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    Abrazos a la canción

    Jorge Galemire deja un collar de hermosas composiciones

    Hay muertes que rápidamente se transforman en la celebración de un periplo vital. Cuando muere un artista anciano, la sensación de pérdida cede ante el consuelo del legado que permanece. Si bien la partida de Jorge Galemire, “Gale” para sus amigos, fallecido el sábado 6 a los 64 años, estuvo anticipada por el doble infarto cardíaco-cerebral que había sufrido dos meses atrás, la desazón es muy profunda, la tristeza es más honda aún que la mañana lluviosa y húmeda en la que sus amigos lo despidieron.

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    Músico de culto, músico de músicos, dueño de una sensibilidad exquisita, admirado por sus pares y un público reducido, inadvertido para la mayoría, Galemire deja un collar de hermosas canciones en cinco discos, cuatro de ellos muy difíciles de conseguir. Logró conjugar en su guitarra y su voz un enorme abanico de colores y sabores sonoros para crear lo que muchos músicos buscan y pocos consiguen: un sonido propio, personal, una marca auditiva inconfundible con la canción como eje de gravedad.

    Nada mejor para conocer la historia temprana de Jorge Galemire que leer Memorias en mi (Linardi y Risso, 2001), de Eduardo Rivero. Allí, entre otras historias, están los inicios del Gale como guitarrista y bajista en El Sindykato, Epílogo de Sueños y Aguaragua, grupos que se diluyeron en la oscuridad de la dictadura. Fue bajista de la primera formación de Canciones Para No Dormir la Siesta y luego integró Los Que Iban Cantando.

    Allá por 1977, su amigo Eduardo Darnauchans preparaba la grabación de Sansueña. “Había muy poca comunicación. No había gente, no encontrábamos bajista ni baterista. La movida del rock estaba muerta. Era más práctico que un solo tipo se encargara de varias cosas, y ese fui yo”, recordó Galemire a Búsqueda en 2010. En ese disco tocó guitarras, bajo, batería y armónica y creó todos los arreglos. Aún no existía la figura de productor artístico, se le decía “arreglador”. Pero sin dudas fue uno de los pioneros locales de ese rubro.

    Luego participó como arreglador y guitarrista en otros cuatro discos fundamentales de esos años: Hoy canto, de Dino; Siempre son las cuatro, de Jaime Roos; Zurcidor, del Darno, y Buzos azules, de Fernando Cabrera. En paralelo, moldeó una obra sólida, llena de ideas nuevas, con el pop como concepto unificador. Más allá de los géneros y estilos (candombe, murga, rock, bossa, jazz), la musicalidad de Galemire se sostiene en melodías claras, iluminadas por una lírica refinada y muy inspirada (muchas letras pertenecen a Luis Campos, Washington Benavides, Mauricio Ubal y Darnauchans), que giró siempre en torno a cuestiones humanas simples como el amor, la amistad, el valor de la vida y la muerte.

    Debutó como solista con Presentación, editado por Ayuí en 1981 (y reeditado por la revista Posdata en 2000), un disco heredero del candombe beat cuyo sonido resulta un tanto anacrónico. Pero allí están Claros y Palabras cruzadas, dos baladas de antología.

    En 1983 se metió durante cinco meses en el estudio La Batuta y logró su obra cumbre, Segundos afuera, publicada por Orfeo, que hasta ahora no ha sido reeditada por el sello Bizarro, propietario de ese catálogo de más de 900 títulos. Tus abrazos, Un son, Sin saber por qué y La costurera son cuatro canciones inmensas, que las nuevas generaciones merecen conocer en mejores condiciones sonoras que las digitalizaciones de vinilos y casetes que andan por ahí.

    “Segundos afuera es uno de los trabajos más ambiciosos de esa generación de músicos y un paso adelante en una propuesta personal que combina a la perfección todos los mundos de la música popular uruguaya”, escribe Andrés Torrón en su libro 111 discos uruguayos (Aguaclara, 2014).

