Nº 2166 - 17 al 23 de Marzo de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acápor Antonio Pippo
La organización social moderna de naciones históricamente “nuevas” como Uruguay y Argentina tuvo una influencia decisiva de la inmigración, de carácter aluvial y procedencia muy variada.
Ya nadie lo discute, de igual modo —agotadas de tanto zarandeo las circunstancias probadas y las leyendas de más arraigo entre los entendidos— que el tango clásico es hijo de esa inmigración, a la que mucho dio, sin olvidarse del aporte del criollismo.
Asimismo, hay consenso sólido acerca de que la vertiente que más le entregó al embrión de esta música fue la de los italianos, que, entre 1880 y 1914, ingresaron a ambos países en una cantidad cercana a los 4 millones de personas, en su enorme mayoría de pobre origen y modesta condición intelectual.
Ah, sí, los italianos…
Releyendo papeles para evitar omisiones, como suelo admitir, hallé una investigación de la revista Tango Reporter de Argentina, ejemplar de 2008, donde se dice que tanto Jorge Luis Borges como nuestro Daniel Vidart “hicieron responsable a la inmigración italiana de la supuesta tristeza del tango”. Y se afirma que ambos parecían no entender que los temas a los que exculpaban, por expresar otro ánimo, también habían sido compuestos por esos italianos o sus descendientes. Por alguna extraña razón no advirtieron que los iniciativos que les agradaban, caso de El flete, El caburé, Siete palabras, Don Juan y otros, eran obras de los Bevilacqua, los Gobbi, los Greco, los Ponzio, los De Bassi o los Canaro.
Según el mencionado trabajo académico, la inmigración de los italianos sufrió el injusto castigo de estas opiniones relevantes, cuando, en realidad, lo que había generado era una gran transformación urbana de Montevideo y Buenos Aires que, en pocos años, dejaron de ser grandes aldeas para convertirse en “un imperio imaginario, donde el arrabal devino suburbio y el compadrito en proletario”.
Los italianos no solo trasplantaron su milenaria cultura musical mediterránea, sino forjaron, además —en este caso a través del tango— “un heroico esfuerzo por acriollarse y elaborar un sentido de pertenencia”.
Y hallaron, al llegar al Río de la Plata en busca de un futuro mejor, dos escenarios de los que no podían huir: el puerto y sus aledaños y las oscuras y malolientes cantinas. De paso, vale la pena aclarar que cantina es una palabra italiana que significa “bodega, cueva, sótano para guardar vino”.
Todo lo referido adquiere presencia poderosa en el recuerdo cuando uno repara en la letra de ciertos tangos, donde el protagonista puede ser presentado de varias formas: pintoresco, doliente, trágico, efusivo o nostálgico.
Aludiendo a unos pocos ejemplos se advierte, por otra parte, la calidad literaria inédita de los nuevos poetas que, al comenzar, se afincaron en el lunfardo.
En La cantina, Cátulo Castillo pinta esta sencilla y hermosa imagen: La cantina, / llora siempre que te evoca, / cuando toca piano, piano / su acordeón el italiano…
En Aquella cantina de la ribera, su padre, José González Castillo, encanta con otra pintura: Brillando en las noches del puerto desierto, / como un viejo faro, la cantina está / llamando a las almas que no tienen puerto / porque han olvidado la ruta del mar…
En La violeta, Nicolás Olivari conmueve con precisos trazos: Con el codo en la mesa mugrienta / y la vista clavada en el suelo, / piensa el tano Domingo Polenta / en el drama de su inmigración…
En Canzoneta, Enrique Lary lanza el sopapo de un dolor: ¡De mi ropa, qué me importa / si me mancho con las copas / que derramo en mi frenético temblor! / Soñé a Tarento en mil regresos, / pero sigo aquí en La Boca, / donde lloro mis congojas / con el alma triste, rota, sin perdón…
Y en Viejo ciego, el inmenso Homero Manzi llega a la emoción en estado de rara pureza: El día que no se oiga / la voz de tu instrumento, / cuando dejés los huesos debajo de un portal, / los bardos jubilados / sin falso sentimiento / con una canzoneta / te harán el funeral…
¿Qué hubiera sido del tango sin la contribución de la inmigración italiana? Porque, como ha escrito la historiadora Saénz Quesada, esa corriente dejó lo suyo pero supo amoldarse, al fin, con penas y alegrías, a un nuevo y jamás visto amanecer, “mientras hacía suyos los símbolos, las costumbres y hasta el habla de las patrias adoptivas”.
Fue el de los queridos tanos y su descendencia, entre tantas otras cosas, un proceso de fusión.