—¿Usted dice que es falso lo que dicen de usted un grupo de mujeres, algunas de ellas ex tupamaras, en cuanto a que cooperó con los militares para que fueran torturadas?
—Sí. Yo no conozco a ninguna de esas mujeres. Y, además, como le dije a la jueza, ninguna de las mujeres que yo conocí está en esa lista de denunciantes.
—Pero hay denuncias muy graves. La tupamara Alba Antúnez dice que lo vio a usted mirando mientras los militares la torturaban a ella. ¿Qué dice sobre eso?
—Eso es falso. Pero, ¿qué pasa? Yo no puedo demostrar que no estaba. Es una palabra contra la otra. Es la prueba diabólica. ¿Cómo voy a demostrar yo que no hice una cosa? Sin embargo, Legnani, Méndez y el capitán Lucero, todos dicen que yo era un preso más. Y dicen que jamás participé en operativos. Es más: Orosmán Pereira se presentó a declarar voluntariamente para decir que yo marqué en la calle a un tal Nieto, yo le pregunté “qué Nieto” y dijo que no sabía. Cuando el careo termina y Pereira se despide, se acerca a mí, me da la mano y me dice “que tenga suerte”. Y yo le respondí: “Te lo podías haber ahorrado porque vos sabés que esto es una mentira”. Y repitió “suerte” y se fue. Creo que la fiscal Llorente escuchó esta conversación porque estaba sentada al lado de mí.
—Entonces, ¿usted no acepta haber cooperado con los militares en ningún sentido?
—No. Lo que digo es que las acusaciones que se me inventaron ahora son totalmente falsas. Yo acepto mi colaboración en los términos que están planteados en el libro (“Palabra de Amodio”). Si me hubiesen pedido más colaboración, quizás lo hubiese hecho, dada la situación en la que estaba. Los líderes tupamaros me habían condenado a muerte acusándome de la “entrega” de la “cárcel del pueblo”. Adolfo Wassen ya había asumido su responsabilidad por ese hecho pero me advirtió: “Vos vas a ser la cabeza de turco”. Entonces, yo me planteo que tengo que buscar una solución no solo para mí sino también para Alicia Rey Morales, que era mi compañera y después fue mi esposa.
—También fue denunciado por su pasaporte español con identidad cambiada…
—Esa denuncia está archivada.
—Pero le retuvieron el pasaporte…
—Me lo retuvieron a instancias del Ministerio del Interior, como escribió la jueza. Espero que me lo devuelvan porque es un documento legal español que no tiene nada que ver con la situación del Uruguay. Si no me lo devuelven, incurrirían en una ilegalidad. Yo espero que España certifique nuevamente que, a todos los efectos, yo soy ciudadano español. Y digo “nuevamente” porque ya lo hizo en estos días, cuando saltó toda esta parafernalia que se montó aquí.
—Usted dice que el pasaporte está retenido “a instancias del Ministerio del Interior”. Pero en Uruguay hay separación de poderes. El Poder Ejecutivo no le puede dar órdenes al Poder Judicial…
—…eso se dice. Pero le han dado la orden a la jueza. Ella lo reconoce cuando dice que “a repetidas instancias” del Ministerio del Interior o de la Dirección Nacional de Migraciones, no recuerdo bien, es que me es retenido el pasaporte. No sé por qué me retienen el pasaporte. Quizá sea para que no me escape porque sigue vigente el cierre de fronteras para mí, contra Walter Correa, que es mi identidad española. Y también está el cierre de fronteras para Héctor Amodio Pérez. No sé para qué me pidieron que gestione la cédula de identidad y posteriormente el pasaporte a nombre de Amodio Pérez si no me dejan salir.
—¿Usted confía en la justicia uruguaya?
—Yo tengo que confiar en la justicia uruguaya. Porque si no confiara, ¿qué hago? Yo confío en que la fiscal pida el archivo del caso porque no hay elementos para imputarme nada.
—En los interrogatorios y careos, ¿le hicieron preguntas o comentarios que usted considere capciosos o contrarios a su posición?
—Sí. La fiscal me hizo una sola pregunta en todos los careos: “¿Cómo conoce usted, Amodio, la organización del 9º de Caballería, si Lucero no se acuerda?”. Yo he respondido que es muy sencillo: Lucero no se acuerda porque está enfermo. Además, los capitanes del 9º de Caballería, cuando yo estuve detenido ahí, venían, se presentaban y me daban la mano. Y me decían qué cargo tenían. Por eso yo me acuerdo de que el S2 (responsable de la información y de los procedimientos) no era Arsenio Lucero, que era un escribiente, sino Gómez, que había un capitán Martínez, un teniente Abella y que el comandante era González de apellido. A mí me parece que la fiscal, por medio de esa pregunta, lo que pretende es “probar” que es tanto el conocimiento que yo tengo de esa unidad militar, que simplemente yo era “uno más” entre los militares.
