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    Al final, siempre se impone la realidad

    N° 1971 - 31 de Mayo al 06 de Junio de 2018

    , regenerado3

    Observando los últimos acontecimientos en la región (por no mencionar el descalabro político que se ha dado en Italia), parece claro que los intentos por desconocer las restricciones que impone la realidad y querer continuar viviendo en un mundo de fantasía siguen gozando de muy buena salud.

    En Argentina, en medio del tembladeral que dejó la “corrida” cambiaria desatada entre la última semana de abril y mediados de mayo, la discusión en estos últimos días estuvo centrada en el intento de la oposición para frenar por ley el proceso de ajuste gradual de las tarifas de servicios públicos que está llevando adelante el presidente Mauricio Macri, luego del desastre que dejó en esta área el anterior gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Algo tan elemental como que el precio de la electricidad, el gas, los combustibles y el agua debe como mínimo cubrir de modo similar que los costos de producción más una utilidad razonable para el proveedor de los servicios —y que si eso no ocurre alguien tiene que poner la diferencia o al fundirse las empresas desaparece la oferta de estos bienes y servicios— no parece importar.

    En Brasil, la huelga de los camioneros que mantuvo paralizado al país durante más de una semana fue en “protesta” por la suba del precio del combustible, resultado del alza que había tenido el petróleo en el mercado internacional y de la devaluación del real. ¿Acaso podía suceder otra cosa con los precios internos de los combustibles en esas condiciones?

    Tanto en Argentina como en Brasil, la carga tributaria que soportan los combustibles y el resto de los servicios públicos estuvo en medio de las negociaciones que se llevaron a cabo en un caso para evitar que el Congreso aprobara la ley (que tendrá de todas formas el veto del presidente Macri), y en el otro para levantar la huelga de los camioneros. El problema es que nadie dijo qué gastos se irían a recortar a nivel provincial/estadual y nacional para compensar el costo de la eventual reducción o eliminación de los impuestos que se cargan a los combustibles y otras tarifas públicas.

    En términos de presión tributaria, es claro que el problema trasciende el tema de la carga sobre los combustibles y el resto de los servicios públicos. Tanto en Argentina como en Brasil (así como en Uruguay) el peso de los impuestos locales (estaduales/provinciales/departamentales) y nacionales, sumados a las contribuciones a la seguridad social, es de los más altos del mundo (sobre todo teniendo en cuenta el nivel de desarrollo relativo de los países). Ello constituye una enorme desventaja competitiva, un factor clave en el aumento del costo país. Pero si no se quiere recortar la frondosa burocracia que existe en el sector público a todo nivel, si no se reconoce que hay que reformar drásticamente los sistemas de seguridad social que están actuarialmente quebrados (no solo aquí sino en todo el mundo), y si no se transforman radicalmente los planes de subsidios sociales (poniéndoles un límite temporal, así como condiciones que aumenten la chance de que quienes reciben estos apoyos al cabo de un tiempo puedan comenzar a valerse por sí mismos), es imposible pensar en una reducción más o menos significativa y permanente de la presión tributaria que mejore la competitividad del sector privado, incentivando a que este aumente su inversión y creación de empleo y generando un círculo virtuoso sostenido de mayor prosperidad general.

    Lamentablemente, no parece haber muchos motivos para ser optimistas en este sentido ni a nivel de los países vecinos ni tampoco en Uruguay, donde lo poco que se ha conocido respecto a la discusión de la próxima Rendición de Cuentas apunta en el mejor de los casos a que el déficit no vaya a aumentar, lo que presumiblemente llevará a que el supuesto incremento de la recaudación por el crecimiento de la economía se aplicará a mayores gastos. Si efectivamente ese es el resultado que surgirá de la aprobación de esa instancia presupuestal (ni que hablar si se aumenta todavía más el gasto, sea incrementando impuestos explícitos o implícitos o ampliando todavía más el déficit fiscal), la coyuntura económica continuará mostrando un alto grado de fragilidad, sobre todo teniendo en cuenta el panorama regional y el cambio que se ha comenzado a observar en las condiciones financieras internacionales (suba del dólar y de las tasas de interés en Estados Unidos, retracción de los flujos de capitales hacia los países emergentes).

    Con el nuevo cambio negativo en los vientos regionales e internacionales, y el enorme “lastre” que se ha acumulado en los últimos años, al barco de la economía uruguaya le será muy difícil seguir avanzando, como ya se vio en 2015 y el primer semestre de 2016. Al final, de una forma u otra, la realidad siempre se termina imponiendo.