La tarde es gris. Una más de las tantas de invierno. Un sábado frío, de lluvia copiosa y constante. Los lugareños estiran la siesta o se encierran en sus casas alrededor de la estufa. La plaza de la ciudad está vacía y reina la oscuridad salvo por una luz lúgubre al otro lado de la calle. Es el club de bochas que desde el 16 de abril hace las veces de iglesia, pasando de los parroquianos del bar a los fieles de Cristo. Uno a uno entran, se arrodillan y se persignan. Son unos 20, en su mayoría veteranos. En el improvisado altar, el padre Gustavo Saavedra ultima los detalles para la misa de las 18 horas. Un cura petiso, de unos 50 años y lentes, que hace casi tres meses tiene una tarea compleja: dar respuesta a decenas de personas que se le acercan buscando consuelo y palabras de aliento.
—¿Cómo se lo explica a la gente?
—Es difícil. Desde la espiritualidad. Es un misterio de la naturaleza. Y aun en el desastre del tornado estuvo la mano de Dios. Pudo ser mucho peor.
El 15 de abril de 2016 sobre las 17 horas la historia de Dolores cambió. En tres minutos un tornado atravesó la ciudad a 300 kilómetros por hora. Fueron 180 segundos que mataron a cinco personas. William Espantoso (22 años) trabajaba en un taller mecánico y apenas atinó a refugiarse en un auto. Una viga le cayó encima. Su colega Carlos Mateu (58 años) murió en otro taller. A él lo mató una pared que se vino abajo como si fuera de cartón. El sodero Domingo Menge (54 años) estaba en medio del reparto y el tornado lo encontró en la calle. Voló, fue aplastado por otro vehículo y murió. Felipe Bentancur, un jubilado de 70 años, falleció cuando se derrumbó el techo de su casa. Y Celina Torres, una vecina de 66 años del barrio Altos de Dolores, el más afectado por el fenómeno meteorológico, perdió la vida a causa de las heridas sufridas cuando una parte de su casa se le cayó encima.
Tres meses después el tornado aún sigue. Está en las ruinas de la iglesia con peligro de derrumbe, en el improvisado techo de lona del hospital, en las casas a medio caer, en las pilas de escombros en las veredas, en el cementerio de chapas y autos aplastados. Pero sobre todo la catástrofe se adueñó de la cabeza de los 17.000 doloreños. Sea cual sea el tema de conversación aparece el tornado y sus consecuencias.
Tito Gorostiaga, como lo conocen en Dolores, es el dueño del restaurante Los Faroles. El tornado no tocó su comercio pero cuando pasó la tragedia fue a dar una mano. Rescató a un niño que, como él dice, “estaba muerto” y ahora lo sigue yendo a ver al hospital en Montevideo, donde ya lo operaron varias veces. A Tito se lo ve activo, habla de la renuncia de Lionel Messi a la selección argentina, de cómo prepara la pasta casera, pero enseguida aparece el tornado: “Me pasaron a psiquiatra”, dice.
Los médicos que visitaron la zona hablan del estrés pos traumático y de lo bueno que es hablar del tema para salir del shock y evitar consecuencias peores. Vecinos consultados por Búsqueda contaron que ante la desesperación de sentir que perdieron todo hubo intentos de suicidios. Entre los afectados hay gente que tenía su negocio junto a la casa y que el tornado se lo llevó todo de un tirón.
Por eso, la Iglesia reunió un equipo de psicólogos que los sábados por la tarde reciben en el mismo club de bochas a quienes quieran ir para realizar terapia de grupo y contar lo que vivieron.
Como se puede.
La catástrofe arrasó con el 40% de la ciudad. De las 6.196 viviendas, 700 se convirtieron en escombros, otras 700 quedaron para demoler y 800 para reparar. Los dos liceos quedaron destruidos, cuatro escuelas dañadas y el hospital está con peligro de derrumbe. Algunos comercios se recuperaron, como la zapatería DaPie, cuyo video de las cámaras de seguridad se viralizó en las redes sociales al captar el paso del tornado. Pero apenas cruzando la calle hay casas destruidas.
El tornado atravesó la ciudad en diagonal. La suerte de su trayecto hizo que a dos cuadras de donde se voló por completo el techo de la empresa de transporte Intertur apenas haya quedado un árbol caído. En los barrios pobres de Altos de Dolores y Cadol aún hay pilas de chapas amontonadas. Allí es donde se ve la mayor desazón. “Es la tercera vez que vienen a relevarme. Me preguntan el padrón, ven cómo está mi casa, pero a arreglarla todavía no viene nadie. Me tienen podrido”, dice un vecino. En la portera de su rancho pintó el número de padrón y una carita feliz.