—¿Usted está preparado para ir a la cárcel otra vez, ahora acusado de violar derechos humanos al lado de los militares de aquella época?
—No.
—Pero si la fiscal y la jueza lo procesan con prisión, ¿usted qué va a hacer?
—No le puedo decir lo que voy a hacer.
—No puede hacer mucho si eso ocurre: o va a la cárcel o hace alguna cosa muy grave…
—…yo tendré que buscarme la vida. Pero preso no voy a ir. Iré viendo el panorama y en su momento tomaré la medida que crea necesaria. Pero no voy a adelantarla.
—De todas las reflexiones que usted hace ahora y las que ha hecho en declaraciones previas, cualquiera puede deducir que los dirigentes tupamaros eran un grupo de improvisados e irresponsables. ¿Usted cree eso?
—¡Claro! Eran unos aventureros. Aníbal de Lucía se ríe de Jorge Zabalza en cuanto a que conocían el campo y que desde los montes del Queguay iban a hacer la revolución. Eso es para reírse. Pero yo, como estaba adentro, vi que era un problema serio y no me lo tomé a broma.
—Usted mencionó antes a Alicia Rey Morales. ¿Por qué, cuando aceptó cooperar con los militares en 1972, hizo tanto hincapié en que también ella recibiera los beneficios que usted consiguió? ¿Ella está viva ahora?
—Sí, está viva y reside en España. Yo pedí por Alicia porque era mi pareja desde 1966. Además, ella tenía méritos suficientes para que la dejaran tranquila. En 1972, ella se entregó para salvar a José Mujica, entre otros tupamaros.
—¿A qué se refiere?
—Nosotros estábamos en un local de la calle Víctor Haedo en 1972. Éramos Rodolfo Wolf, José Mujica, Carlos Rodríguez Ducós (que luego moriría en un tiroteo), Alicia, la hija de la dueña de la casa de Víctor Haedo y yo. Las fuerzas de la Marina dan con el escondite y nos escapamos por las cloacas. De todos los que estábamos ahí, el único que conocía el camino de las cloacas era yo. Bajamos y, durante cuadras y cuadras, Mujica fue atrás de mí agarrado de mi cinturón porque aún estaba convaleciente de las operaciones que le hicieron cuando le pegaron tres o cuatro tiros la última vez que había sido detenido. En determinado momento, nos dimos cuenta de que Alicia no podía seguir. Iba gateando porque convalecía de una fractura espantosa en su pierna derecha. Yo le dije a Wolf: “Así no podemos seguir”. Él me respondió que conocía un sitio para pedir ayuda. Entonces yo les dije a Alicia, Mujica, Rodríguez Ducós y la muchacha: “Sigan recto porque van a encontrar una bifurcación; tomen a la derecha, van a ver una especie de explanada, quédense ahí, esperen y los vamos a buscar”. Ellos siguen y nosotros, con Wolf, vamos por otro camino y salimos a la calle frente a Kibón. Ahí “apretamos” a un taxi (N. de R.: secuestraron a un taximetrista) y anduvimos 15 o 20 minutos hasta llegar a la casa de Marcelo Estefanell, que nos dio comida, ropa seca y nos bañamos. Pero, por el mismo lugar por donde habíamos salido nosotros, funcionarios de Inteligencia y Enlace de la Policía entran a las cloacas. Y, ya abajo, empiezan a los tiros adentro de los caños. Cuando Alicia oye la balacera, le dice a Mujica: “Yo me entrego y ustedes siguen”. Mujica, Rodríguez Ducós y la muchacha siguieron, llegaron al lugar que yo les había indicado y escaparon. Alicia fue atrapada por la Policía, que la sacó de los pelos del lugar, creyendo que era la única ahí abajo.
—¿Por qué le importa tanto ahora limpiar su nombre, luego de más de 40 años en España, donde llevaba una vida tranquila, a sus 78 años de edad?
