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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl verso “Las palabras no entienden lo que pasa” (*) de hace casi medio siglo, escrito con otro sentido, se aplica al presente.
El concepto “golpe de Estado”, indisolublemente unido al de “dictadura”, en los últimos tiempos ha ganado espacio en algunos analistas latinoamericanos. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, utilizó ambos términos en una reciente comunicación pública dirigida al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
“Que nadie cometa el desatino de dar un golpe de Estado en tu contra, pero que tú tampoco lo des”, escribió Almagro, para agregar la advertencia a Maduro de que cumpla con la Constitución de Venezuela y no se convierta en un “dictadorzuelo más”.
Maduro respondió con insultos, como es su costumbre, y sostuvo que “la única dictadura [en Venezuela] es la conspiración existente” y que ante la amenaza de que haya “un golpe de Estado” su revolución debe defenderse mediante el decreto de “estado de conmoción interna [que restringe los derechos individuales más de lo que ya están constreñidos] para defender la paz y la seguridad”. Según último sondeo del Instituto Venezolano de Datos, al 86,8 % de los encuestados quieren “un cambio en la conducción del país”.
Dictadura. Es la forma de ejercer el poder del Estado concentrando facultades extraordinarias en un individuo, un grupo o una elite. Los sistemas constitucionales rechazan las dictaduras.
La experiencia histórica del siglo XX demostró que la aplicación de la dictadura, sea por gobiernos de facto, como por los autodenominados gobiernos revolucionarios, fracasó. Fue peor el remedio que la enfermedad.
En el imaginario colectivo latinoamericano “golpe de Estado” y “dictadura”, se asocian a violaciones de los derechos humanos, a terrorismo de Estado y ausencia de libertades básicas.
En comunidades de Europa del Este; en Rusia; en la actual China comunista; en Corea del Norte, el término “dictadura del proletariado”, tiene idéntica connotación negativa que para millones de latinoamericanos.
Golpe de Estado. Gobernantes de izquierda apelan a esa tónica discursiva por la cual sus adversarios políticos automáticamente son presuntos golpistas. Un reflejo que incide directamente en la alfabetización política de la ciudadanía. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, en setiembre de 2010, se apresuró a calificar de “intento de golpe de Estado” una huelga policial. Fue algo serio esa revuelta de funcionarios estatales armados, pero parece excesiva la denominación.
La ex presidenta, hoy procesada y embargada judicialmente, Cristina Fernández de Kirchner, en febrero de 2015 asoció al Poder Judicial de su país con intentos de golpe de Estado. Ella bautizó ese Poder estatal “el Partido Judicial”, que supuestamente pretendía desestabilizar a su gobierno, lo calificó de “nuevo ariete contra los gobiernos populares” (sic) y lo equiparó a los militares argentinos golpistas de 1976.
La destitución por 180 días de la presidenta Dilma Rousseff, reemplazada en el gobierno por su compañero de fórmula presidencial, Michel Temer, también es calificada por algunos políticos y analistas de la región como “golpe de Estado”.
El secretario general de la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), el colombiano Ernesto Samper, dijo que la destitución de Rousseff es un “golpe de Estado pasivo”.
Ocurre que Temer fue electo por los millones de ciudadanos que reeligieron a Rousseff en 2013. Que no es un advenedizo proveniente de “la derecha neoliberal”, como se le califica desde distintos sectores políticos y académicos latinoamericanos, sino que en un sistema de coaliciones partidarias, fue llevado al gobierno como el segundo de Rousseff.
Tan es así, que hoy penden sobre Temer acusaciones de corrupción y podría ser imputado de lo mismo que se investiga a Rousseff. Por ejemplo, de haber aceptado dinero ilegalmente obtenido para la campaña electoral reeleccionista que les llevó al poder.
No es serio argumentar que un candidato es válido para ganar en las urnas, pero que llegado el caso, no lo sea para gobernar. Eso es engañar a la ciudadanía, o si no, “las palabras no entienden lo que pasa”.
El canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa ha dicho que Rousseff “tuvo las garantías necesarias”. No habló de golpe de Estado, aunque al iniciarse la fase final del juicio político a la presidenta, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez fracasó en su intento de obtener de Unasur una declaración de apoyo a Rousseff.
Raúl Castro, heredero familiar de la “dictadura del proletariado” —es lo que define el programa del Partido Comunista Cubano— sostiene que en Brasil hubo “golpe de Estado parlamentario judicial”. El muerto se asusta del degollado, diría un paisano. Un régimen que desconoce desde hace décadas la separación de poderes, que irrespeta los derechos humanos de libertad de asociación, de prensa, que encarcela opositores, etc., etc., cuestiona un procedimiento establecido por la Constitución democrática de otro país…“las palabras no entienden lo que pasa”.
En otro contexto, el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, también califica de “golpe de Estado” el procedimiento aprobado por el presidente Juan M. Santos para llegar a la firma de la paz con la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), y convoca a una “resistencia civil” contra un acuerdo que, a su juicio, garantiza la impunidad y empareja a las Fuerzas Armadas con la guerrilla. Intentar llegar a la firma de la paz, en una iniciativa que apoyan la ONU, la OEA, Unasur, la Unión Europea, es vista como golpista. “Las palabras no entienden lo que pasa”.
Venezuela sufre un creciente proceso de autoritarismo en el que el presidente anticipa resoluciones y sentencias que en un Estado de derecho corresponden al Poder Judicial. Este Poder, a su vez, se aviene dócilmente a las exigencias presidenciales. El Consejo Electoral Nacional venezolano funciona a pedido del Ejecutivo. El régimen chavista desconoce la propia Constitución aprobada cuando tenía mayoría legislativa. Maduro dice que el Parlamento pronto desparecerá. Pero el ex presidente Mujica, en lugar de educar políticamente a sus conciudadanos y definir si su amigo que gobierna en el país caribeño es un demócrata, un dictador, un tirano, o un autócrata, elude una definición pertinente y la sustituye por un pintoresquismo más: [Maduro] “Está loco como una cabra”.
Realmente, como dijo el poeta, “las palabras no entienden…”
Hugo Machín
CI 1.312.624-1
(*) Poema del escritor y periodista
uruguayo Salvador Bécquer Puig (1939-2009)