María Moraes es la representante del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (Mvotma) en Dolores y quien debe responder a la necesidad de los afectados. Asegura que con unas 300 viviendas nuevas “se cubren las necesidades y se mejora la situación previa”.
El pronóstico es que para fin de año se solucionarán 100 viviendas: 40 ya las recuperó el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, otras ocho que necesitaban refacciones las completó el Movimiento de Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural, otras 25 ya las comenzó a construir el Mvotma y otras 30 serán las casas prefabricadas de la constructora privada Schmidt. Por otra parte, la Intendencia de Soriano acordó con la constructora Ebitel donar predios comunales destinados a entre 80 y 120 viviendas.
“Se está avanzando al ritmo que se puede. No es acorde con la urgencia que tiene la gente. Lo sé, pero los tiempos de la construcción son los que son”, dice Moraes, quien semanas atrás recibió una carta del Municipio de Dolores donde vecinos le manifestaban su “preocupación” por la falta de avances en los dos meses después del tornado.
En los primeros días tras la tragedia, el Mvotma repartió más de 300 canastas con materiales para que los que pudieran comenzaran a reparar sus hogares. También se anunció una línea de créditos para los damnificados con diferentes facilidades según la gravedad de cada situación. Los préstamos serían sin intereses y podrían devolverse en un plazo de 10 años con nueve meses de gracia. Hubo familias que tomaron los créditos y se encontraron con que ahora cambió la modalidad. “Tuvimos que hacer ajustes”, dice Moraes. El gobierno decidió no habilitar esas líneas de crédito y que tanto las refacciones como reparaciones sean sin costo, pero que las haga el Mvotma. En su lugar ofrecerá otro tipo de créditos a través del Banco Hipotecario que presentará a la comunidad de Dolores el próximo lunes.
La oportunidad.
Hay quienes ven la destrucción como un terreno limpio sobre el cual construir una ciudad mejor. Juan Ángel de la Fuente lidera la asociación civil “Reconstruyamos Dolores” y bajo esta consigna tomó la voz cantante del pueblo. Utilizó sus contactos empresariales y reunió donaciones: unos U$S 150.000, poco más de $ 1 millón, materiales de construcción, alimentos, productos de limpieza, televisores, pelotas y libros.
Además organizan eventos para “generar una mentalidad positiva” con artistas como Lucas Sugo, shows de magia y de títeres para los niños y la ida de 300 niños al Estadio Centenario para ver el partido entre Uruguay y Trinidad y Tobago.
“Se rompió todo pero es la oportunidad histórica de construir algo distinto”, dice de la Fuente. Aunque reconoce que Dolores “está en la etapa de salir de la gran emergencia” y por eso pide al gobierno y los privados que continúen colaborando.
A las horas del tornado también aparecieron grupos voluntarios. Los castores, los scouts, alumnos de la UTU y otros tantos. Fuera de las estructuras del gobierno, Francisco Penadés y otros jóvenes fueron a Dolores al fin de semana siguiente y desde ese día van todas las semanas a construir. Utilizan un sistema que consiste en elegir una casa a reparar, hacer un presupuesto de los materiales, conseguir donantes que aporten el dinero a un fondo privado de Mercedes y realizar las obras. Así siete familias recuperaron sus hogares.
Decidieron reparar la casa de una pareja de ancianos de unos 70 años. Él es diabético, perdió una pierna y tiene problemas en la otra. Ella tiene cáncer. El techo de su casa estaba hecho escombros en el piso e improvisaron una pequeña pieza a un costado. Allí vivieron durante un mes, tiempo en el que el grupo de jóvenes reconstruyó el techo.
Luego le llegó el turno a otra señora. Había perdido el techo y mientras los jóvenes lo reparaban decidió dar una mano a sus vecinos más afectados. Se fue a la capilla Sagrado Corazón en el barrio Altos de Dolores y se pasó semanas cocinando para unas 600 personas.
Para Penadés no es sencillo tener que elegir qué familia atender primero. La lista de damnificados es larga y lo que es felicidad en una casa recuperada es angustia en otra donde siguen sin techo. Pero las muestras de solidaridad entre quienes se benefician lo motivan a redoblar esfuerzos. “Aunque estén pasando mal siempre tienen una mano para dar al que está peor. Por eso sigo yendo”.
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2016-07-07T00:00:00
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