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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCon el Flaco se fue un grande de verdad; de esa talla, van quedando pocos. Efectivamente, no digo que se ha ido el último, pero con Alejandro se ha ido sí uno de los últimos representantes, emblemático por cierto, de aquel arquetipo político-ciudadano, profundamente democrático, convencida y sentidamente republicano, y batllista.
Lo conocí a principios de la década de los 80 en los cursos de la Facultad de Derecho, cuando él integraba la Cátedra de Derecho Civil III (Contratos) del Dr. López Fernández.
Relativamente poco tiempo después nos encontramos en la vida cívica, partidaria, dentro de nuestro querido Partido Colorado.
Lo traté con más frecuencia y cercanía cuando entre 1995 y 1999 me tocó ocupar distintas responsabilidades en el Ministerio del Interior, y él era la cara visible y preclara cabeza de la bancada de la Lista 15 en la Cámara de Diputados.
Durante aquellos años de intensa y proficua labor de gobierno durante la segunda presidencia del Dr. Julio María Sanguinetti, lo visité muchas veces en el Parlamento, lo recibimos otras tantas en el Ministerio, trabajamos con él en múltiples proyectos de ley, compartimos diversas instancias parlamentarias, tanto en el Plenario de la Cámara como en varias Comisiones Legislativas (Seguridad Pública, Presupuesto y Hacienda, Constitución y Códigos).
En toda circunstancia recibí y recibimos del Flaco —de entrada— la calidez de su gestualidad, su talante conciliador de ideas, la buena fe de su opinión franca y —más adelante— su apunte constructivo, lo mejor de su experiencia legislativa, su juicio ponderado, sensato, su razonamiento inteligente, agudo, en definitiva, un diálogo siempre enriquecedor, la entrega generosa de su enorme talento y capacidad.
Finalmente, allá por 2002/2003, en el momento más dramático, cuando con encomiable coraje y solvencia Alejandro le ponía el pecho a la peor crisis económica que haya atravesado nuestro país, lo encontré en el Ministerio de Economía —como siempre dispuesto— y pudimos implementar a nivel de la Intendencia de Canelones aquellos planes de asistencia a los más necesitados y afectados por la crisis, mediante una contraprestación laboral.
Aquellos planes y proyectos asistenciales a los más desprotegidos, a los más perjudicados por la crisis del momento, fueron la mejor expresión batllista del Estado como escudo de los débiles, como repitió tantas veces el Flaco por entonces.
Es que esa tendencia a la protección de los sectores más carenciados y vulnerables frente a la crisis, que constituyeron orientaciones filosóficas y políticas del batllismo desde sus orígenes, Alejandro las sintió en profundidad y conjugó magistralmente en aquellos tiempos de máxima dificultad.
Después de estabilizada la economía y con el país ya en crecimiento nuevamente (ininterrumpido hasta hoy), el Flaco volvió al Senado, completó el período, y se fue en silencio para su casa junto a sus hijos, que tanto lo necesitaban luego del fallecimiento de su esposa.
Pudo haber sido candidato a la Presidencia por el Partido Colorado en 2005, en 2010 y en 2015. Todos se lo pidieron de todas las maneras posibles, pero no quiso. No le sedujeron nunca ni los honores ni las distinciones. De haber sido candidato, nadie puede abrigar dudas en cuanto a que hubiera concitado el apoyo decidido no solo de todo su Partido, sino de grandes sectores de la ciudadanía.
Contribuyendo decisivamente en sacar al país de su peor momento, había plasmado su enorme vocación de servicio, vocación a veces tan distinta de la vocación de liderazgo. Sinceramente, entonces, creo que pensó que su contribución más valiosa al partido y al país ya la había brindado y, sopesando otros factores, optó por seguir aportando a la sociedad toda, desde su vida privada y en el seno de su familia.
Me parece que el Flaco entendió que había llegado el momento de escribir en su propia vida la tercera parte de aquella memorable sentencia que de don Pepe Batlle estampara en un editorial de “El Día”, en el marco del debate por la ley de las ocho (8) horas: “Ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar, y ocho horas para acariciar a los hijos”.
Lo hice en privado, pero me pareció que tenía que despedirte públicamente, con apenas alguna pincelada de tu fértil recorrido. Me quedo con el recuerdo de algún café, con el rasgo entre el Quijote y el Greco de tu figura, con la sencillez y austeridad de tus actitudes, con tu desinterés. Me quedo, Flaco, con aquel último apretado abrazo, hace algo más de un año, después de media hora mano a mano, entre anécdotas, reflexiones e intercambio de impresiones. Me quedo, nos quedamos todos, con tu sonrisa de siempre. Chau, Flaco.
Dr. Daniel J. Lamela