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    ¿Veranos eran los de antes?

    No es broma

    Como la mayoría de los uruguayos, y, por lo tanto, de los montevideanos, Fortunato es aspiracional.

    Le gusta viajar (le gustaba, cuando se podía) aunque fuera cerca del país, a otras tierras, a ver cosas lindas, interesantes, gratificantes. Y si no viajaba, se conformaba con ver programas en la tele en los que se exhibían hermosos paisajes, ciudades, pueblecitos perdidos, castillos, palacios, lindos paisajes, tropicales o nevados, ríos, playas, montañas, gente linda.

    Ahora, en pleno verano, Fortunato recordaba durante la cena aquellos programas estivales de televisión, que llevaban distintos títulos, Verano del…, Viva el verano, Todo Punta, Sol y playa, y sus hijos lo miraban como a un bicho raro.

    Para agrandar la brecha generacional, algo que está tan de moda, les recordó a los muchachos (con la diligente ayuda de su esposa) a los periodistas de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado que, desde los múltiples diarios en circulación de entonces, recogían coloridas crónicas de los acontecimientos sociales que pautaban la vida de la costa atlántica uruguaya.

    A pesar de que él no había nacido aún, tenía muy vívidos los cuentos de sus padres, que le relataban muy seguido el cambio histórico que había sido el Primer Festival de Cine de Punta del Este, impulsado por el pionero Mauricio Litman en 1951.

    —Imagínense —les decía a los muchachos—, vinieron nada menos que Gérard Philippe, Gina Lollobrigida, Debbie Reynolds y Ava Gardner, ¿se dan cuenta? ¡Y Cantinflas!

    Apenas si obtuvo algún “¿quién?” de sus hijos, hasta que para ejemplificarles con alguien que todavía sigue habitando en los medios, como entonces, les informó que también había estado la interminable Mirtha Legrand, que entonces era una actriz de cine.

    —¡Qué vejestorios! —dijo uno de sus hijos.

    Reflotando sus propios recuerdos, Fortunato les mencionó las crónicas de Jorge Cravea en El Día, y les recreó el estilo del recordado cronista de los placeres mundanos de nuestro principal balneario.

    —Imagínense —les dijo—, algo así como “anoche vimos cenando en El Floreal a la refinada dama de la sociedad  porteña Mariquita Unzué Alvear de Blaquier Anchorena, que vestía un inefable modelo de Balenciaga de color rosa estampado con mariposas fucsia. Estaba acompañada del distinguido caballero argentino Marcelo de Azcuénaga Anchorena, alias Chelo, integrante del cuarteto triunfador en el último campeonato de polo de su país, el Abierto de Palermo. Él vestía elegante blazer color hielo de tela piel de tiburón y fumaba un puro Churchill de Davidoff. De la orquesta en vivo surgían los arpegios de los valses de Strauss, seguidos más tarde de los boleros de la orquesta de Armando Oréfiche, antiguo integrante de los Lecuona Cuban Boys. Muchas parejas bailaban con elegancia y distinción”.

    —Papá, parece sacado de un libro de cuentos para adolescentes del siglo pasado, ¡qué ridículo! —comentó uno de los muchachos.

    Le esposa de Fortunato recordó también los saraos que organizaba Alfredito Etchegaray, a los que asistían (o al menos él insistía en que asistirían) el torero Dominguín, Grace Kelly, que era la esposa del príncipe Rainiero de Mónaco, Brigitte Bardot, el Aga Khan y Rita Hayworth.

    —No puede ser que estén tan anclados en la historia —reprochó otro de los hijos, y la cena se fue desvaneciendo.

    Fortunato se fue a su sillón del living a ver el noticiero de cierre con su copita de vino.

    —Nuevamente fueron disueltas 14 aglomeraciones en Punta del Este, dispersándose una multitud de jóvenes bastante agresivos, muchos de ellos alcoholizados —arrancó el informativista, mostrando imágenes de jóvenes lanzándole piedras y botellas a los policías que intentaban disuadir a los jóvenes sin tapabocas y con unas boquitas de lo más malhabladas—. También se detuvo a cuatro de los organizadores de fiestas clandestinas convocadas a través de las redes sociales, en chacras marítimas de la zona de José Ignacio. Uno de ellos fue formalizado por desacato, al haberse tomado a golpes de puño con uno de los uniformados que procedían a su detención.

    —Más de lo mismo —dijo para sus adentros Fortunato, a quien se le cerraban progresivamente los ojos del sueño y la monotonía informativa.

    El informativista prosiguió con una novedad, pero Fortunato no atinaba a darse cuenta si era la realidad o un sueño.

    —Como complemento informativo —dijo—, hemos decidido agregar otro tipo de noticias, que de alguna manera recogen otra parte de la actividad de nuestro principal balneario.

    La cámara muestra entonces a una notera dentro de un supermercado.

    —Estamos ahora en este importante centro comercial de la avenida Roosevelt, todos con tapabocas, como exigen las precauciones de esta hora, y encontramos, a ver, señora, su nombre por favor. Se llama Shirley Fernández. Muy bien señora, ¿qué la trae por aquí?

    —Mire —dice la doña—, acabamos de comprar dos bolsas de arroz porque esta noche vamos a hacer un guisito con huesitos y recortes de cordero que quedaron de un asadito que hizo el Pocho anoche en la barbacoa del ranchito que alquilamos en la parada 45 de la Mansa. Con los nenes, ¿vio? Porque no está para andar yendo a comer pizza o hamburguesas por Gorlero, eso queda para el fin de semana, que ya termina esta semanita que pudimos financiarnos con el aguinaldo del Pocho, que trabaja en una metalúrgica, y ahí nos despedimos de las vacaciones, nunca habíamos podido venir por acá antes. También los vamos a llevar a comer un heladito y después vamos a caminar mirando vidrieras, que es muy lindo acá.

    Fortunato no supo si veía aquella escena o la soñaba, pero en su reflexión somnolienta pensó que la pandemia es democrática no solo entre los que se enferman, sino también entre los que no se contagian y pueden acceder a lo que nunca habían tenido antes.

    Cómo han cambiado las cosas…