—Por mi familia en Uruguay. Ellos sufrieron el estigma del traidor. Tengo cinco hermanos menores y sus hijos, es decir, mis sobrinos, que han crecido con el estigma de que Amodio fue el traidor. Mi hermana Ana María era militante del Frente Amplio y la echaron en los años 90 del comité donde ella militaba por llamarse Amodio Pérez. Un día vi por Internet una carta de una sobrina mía en la que decía que “Amodios hay muchos”, que ellos cargaban con la cruz de la traición, pero que ellos no eran como Héctor Amodio Pérez. En estos días, esa sobrina me pidió perdón aquí, en Montevideo. Mi sobrina es hija de un hermano mío que en 1972 intentó con mi padre vender en Argentina a la revista “Siete Días” mi manuscrito; les respondieron que no con el argumento de que el gobierno del momento los iba a fusilar si publicaban eso. Por eso, después hablé con (Federico) Fasano, que terminó traicionándome, falseando toda la historia.
—¿Pero por qué tantos años de silencio?
—Ni Alicia (Rey Morales), ni nuestro hijo español, ni mis familiares de Montevideo querían que yo siguiera adelante con la historia. Yo tengo cartas de mi hermano Juan Carlos en que me dice: “Vos te fuiste, te salvaste, disfrutá de la vida, pero no sigas”. Por eso yo me callé durante muchísimos años. Pero un día del año 2013 exploté.
—¿Por qué?
—Porque Zabalza venía diciendo que había que conocer la verdad y el primero que la ocultaba era él. Muchos se aprovecharon de mi silencio para construir historias mentirosas sobre lo que pasó en aquellos años. Zabalza, pero también Fernández Huidobro, Marenales, Sendic, Mujica y algunos periodistas que escribieron libros “comprando” los paquetes que les vendieron esos y otros dirigentes tupamaros.
—¿Cómo fue su acuerdo con los militares para salir del país? ¿Qué condiciones tenía que cumplir?
—No tenía ninguna condición. Yo me iba y punto. Y no iba a volver. ¡Si estaba condenado a muerte por el MLN!
—Usted ha acusado a Wilson Ferreira Aldunate de haber intentado propiciar un golpe de Estado para derrocar a Bordaberry, con la ayuda de los tupamaros. Es una acusación muy fuerte que ha sido respondida, entre otros, por Juan Raúl Ferreira en términos muy duros. ¿Usted qué dice de eso?
—Que Juan Raúl Ferreira es un payaso. No sabe de la misa la mitad y opina lo que quiere. Aquí cualquiera puede hablar, decir y publicar, menos yo. Han dicho por ahí que una cosa es salir a negociar la rendición incondicional, como hizo Fernández Huidobro, y otra cosa es salir a delatar gente.
—Y sí; son cosas diferentes…
—…claro que son cosas distintas. Pero yo no salí a delatar gente y él salió a negociar la rendición incondicional y ese proceso culmina con la detención de Sendic, fraguada en el cuartel del Florida por Fernández Huidobro, Rosencof, Marenales y Mujica.
—¿A usted nunca lo torturaron?
—Nunca.
—¿Por qué, si usted era uno de los dirigentes principales del MLN?
—Porque cuando yo fui detenido pensé: “Me van a torturar”. Entonces, antes de salir del local donde me atraparon había un saco en el respaldo de una silla donde yo tenía un tubo de Valium que pensaba usar para matarme cuando viera la situación cruda. Cuando me mandan al plantón en el Florida, me tomo las 50 pastillas para suicidarme. Pero me agarran, me hacen un lavado de estómago y aparece (el entonces capitán Carlos) Calcagno. “¿Qué hiciste, Negro?”, me pregunta. Calcagno era pariente de Elsa Vera de Amodio, una tía mía a cuya hija conocí ahora, en este viaje a Montevideo. A raíz de eso, Calcagno me dijo que a mí no me iba a pasar nada. La hija de mi tía, que ahora es una mujer de 50 años, sabe esto porque me contó cómo su madre periódicamente le recordaba a Calcagno la promesa que él le había hecho en cuanto a que a mí no me iban a tocar.
—Los Amodio Pérez, sus hermanos, sus sobrinos, ¿de que filiación política son?
—Yo creo que todos votan al Frente Amplio. Por ejemplo, si usted entra en la página de Facebook de mi hermano Juan Carlos, verá que él es frentista.
—¿Qué opina sobre el ex presidente Mujica?
—Fue un gobernante honrado. Su apariencia de austeridad, tan comentada en todo el mundo y particularmente en España, es genuina, porque siempre vivió así. Es consustancial a él. Él es así. Pero, desde el punto de vista intelectual y particularmente con respecto a mi persona, ha sido un mentiroso que se ha servido de una situación que él sabe que es falsa. Él sabe que la acusación que ahora me hacen a mí con el propósito de procesarme no es válida. Él sabe que dejó tirada a Alicia.
