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    “Bailar es mi vida”

    Ciro Tamayo: el primer español en la compañía del Ballet Nacional del Sodre

    Ciro Tamayo es delgado pero musculoso y parece muy tranquilo, llegó desde la ciudad andaluza de Málaga para integrar el Ballet Nacional del Sodre (BNS) hace un poco más de dos años. Julio Bocca lo convocó dos veces: en la primera ocasión el bailarín le dijo que no, que debía terminar sus estudios. Tiene apenas 20 años, vive en el centro de Montevideo con su gato persa y ya adoptó algunos modismos uruguayos al hablar.

    En los primeros días de diciembre se podrá ver a Tamayo en las funciones de “Hamlet Ruso” del coreógrafo Boris Eifman. En los últimos meses ha viajado con la compañía al interior del país y de gira internacional a Brasil, Omán, Argentina y México, con una histórica presentación en el Teatro Colón. En este tiempo, a Tamayo le ha tocado interpretar papeles en obras como “El Corsario”, “El Cascanueces” y “La Sílfide”.

    Relata que fue el primer español que entró en la compañía y admira técnicamente a dos bailarines del Royal Ballet: Steven McRae y Alina Cojocaru.

    —Para las fotos se lo ve buscando las poses que resulten más estéticas y armónicas. ¿Cómo concibe usted la belleza en su profesión?

    —El ballet en sí es muy estético, siempre lo fue e intentamos conseguir la mejor forma de que se nos vea. Pero nunca había pensado exactamente qué significa la belleza. No es algo físico nada más, porque también tiene que ver en algún sentido con la felicidad. Uno siempre intenta estar cómodo con su vida, y feliz.

    —¿Para usted el ballet tiene que ver con la felicidad?

    —Obvio, es lo que me genera. Bailar es mi vida. Cuando descubrí el ballet, nunca lo dejé. La historieta de siempre: cuando en el cole nos daban la hojita para las actividades extra escolares y todo el mundo apuntaba al baloncesto, al fútbol y cosas así, a mí me entretenía más el patinaje, la danza moderna. Era el único niño que hacía estas cosas.

    —¿Cuándo descubrió que podía dedicarse profesionalmente al ballet?

    —Cuando fui con mi madre a ver la película “Billy Elliot” y se me metió en la cabeza: quiero hacer esto. Fue algo que me atrapó, sobre todo cuando uno consigue compenetrarse con la música y el movimiento. Porque tiene que ver muchísimo con la música, no solamente con la forma en que te muevas. Es básicamente escuchar la música e interpretarla con tu cuerpo, con las reglamentaciones técnicas que tiene el ballet, claro.

    —¿Ser el único varón que hacía las actividades que mencionó en el colegio lo enfrentó con la discriminación en algún momento?

    —Sí, obvio. Pero estamos hablando de niños de seis años, eran las típicas discriminaciones porque los niños son crueles y siempre buscan algo para burlarse de ti y no les importa nada. Pero tampoco lo recuerdo como algo traumático.

    —Bocca lo convocó en un primer momento y rechazó la oferta, ¿cómo fue eso?

    —Sí, porque todavía estaba estudiando. Del mismo modo que estudiás académicamente en un instituto, en forma paralela hacés los estudios de danza. Y yo terminaría los dos estudios al mismo tiempo. Estaba en el penúltimo año de la Escuela de Danza y me llevaron a un concurso con el fin de mostrar a los alumnos en nombre del conservatorio y para hacer publicidad. Uno sabe que una vez que se gradúa tiene que buscar trabajo profesional, pero en ese momento no estaba pensando en eso sino en graduarme y al año siguiente empezar a planteármelo. Me dieron el primer premio en ese concurso, me vio Julio y vino al camarín a plantearme esto. Le dije que me faltaba un año y a él le pareció inteligente que yo dijera eso. Más adelante lo contacté de nuevo para ver si su oferta seguía en pie.

    —¿Qué ha significado integrar el BNS en el comienzo de su carrera?

