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Algo en el inicio de El agua del lago nunca es dulce de Giulia Caminito (Sexto Piso, 2022) puede recordar a Ladrones de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) la película cumbre del neorrealismo italiano dirigida por Vittorio de Sica. En el filme se narra el derrotero de un padre de familia por la Roma de la posguerra tratando de recuperar la bicicleta que le robaron, imprescindible para poder trabajar y mantener a su familia. Lo acompaña su hijo Bruno, que es testigo de los reiterados fracasos del padre, de su desesperación y de su intento final de convertirse él mismo en ladrón, que termina en captura y humillación. Todo enmarcado en una ciudad empobrecida, sacudida, si bien no en ruinas, la sociedad que la habita sí lo está. Todo es tan frágil, tan pobre, tan inconsistente, que la pérdida de una simple bicicleta significa la catástrofe definitiva para toda una familia.
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La historia de Gaia, la protagonista de la novela, transcurre más de cuatro décadas después, y el mundo que la rodea es muy distinto, pero la fragilidad en que la adolescente y su familia viven no está muy lejos de la mostrada en la película. Es que la familia de Gaia es pobre, muy pobre, y depende en exclusiva de lo que pueda ganar su madre con trabajos poco sólidos y de la ayuda del gobierno. La gran divergencia es que a diferencia del padre de Bruno en la película la madre de Gaia, Antonia, es indestructible e inclaudicable. Fiera, incansable y de una rigidez moral absoluta, Antonia no duda en hacer lo que haga falta para mantener a su marido (postrado en silla de ruedas por un accidente laboral) y a sus cuatro hijos (Gaia tiene un hermano mayor y dos menores, gemelos) flotando apenas por encima de la indigencia. Al arranque de la narración la vemos haciéndose pasar por abogada para colarse en el despacho de la funcionaria que ignora sus pedidos de una vivienda estatal, a pesar de que cumplen con todos los requisitos. La funcionaria se pone furiosa y la echa, pero la tenaz Antonia obtiene su recompensa: poco después la funcionaria es destituida por corrupción y su sucesora sí da a lugar a la petición; la familia obtiene así un lugar donde vivir.
Pero es en Roma, y Roma no es piadosa con los pobres. Así que Antonia consigue, mediante medios bastante cuestionables, una nueva vivienda en el pueblito de Anguillara Sabazia junto al lago Bracciano. Allí es que comienza a desarrollarse la historia de Gaia, y de su rabia.
Furia adolescente
Gaia está enojada, y motivos no le faltan. Por si las penurias de la pobreza no fueran suficientes, desde pequeña se enfrenta a todas las desventajas de su condición de mujer, tanto dentro de la familia como fuera. Su madre inflexible le impone estudiar como fórmula infalible para romper el círculo de la miseria, negándole la libertad que le deja a su hermano mayor. Pero también le impone una especie de exilio cotidiano: la anota en un colegio en Roma supuestamente mejor que los locales, lo que le implica larguísimos viajes diarios en tren y la necesidad de insertarse en un ambiente ajeno, compuesto por gente de familias mucho más acomodadas que la suya. Y así Gaia también queda expuesta a la primera línea de la lucha de clases, que es uno de los grandes trasfondos de la novela. No solo tiene que apechugar con la falta de medios y la precariedad en que vive su familia, sino que se las tiene que ingeniar para convivir e integrarse con gente a la que sus condiciones de vida le son totalmente ajenas. Algunos la desprecian, a otros les da pena, unos pocos la aceptan. Presión, presión y más presión desde todos los frentes. No es sorprendente que la furia vaya creciendo en su interior, en constante conflicto con las enseñanzas y el ejemplo de su madre. Antonia la educa para la autoconfianza, la honradez y la lucha permanente por un futuro mejor. Sus experiencias en el mundo la arrastran al desprecio, el enojo y a considerar el futuro prometido como una mentira cruel. Y cruel se vuelve ella.
A medida que pasan los años y su educación avanza, Gaia se enfrenta más a las imposiciones de su madre, pero de manera ambigua: sigue estudiando y consiguiendo excelentes notas, pero su comportamiento fuera del colegio es errático, violento por momentos. Consigue y abandona a amigas, que a su vez tienen sus propios escarceos con lo prohibido o lo dañino. Se vuelve manipuladora, tiránica, desagradable. Hay fatalidades, desdichas, pérdidas, dramas adolescentes y de los otros, mucho más trágicos. Así hasta que Gaia llega a los 18 años, termina el colegio y estudia Filosofía, con el único deseo de demostrarle a su madre que estudiar también es inútil. Ya recibida y sin trabajo se vuelve una carga para su madre. Se entera de la muerte de su mejor amiga, a quien había abandonado. La familia vuelve a Roma a tratar de evitar las consecuencias nefastas de aquellos negocios cuestionables que Antonia había hecho años antes para poder mudarse a Anguillara Sabazia y Gaia recién entonces dimensiona las consecuencias de su furia, del vacío interior al que se sometió a propósito y de las pérdidas que sufrió. Sobre el final emprende un nuevo viaje al lago Bracciano, y corresponde al lector decidir qué puede venir luego.
Una hija de Roma
Giulia Caminito es nacida y criada en Roma, y se declara amante de su ciudad. Con modestia aclara que es de familia de clase media baja, bibliotecarios de oficio, aunque sin mencionar que su padre fue director de Bibliotecas de Roma o, con mayor exactitud, del Sistema de Bibliotecas de los Centros Culturales del Municipio de Roma. En una nota al final del libro se siente obligada a aclarar que las peripecias de Gaia no son las suyas propias y sobre todo que Antonia no es un retrato de su madre ni el libro es un intento de ajustar cuentas con el pasado. Es que recientemente abundan tanto las ficciones femeninas que encubren eso mismo, ajustes de cuenta (y los relatos sobre relaciones madre-hija son casi un subgénero propio), que la aclaración de la autora realmente viene a cuento. Caminito dice que sí se basó en gente que conoció en su vida y que, aunque frecuentó el lago y el pueblo de la novela, la historia contada no es la suya. Es, al viejo estilo, literatura pura y dura. La autora es, como Gaia, licenciada en Filosofía Política, pero bueno, de algún lugar hay que cosechar insumos para la ficción.
La carrera de Caminito (nacida en 1988) viene bien aspectada. El agua del lago nunca es dulce es su tercera novela, todas de estilo furiosamente realista y con notoria conciencia de clase. Hoy, luego de una gira promocional que la trajo hasta Montevideo, se encuentra en Córdoba escribiendo su cuarta novela. Tanto con El agua del lago nunca es dulce como con las anteriores ganó varios premios literarios de esos que implican fama y prestigio locales, pero que para el lector no italiano no son más que un poco de relleno en la solapa de los libros. La solapa en este caso enumera que sus obras ganaron los premios Bagutta, Berta, Brancati, Fiesole y Campiella y fue finalista al Premio Strega. Impresionantes logros, podría decirse, o cuando menos notoriamente sonoros.