N° 1953 - 18 al 24 de Enero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDespués de 13 años de gobiernos del Frente Amplio, los ciudadanos tienen una idea clara de qué pueden esperar, y qué no, si la coalición de izquierda conquista un cuarto mandato. La única duda que suscita tal hipótesis es qué cambios de comportamiento y de relacionamiento con las demás fuerzas políticas supondría el tener que ejercer el gobierno sin mayoría legislativa propia, como ha sido hasta ahora. Porque la verdad es que el breve interregno de la disidencia del diputado Gonzalo Mujica, que el propio legislador acotó explícitamente, no aportó mayores antecedentes ni dio pistas de cómo se manejaría el FA ante una situación permanente semejante.
Sobre todo luego de que el ministro de Economía, Danilo Astori, reconociera lo que la oposición y los sectores productivos señalan hace años: que la capacidad contributiva de los uruguayos está en su límite. Gobernar con mayoría legislativa en la bonanza económica, con recursos que parecían ilimitados, es una cosa. Gobernar sin mayoría y con restricciones impuestas para reducir el alto déficit fiscal debido al descontrol previo del gasto público, es otra cosa. Salvo que se abuse de la tarjeta de crédito como se ha hecho aquí, y como lo han hecho otros gobiernos “progre” de la región.
En la perspectiva de una elección reñida, en la que las fuerzas opositoras tendrían buenas posibilidades de asumir la responsabilidad de ejercer el gobierno, desde ya cabe la pregunta: ¿Qué nuevo escenario plantearía la alternancia política?
Como ocurrió en los años previos a toda elección, quienes gobiernan dicen que la oposición no tiene programa, no tiene ideas, no tiene equipo. Que el cambio es aventurarse en caminos desconocidos. Que un triunfo opositor retrotraería al país a su peor pasado, que se barrerían las conquistas sociales de estos años. Que el país se sumiría en la incertidumbre, la inestabilidad y el caos. Toda esta batería de argumentos ya fue usada, presumiblemente con éxito, en la campaña electoral del 2014. Pero como dice el refrán popular: tanto va el cántaro al agua…
Si bien falta mucho para la elección y se desconoce cuál será la oferta electoral sobre la que la ciudadanía deberá pronunciarse, lo cual no debe ignorarse, desde hace años todas la encuestas conocidas indican que el Partido Nacional lidera con amplitud las preferencias de quienes hoy se oponen al actual gobierno.
Eso, que habrá que confirmar en las urnas, parece otorgar a sus dirigentes más representativos un rol principalísimo en la configuración y articulación de un futuro gobierno. Tarea en la que tendrán que tener en cuenta la representación que logren las restantes fuerzas con las que hoy comparte la oposición: el Partido Colorado, el Partido Independiente y el Partido de la Gente.
Fuerzas con las que si bien han tenido hasta ahora un amplio campo de coincidencias en la crítica y en el cuestionamiento de objetivos, actitudes, comportamientos y políticas del frenteamplismo, habrá que ver si son capaces de acordar un programa de acción común, o al menos compartir cierta hoja de ruta y ciertas metas comunes para el quinquenio 2020-2025.
Porque esas amplias coincidencias en la crítica y el cuestionamiento al gobierno del FA no aseguran que, llegado el caso, se compartan ideas y responsabilidades para conformar un gobierno que actúe con coherencia y responsabilidad. Que rectifique rumbos y reoriente prioridades sin espíritu de revancha.
Las dudas surgen por tratarse de fuerzas que, además de rivalidades históricas y diferencias políticas e ideológicas, tendrán que afrontar una campaña en la que definirán representaciones legislativas y en la que no serán aliados sino adversarios. Campaña en la que la competencia generará rispideces y choques, en la que aflorarán —y se ahondarán— las diferencias.
Aun así, esas diferentes “visiones” de la realidad nacional e internacional sobre temas relevantes, esos énfasis particulares que tiene cada una de las fuerzas opositoras, resultan menos distantes que los que han quedado expuestos en el oficialismo en estos 13 años de “gobiernos en disputa”.
A menos de dos años de la primera vuelta de la elección presidencial y de la no menos importante elección legislativa, la oposición debería estar dando señales de su disposición a lograr un entendimiento respecto a ciertos temas en los que han tenido importantes coincidencias en estos años: educación, seguridad pública, inserción internacional. O en asumir un compromiso claro para emprender una reforma del Estado que profesionalice el proceso de selección de los directores de las empresas públicas y que les ponga coto al clientelismo y al amiguismo en la administración estatal. En asumir el compromiso de la plena vigencia del Estado de derecho y de no sancionar leyes que contravengan normas constitucionales. Algo obvio, por supuesto, pero que no lo ha sido en los últimos años.
La oposición no tiene que acordar ya un programa de gobierno, sino generar la idea de que un eventual triunfo suyo no supone la vuelta al pasado ni es un salto al vacío. Tiene que generar la idea de que existe la disposición y la voluntad de trabajar juntos en el futuro, ser capaces de generar expectativas, de despertar una esperanza promisoria especialmente en las nuevas generaciones, que desconfían y se alejan de la política y de los partidos. Enfrentar la apatía, el descreimiento, que debilita la democracia y que poco aporta a preservar la cohesión social, a afirmar la convivencia ciudadana.
Blancos, colorados, independientes, Novick y su gente, deberían hacer campaña e ir a la elección con sus énfasis, destacando sus ideas y sus propias propuestas. Como lo hacen, pese a todas sus “disputas”, los partidos y grupos que integran el Frente Amplio.
Pero hasta ahora, las señales políticas que se emiten desde la oposición refieren a enfrentamientos en filas nacionalistas.
Convencidos como están de que el Partido Nacional es la alternativa al gobierno del Frente Amplio, dirigentes blancos destacan sus diferencias para definir perfiles propios. Algo que, hoy por hoy, solo le importa y entusiasma a la militancia. Una movida para reclutar a unos pocos, pero que despierta rechazo en el ciudadano común, despolitizado, que es el que finalmente con su voto decide cada elección.
Los blancos irán a la interna con varias candidaturas. Si desde ahora las disputas dominan la interna blanca, puede ocurrir que en vez de movilizar y sumar, al final la pelea debilite el posicionamiento del partido en el escenario político del próximo quinquenio.
Los dirigentes nacionalistas deberían encarar sus próximos pasos asumiendo la sabia recomendación de que no se debe vender la piel del oso antes de cazarlo. Porque si bien las encuestas —y la última elección— registran una diferencia muy apreciable respecto a su rival tradicional, el Partido Colorado, en los más recientes comicios nacionales y departamentales se ha demostrado que las fronteras entre ambas colectividades son bastante frágiles, difusas, y que muchos electores las han cruzado una y otra vez, en una y otra dirección, con total naturalidad. Sin sentir que violentan convicción alguna.
En los tiempos que corren, cada vez más, los ciudadanos definen su voto por la atracción —o el rechazo— que generan los candidatos, más que por partidos o por sus programas.