    —Primero que nada, independencia de mi familia porque ahora estoy viviendo solo, y también un tema de madurez, porque vine con 17 años, acompañado de mi madre para los trámites que hubiera que hacer, pero después me asenté solo. Aprendí cómo se trabaja en una compañía profesional, cómo hay que tratar con diferentes personas y con la prensa. Tienes la comodidad de que al fin estás haciendo tu vida.

    —¿Cómo ha sido trabajar bajo la dirección de Bocca?

    —En un principio fue muy chocante, porque lo conocía como lo que fue hace unos años: un estupendo bailarín y re-famoso en el mundo entero. Es como cuando ves a alguien siempre en televisión y de repente lo ves en persona y decís uauuu. Cuando lo vi en el concurso ya estaba nervioso. No me lo podía creer trabajar con Julio, a quien yo aplaudía en el escenario y ahora estaba tan solo a unos metros delante de mí corrigiéndome: era como un subidón. Pero te terminás acostumbrando, ya no existe ese nervio, ya estamos más en familia, aunque no le das menos importancia porque hay que mantener el respeto.

    —Esta es una profesión exigente en cuanto a horarios y desempeño. ¿Sintió en algún momento que dejaba de hacer cosas para seguir el ritmo?

    —Nunca lo he sentido. De bien chiquito no estar en casa o no salir con los chicos del barrio a jugar por estar ensayando no me molestaba, porque estaba haciendo lo que me gustaba. Y actualmente no me impide salir los fines de semana, aunque sabemos que no nos podemos permitir salir de juerga toda la semana.

    —Además, el ballet es lo que siempre deseó hacer, no es el caso de una persona que va ocho horas a la oficina sin gustarle su trabajo.

    —No podría hacerlo jamás. Muchas veces he tenido que hacer algún trámite en el banco y allí en la fila, esperando toda la hora, no sé cuánto tiempo caminando a tres por hora, empiezo a mirar la cara de la gente, cómo va vestida y cuando estoy más cerca miro a los cajeros y veo sus caras de aburridos de estar todo el día allí sentados. Y no sé cómo hacen para llegar al trabajo, hacer el check in, sentarse en una silla y empezar a manejar dinero que no es suyo. Es algo que no podría hacer, me pudriría ahí adentro. Sin embargo vengo acá y aunque sé que es el trabajo con el que me gano el dinero para vivir y me cansa y provoca dolores, es algo que me ocasiona placer al mismo tiempo.

    —¿Considera que se habituó a vivir aquí?

    —Nada más llegar fue fantástica la experiencia, porque se notaba la calidez de la gente y se notaba que si necesitabas cualquier tipo de ayuda, la podías encontrar. Lo mismo pasó con la compañía, donde recibí una energía fantástica aunque fuera nuevo y llegara a mitad de temporada.

    —¿Se generaron las tensiones que se asocian a este ambiente tan competitivo, como se ven en la película “El cisne negro”, por ejemplo?

    —Eso existe, pero ahí está muy hollywoodizado. Por un tema de envidias, más antiguamente hubo bailarinas que llegaron a hacer daño. No encontré eso que es tan normal en el mundo del ballet. Acá todos nos bancamos entre todos. Esta compañía es una gran familia.

    —¿Le parece que leer o ver películas puede retroalimentar su trabajo interpretativo como bailarín?

    —Siempre que leo una historia me imagino a mí mismo en el papel que voy leyendo. Visualizo las cosas en el ámbito del ballet, me imagino algunos movimientos del personaje y me hago la película. A la vez que leés, estás practicando en tu cabeza.

    —¿Qué comidas descubrió aquí?

    —La milanesa napolitana, que acá son como dos filetes empanados uno arriba del otro, no sé cómo hacen: tengo pasión por eso. También me gustan las empanadas y las muzzarelas cuadradas.

    —¿Un lugar para almorzar?

    —El Manchester o La Pasiva.

    —¿Lo mejor y lo peor de Montevideo?

    —Lo peor te lo digo ya: los trámites y la lentitud. Es una ciudad chiquita y eso mismo se contrarresta con la calidez de la gente y su tranquilidad, que también se nota en el trabajo. Las cosas van lento y no tan rápido como uno quisiera. Porque mira que acá son simpáticos y agradables, pero se podrían espabilar un poquitito más, ¿no?

    Vida Cultural
    2013-10-31T00:00:00