todavía debe atravesar el período preelectoral, donde es un hecho que habrá una fuerte dolarización de las carteras, salvo que las encuestas anticipen un claro triunfo del actual presidente Mauricio Macri en las elecciones de octubre/noviembre, algo que hoy por hoy todavía no se ve. El gobierno argentino apuesta a que la cosecha récord de granos de verano permita una lenta salida de la recesión a partir del segundo trimestre, pero la situación del mercado interno seguirá muy deprimida.
Que el actual esquema de política económica en Argentina es insostenible lo admite todo el mundo, incluso los funcionarios del propio FMI, quienes en las reuniones mantenidas en Buenos Aires hace unos días con miembros de todo el espectro político y economistas del sector privado reconocieron que el actual acuerdo debería “ser renegociado”. Ahora bien, no hay ningún posible acuerdo futuro que vaya a desembocar a corto plazo en un esquema de “plata dulce” y fuerte aumento de los precios en dólares en Argentina. Lo mejor que se podría esperar es un segundo mandato de Macri, y que este logre impulsar las reformas estructurales necesarias —en materia de gasto público, seguridad social, relaciones laborales, apertura de la economía, desregulación de los mercados de bienes, servicios y factores productivos— para generar la suficiente confianza y que, ahí sí, se produzca la “lluvia de inversiones” prometida a comienzos de 2016. Entonces, luego de un 2020 de ajuste fuerte, la economía argentina podría volver a crecer con mucha fuerza y de manera más o menos sostenida.
Brasil está un paso adelante de Argentina, dado que el tema político ya se solucionó; ahora le queda demostrar al presidente Jair Bolsonaro que podrá llevar adelante las reformas “promercado” que prometió, para devolverle competitividad y dinamismo a la economía. Un test crucial será la aprobación o no de la reforma previsional que hace unos días envió al Congreso. En todo caso, es virtualmente imposible pensar en un escenario donde se genere un fuerte “atraso cambiario” en Brasil que beneficie rápidamente a Uruguay en materia de flujo comercial de bienes y servicios. El mejor escenario sería un Brasil donde las reformas “promercado” se realicen y pongan al gigante norteño en una posición competitiva mucho más fuerte, haciéndolo retornar a un círculo virtuoso de más inversión, empleo y crecimiento, para que a mediano plazo un Brasil más “rico” sea un mejor cliente de Uruguay (en la medida, claro está, de que seamos competitivos para poder venderle). Pero a corto plazo la eventual “transición” no será muy favorable, especialmente si rápidamente desde nuestro país no se toman medidas “espejo” para mejorar también desde el punto de vista estructural las condiciones de competitividad y productividad.
Previsiblemente, lo más que podemos esperar de nuestros vecinos en el resto del año y la mayor parte del que viene es que no se generen nuevas turbulencias cambiarias significativas, particularmente desde Argentina. El “efecto ingreso” seguirá siendo muy negativo en el caso argentino y neutro en el mejor de los casos desde Brasil, por lo que la región difícilmente sea un factor de dinamismo para la economía uruguaya por varios trimestres más.