Domingo en casa, reunión familiar. Han venido mis tíos argentinos. Anécdotas, memoria colectiva, risas. Cada tanto, la reunión se ensombrece: hace apenas 36 horas han ocurrido los atentados en París. Casi todos hemos estado alguna vez allí.
Domingo en casa, reunión familiar. Han venido mis tíos argentinos. Anécdotas, memoria colectiva, risas. Cada tanto, la reunión se ensombrece: hace apenas 36 horas han ocurrido los atentados en París. Casi todos hemos estado alguna vez allí.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMi hija tiene tíos paternos y dos primitos parisinos hasta la médula. Mi abuelo catalán estudiaba en Francia cuando estalló la Primera Guerra Mundial: fue enrolado, luchó en las trincheras, sobrevivió. Nos ha quedado un cuaderno suyo de reflexiones trilingüe, con su letrita apretada: a lo largo de su vida usó el catalán, el castellano y el francés en forma intercambiable.
Los sorrentinos me quedaron muy ricos, pero a veces se nos hacen amargos en la boca porque se nos representa el horror de lo sucedido.
Pero de pronto, una joven integrante de la familia que se acaba de recibir de ingeniera nos espeta: “¿Por qué tanta tragedia por París? ¡Todos los días matan en otras partes del mundo a montones de personas con bombas y a nadie le importa!”.
Todos quedamos en silencio, azorados por el comentario. Pronto reacciono: “A mí me importan y mucho: me importan los centenares de muertos del otro día, en Beirut, que saltaron por los aires por el Estado Islámico, me importan los muertos de la plaza de Turquía, en una manifestación por la paz, me importan los africanos de distintos países masacrados por los movimientos yihadistas como Boko Haram”.
Me mira con cara de desconcierto: me da la impresión de que no sabe qué es Boko Haram.
Mi tío, psicoanalista y profesor, trata de explicarle con paciencia nuestra empatía por las víctimas francesas, dado que pertenecen a nuestra misma matriz cultural.
Esa tarde, a las seis, me dirijo a la plaza de Kibón. Hay una concentración en solidaridad con Francia. Camino entre las canteras verdes: ese domingo de sol la rambla está llena de jóvenes. Toman cerveza, escuchan cumbia, usan el celular, llevan ropa deportiva de marca. A unos pasos es la concentración por los muertos en Francia, pero ni siquiera se acercan a curiosear.
Junto a las letras “Montevideo” se va juntando gente. Escucho hablar francés a mi alrededor. “Hay muchos extranjeros, más que uruguayos”, me digo, con decepción. Luego veo a Nin Novoa y a Bernardo, diviso parlamentarios blancos, a una política del Partido Comunista que estuvo exiliada en Francia, la altísima cabeza del embajador de Alemania… y al intendente, que quizás haya venido en bici por la rambla.
No veo ningún conocido del mundo artístico-intelectual, no veo figuras relevantes de la cultura, no veo conocidos frenteamplistas, no veo obreros: en realidad, no conozco a casi nadie. Solo un ex alumno adorado: me presenta a su amigo, creo que es su pareja, me dice que hace poco estuvieron juntos en París y están muy conmovidos. Rara avis.
Me voy. Sé que las redes sociales estallan con comentarios muy similares al que espetó la joven ingeniera en casa. Mujica dejó deslizar lo mismo.
¿Y si en lugar de novelas turcas se pasaran más informativos con noticias de África?