Al final, ¿quién manda?

Al final, ¿quién manda?

La columna de Andrés Danza

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Nº 2140 - 16 al 22 de Setiembre de 2021

Fue en una tarde muy calurosa de fines de diciembre. Estaba terminando 2005, el primer año del Frente Amplio en el gobierno. El cambio histórico que significó la llegada de la coalición de izquierdas al poder se había producido sin grandes sobresaltos gracias, en gran medida, al entonces ministro de Economía, Danilo Astori. Así que él fue el elegido por Búsqueda para hacer una evaluación del año que terminaba y yo el encargado de entrevistarlo.

Todo transcurría dentro de lo relativamente predecible hasta que llegó el capítulo destinado al comercio exterior. Entonces apareció la respuesta que luego causaría un terremoto político, con secuelas hasta el día de hoy. “Uruguay debe negociar cuanto antes un tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos” (EE.UU.), dijo Astori ante una consulta concreta al respecto. Lo argumentó con pragmatismo, recurriendo al dato de que EE.UU. era el principal socio comercial del país en ese momento. Luego vinieron otras preguntas, de agenda, y después el Stop en el grabador, marcando el final.

Pero para Astori la entrevista no terminó allí. Menos de una hora después recibí una llamada suya para decirme que quería agregar a China como país con el que a Uruguay también le interesaba avanzar en un TLC. La discusión será muy intensa y es necesario hacer contrapeso, me transmitió. En efecto, fue solo para eso, porque China todavía estaba muy lejos y ni siquiera ingresó en la agenda. Al otro día de publicada la entrevista en Búsqueda, la intención de Uruguay de avanzar en un TLC con EE.UU. fue la tapa de los principales diarios de Argentina. Algunos hablaban del final del Mercosur, otros de una alianza con el enemigo, en referencia al entonces presidente George W. Bush, y unos cuantos abundaban en elogios. Después, se desató la tormenta. Duró meses, pero terminó en nada. El tren pasó, nadie se subió y llegaron los reproches y también algunos aplausos.

Quince años más tarde se repite un escenario extrañamente similar, como sacado del mundo del revés. Ahora el presidente es Luis Lacalle Pou, líder del Partido Nacional y opuesto al Frente Amplio desde el punto de vista ideológico. Sin embargo, el intento de Uruguay es por avanzar en un TLC bilateral con el gobierno comunista de China, mientras EE.UU., con quien a priori debería haber muchísima más afinidad, se muestra distante.

Contradictorio, pero se entiende que así sea. Ahora China ocupa el lugar del principal socio comercial de Uruguay, como antes EE.UU. Cualquier gobierno pragmático intentaría derribar las barreras arancelarias con el comprador número uno del país. Es sentido común puro. En esos aspectos deberían quedar de lado las ideologías. Allí es donde se tendrían que aplicar las tan nombradas y en los hechos bastardeadas “políticas de Estado”.

Por eso también es comprensible que una amplia mayoría del sistema político haya estado a favor de avanzar en un TLC con EE.UU. hace 15 años y que lo esté ahora con China. Más allá de las frases hechas y los eslóganes típicos según si se habla desde el oficialismo o la oposición de turno, si se tiene en cuenta qué opina verdaderamente cada uno de los dirigentes de primera línea, es aplastante la mayoría a favor de firmar acuerdos que impliquen una notoria mejora en el comercio exterior uruguayo.

Los que se oponen son los políticos con posiciones más extremas, que son los menos, aunque hay en todos lados. Antes, las voces discordantes llegaban principalmente de comunistas, socialistas y algunos dirigentes sindicales, que no podían tolerar la posibilidad de un acercamiento importante con un gobierno estadounidense y menos con uno presidido por Bush. Ahora, los que plantearon dudas son un puñado de dirigentes frenteamplistas y de Cabildo Abierto, algunos resistentes a una apertura de Uruguay al mundo y otros que ven con recelo al gobierno comunista chino.

Lo que ocurrirá con el Mercosur todavía no está definido, aunque se podría predecir. Al igual que hace 15 años, la posibilidad de que Uruguay avance en la negociación bilateral de un TLC con una potencia mundial genera resistencias. Es cierto que Brasil parece estar más afín en esta oportunidad, pero tendrá elecciones el próximo año que pueden significar un cambio de signo político. A su vez, Argentina está en contra desde el primer día. En resumen, un panorama regional complicado, como siempre.

Hasta ahí las similitudes entre ambos escenarios distantes en el tiempo. Hecho ese repaso histórico, lo importante sería que ahora lleguen las diferencias. Que la mayoría del sistema político y de los uruguayos, según la última encuesta de la empresa Cifra, estén a favor de avanzar en un TLC con China debería ser suficiente como para concretarlo. Y ese sería un cambio significativo con respecto al pasado.

Hasta ahora, los que parecen tener la última palabra son un grupo minoritario de políticos y sindicalistas, además de los gobiernos extranjeros. Las mayorías locales no han logrado imponerse y en eso hay responsabilidad de todo el sistema político. Los líderes, tanto del gobierno como de la oposición, deberían tener en cuenta que son simples representantes de los ciudadanos y no dueños del poder que ostentan. Pero muchas veces eligen postergar sus proyectos para no confrontar con unos pocos o generar conflictos fuera de Uruguay, por más que fronteras adentro cuentan con los votos necesarios como para aprobarlos.

Ahora la idea parece ser otra. De ser así, sería una buena noticia. Porque no tendría ningún sentido volver a dejar pasar otro tren cuando la mayoría de los pobladores de ese pequeño andén con nombre de río quieren tomarlo. Deberían ser ellos los que con su fuerza empujen al resto y no que vuelvan a ganar los pocos que intentan pararse delante con el objetivo de impedirles el paso.

Para refrescar esa idea, vale la pena recorrer la muestra Expo democracia instalada en la plaza Independencia por el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres). Allí, mediante grandes fotografías, se puede observar el traspaso del poder entre representantes de los tres principales partidos políticos de Uruguay durante las últimas décadas. Pero, más importante que eso, es la imagen del “río de libertad” a los pies del Obelisco que en 1984 permitió que ello ocurriera. Sin votantes no hay presidentes, que no son más que primeros mandatarios. Hacer lo que la gente quiere y precisa no es el derecho de un presidente, es su obligación, porque son los ciudadanos quienes verdaderamente mandan. Que no se les olvide.