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    ¿Quién va a ganar?

    Ni Luis Eduardo González se animó a hacer un pronóstico sobre quién va a ganar en las elecciones del 2019, tema que de alguna forma abordó en una de sus últimas columnas.

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    Quizás esta preocupación que ataca tan anticipadamente a los uruguayos sea por escaparle a la realidad y para aliviar el día a día con esperanzas inciertas, en un entendido de que todo tiempo futuro será mejor.

    Tal ansiedad parece que también ataca a la dirigencia política, puesta en el gobierno o en la oposición, con la ventaja para los primeros de que mientras tanto van haciendo lo que les parece sin que nadie les dé una buena trancada. Como que la oposición está más pensando en el próximo partido, sin tomar en cuenta la goleada del momento.

    Pero las cosas son así. Hace unos días nos juntamos unos cuantos colegas, viejos amigos, para hablar un poco de todo. De lo pasado, de hoy y del futuro: rápidamente uno lanzó la pregunta: Vamos a ver, ¿quién gana las próximas elecciones?

    Poco importó que aún faltasen tres años, cada uno tenía alguna respuesta. Y conste que estoy hablando de profesionales serios, de larga trayectoria, que saben de “la cocina política”, y de todas aquellas cosas que están subyacentes y sobrevolando.

    Noté una casi total coincidencia: “el Frente está para perder, pero por ahora no hay nadie que le pueda ganar”. La gente no los quiere, pero no tiene a quien, por lo menos, empezar a querer.

    En realidad es una forma de decir nada. Lo curioso es que tal escenario es el mismo que se planteaba, con más o menos entusiasmo y certeza, en las dos últimas elecciones: “El Frente está para perder…”.

    ¿Y?

    Es como decir “va a volver a ganar el Frente”.

    Lo que falta son los ¿por qué?

    ¿Por qué no pierde? Y ¿por qué no hay nadie que le pueda ganar?

    Uno de los amigos lanzó un pronóstico diferente: “Gana Mujica, pero sin mayoría”.

    Lo que en realidad planteó fue una buena hipótesis a partir de la cual trabajar respecto a esos “¿por qué?”.

    Para comenzar: las informaciones que vienen de tiendas de Mujica son más bien contradictorias. El propio Mujica lo es. Puede que en cualquier momento él mismo lo salga a aclarar. Si dice que sí, queda despejada una incógnita y si es no, habrá muchos que no terminarán de desechar la posibilidad; de que se arrepienta; de que se desdiga.

    Porque más allá de lo que piensa, resuelva, quiera o le convenga a Mujica, está lo que piensan y les conviene a otros.

    Dentro del mujiquismo se teme que si el jefe deja vacante la candidatura —la eventual candidatura— se le desboque el movimiento. Ya pasó con las internas recientes. Cuanto más se posterguen esos enfrentamientos mejor; hay que espantar a las tentaciones: por ejemplo, las de ser el heredero, el delfín, el sustituto. Sobre todo ahora que Raúl Sendic ha quedado fuera de carrera, prácticamente.

    Al propio gobierno le conviene mantener latente la candidatura de Mujica. Esto es, le conviene al presidente Tabaré Vázquez. Lo que a este le sirve es que la oposición comience a criticar desde ya a quien será el contrincante en el 2019, es decir, a Mujica, y se olviden de él. Le viene bien que hagan lo que ya están haciendo: marcar las diferencias entre uno y otro líder frentista con claro sesgo favorable a Vázquez y que critiquen la gestión de Mujica; en definitiva “una herencia” con la que carga el gobierno de Tabaré. En fin, lo que a Vázquez le conviene es que la oposición destaque y explique esas cosas y que se vaya distrayendo.

    La oposición debería evitar entrar en ese corral. El problema debería ser el Frente. Ambos son líderes frentistas y no hay tal herencia: se trata de la gestión de un único partido. No deberían distraerse.

    Quizás por ahí pasan algunos de los ¿por qué? Otro tendría que ver con lo de “sin mayoría”.

    ¿Cuántos votos necesitaría el Frente Amplio para ser mayoría en Diputados? ¿No le alcanzaría con cuarenta, por ejemplo?

    El Frente, por disciplina y por lo que sea, vota unido, no se equivoca en sus prioridades y si está en el gobierno, la primera es manejar el poder.

    No hay ningún elemento para pensar, viendo la realidad de los últimos períodos, que un gobierno de la izquierda sin mayorías absolutas tendría problemas para gobernar. Basta con ver hoy lo que han sido “los diálogos” y las diferentes posiciones asumidas o pensar en la apertura de nuevos espacios “no confrontativos” y etc., etc.

    Si ahora que prácticamente el Frente “la deja afuera” en todo lo que importa, la oposición no logra formar un bloque sólido y unido, no parece que sea muy difícil para un gobierno frentista sin mayorías, conseguir los votos faltantes.

    Uno supone que todos los partidos de la oposición deberían tener una única prioridad: que la izquierda no siga en el gobierno.

    Sin embargo, no es lo que se ve, ni lo que se planea. No pasa por sacar dos o tres diputados y uno o dos senadores más.

    Se dice que el Frente está dividido y tiene una crisis interna. Puede ser, pero cuando llegan las de votar conforman un solo bloque.

    La que sí está dividida y no con una, sino con varias crisis internas, es la oposición: la de los colorados  multitudinaria, la de los blancos aparentemente in crescendo, Novick aprovechándose de estos descontentos y crisis, pero sin sumar aire fresco, aire que venga de afuera y no el que genera un ventilador en un ambiente cerrado y viciado.

    Quizás sea por ese tipo de cosas que hay quienes creen que no hay quien pueda ganarle al Frente.