—Pero, de acuerdo con el testimonio que usted acaba de dar, esa fue una decisión de ella…
—…pero él no hizo absolutamente nada por ayudarla. Aunque, es verdad, ese es un reproche menor que yo le hago. Lo que sí le reprocho seriamente es que no haya reconocido públicamente que Alicia hizo eso.
—Dos días antes de abandonar la Presidencia, Mujica firmó un decreto para fundir armas incautadas a los tupamaros con armas de las Fuerzas Armadas de la época con el propósito de hacer un monumento para superar las heridas del pasado. ¿Usted qué opina de eso?
—Que está bien inspirado. Ahora, Mujica puede perdonar a los torturadores, puede perdonar a los que dieron el golpe de Estado, puede superar el pasado con todo el mundo, pero yo no entro en esa “etapa superadora”. Yo me pregunto por qué. Están dispuestos, Mujica y Fernández Huidobro, a superar el pasado con Gavazzo, pero no están dispuestos a hacerlo conmigo. ¿Por qué perdonaron a Mario Píriz Budes? ¿Por qué nunca lo condenaron a muerte como a mí? Él pudo vivir tranquilo y yo no. ¿Por qué? Creo que es porque yo me opuse a los planes delirantes de 1972, mientras Píriz Budes, que también era discrepante, disciplinadamente los llevó adelante.
—¿Ustedes eran amigos con Fernández Huidobro, con Marenales, con Sendic?
—Fernández Huidobro fue un ángel salvador para unos 20 tupamaros que tuvimos que refugiarnos en un local conocido como Marquetalia, en Pajas Blancas, después de la detención de José Luis Nell Tacci, un argentino del Movimiento Nacionalista Tacuara, en 1967. Esa detención nos costó toda la infraestructura que se había montado en los balnearios de la costa este. Nell era un irresponsable total que llevaba en sus bolsillos cuando lo arrestaron los boletos de los ómnibus que usaba para ir a ver a Sendic. Porque era el secretario de Sendic. A raíz de esa detención, una cantidad fuimos a parar a Pajas Blancas. Y Fernández Huidobro iba los fines de semana para quedarse con nosotros en Marquetalia. Y era el único contacto que teníamos con el exterior. Por eso lo esperábamos como a un ángel. ¿Si éramos amigos? No necesitábamos decirlo: éramos todos amigos, aunque no nos conociéramos. Estábamos en la misma.
—¿Usted cree que hubo muchos tupamaros que “cantaron” ante los militares?
—No es que yo lo crea: lo han dicho ellos mismos, empezando por Zabalza. Por ejemplo, Donato Marrero, uno de los que se ha tirado contra mí, estaba casado con una sobrina del coronel Ramón Trabal y era uno de los que “marcaba” tupamaros en la calle. Pero Marrero fue perdonado por el MLN, a pesar de que todos saben lo que hizo.
—Usted y su pareja son militantes de Izquierda Unida en España. Pero Izquierda Unida le ha dado la espalda en un comunicado público. ¿Cómo evalúa eso?
—Es un grandísimo error de un compañero, a quien no conozco personalmente, que ha hecho un comunicado en base a la información que ha recibido desde Montevideo. Yo le mandé un mail a este compañero con un pedido fraterno de que se informe y rectifique. Mi pareja, que es concejal de Izquierda Unida, le ha pedido una entrevista y aún no le ha contestado. Yo soy coordinador de Izquierda Unida en Cobeña, un pueblo de Madrid cercano a Barajas.
—¿Qué opina de Podemos, el nuevo movimiento político español?
—Buena pregunta. A Izquierda Unida no solo le está ocupando el espacio, sino que la ha perjudicado mucho. Podemos es una organización de características populistas, que se apropió del lenguaje que la izquierda tradicional abandonó, en aras de lo “políticamente correcto”. Entonces ellos agitan a la gente en un momento en que la sociedad española está en crisis y donde la corrupción en los gobiernos es gigantesca. Podemos canalizó la indignación de mucha gente. Aunque ahora está bajando su popularidad y ya se está decantando. Incluso ya le aparecieron algunos hechos de corrupción, parecidos a los del Partido Popular y a los del PSOE.
—En 1961, Ernesto “Che” Guevara vino a Uruguay y en la Universidad de la República, desaconsejó claramente seguir el camino de la lucha armada en Uruguay. ¿Por qué ustedes no le hicieron caso?
—Porque estábamos convencidos de que desde la ciudad se podía hacer la revolución. Además, ¿qué iba a decir el Che? Era un funcionario del gobierno cubano de visita en un país amigo. ¿Qué iba a decir en un acto público?
—Podía no haber dicho nada.
—Sí, pero nosotros pensábamos que el Che estaba equivocado.