    Allí, Galemire dio un giro radical a su concepto sonoro, logró un delicado balance acústico y alcanzó la madurez como guitarrista dueño de una mano derecha con una notable riqueza rítmica y expresiva. Dice que la moldeó escuchando a Eduardo Mateo, Pete Townshend y Joao Gilberto, vaya trío. Del brasileño aprendió “a tocar sin púa, con los dedos sobre las cuerdas, se me da muy bien tocar el candombe así”. De chico, además de Los Beatles, otros educadores de su oído fueron David Bowie, Chicago, Blood, Sweat and Tears e Ian Anderson, pero también fue amante del tango y del folclore argentino de avanzada, más cercano al jazz, “con un compositor de cinco pares de cojones como el Cuchi Leguizamón”. Otro de sus próceres fue Billy Cobham, cuyo disco Spectrum consideraba “una obra de cabecera”. El destino quiso que el Gale muriera el mismo día en que el histórico baterista de jazz-rock presentó en La Trastienda su show por el 40º aniversario de esa placa.

    En Ferrocarriles (Orfeo, 1987) y Casa en el desierto (Perro Andaluz, 1991) se inclinó hacia un pop-rock melódico y guitarrero al estilo de The Police, concepto que plasmó también en Los Championes, una banda de muy corta vida que grabó un disco en 1988, también para el sello de Alfonso Carbone. “A partir de Ferrocarriles cambié bastante el estilo, para divertirme un poco. Retomé ideas del pop anglosajón mechado con algo de ska y reggae. Habíamos salido de la dictadura un poco desordenados. Nos dedicamos al pop hasta que maduramos un poco y empezamos a explorar e intentar transmitir un mensaje más elaborado”. 

    Cansado de los reveses, se marchó a España en 1991 y durante once años se le perdió el rastro. Vivió de tocar en los boliches madrileños, por lo general como sesionista, y recién regresó en 2002, con un notable recital en la Zitarrosa, registrado en el disco Perfume (Barca Discos, 2004). Ese largo impasse contribuyó a que su figura cayera en un olvido que le costó mucho revertir. En 2003 grabó en Montevideo un disco con las piezas compuestas en Madrid, producido por el neoyorquino Neil Weiss, quien guardó el master durante nueve años, sin editarlo. Recién en 2012, gracias a un amigo mecenas que adquirió el original, se editó Trigo y plata por Ayuí, disco que obtuvo una generosa acogida por parte de la crítica y los músicos.

    Desde su regreso, Galemire nunca estuvo quieto: tocó en todos los boliches que pudo, integró proyectos como el dúo de música celta Trelew, hizo una Zitarrosa con Santullo, participó con Agua en un tributo a Cabrera y cantó un tema en su último disco, rearmó sin éxito Los Championes, recibió el Graffiti a la trayectoria en 2008, echó mano a su viejo oficio de locutor comercial de radio para pagar las cuentas, pero nunca logró vivir de su música.

    Lejos de amilanarse, siempre tuvo planes. Ahora estaba en pleno desarrollo del proyecto Galemire Trío, junto al baterista Diego Munúa y el cantautor Rodrigo Vicente en bajo, un power trío que en 2014 grabó temas inéditos y clásicos del Gale, quien un mes atrás subió a YouTube un puñado de clips rodados en el estudio Vivace, donde aparece pleno de energía, con una actitud rockera, optimista y luminosa. También están las sesiones electroacústicas de 2013 en su apartamento de la Plaza Matriz, donde comparte su música con Fernando Cabrera, Walter Bordoni, Nicolás Mora, Fernando Ulivi y Alejandro Ferradás.

    “¿Cómo vive la contradicción de ser un referente de la música uruguaya y no tener una consideración popular acorde?”, le pregunté aquella vez. “Es muy difícil de responder, tiene que ver con mi carácter, tiene que ver con las funciones que hice, muchas veces como acompañante, tiene que ver con mi historia. Quizá tampoco me preocupó demasiado… No sé por qué razón, igual estoy a tiempo todavía”.