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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLucrecio decía que de lo impensado suele surgir algo amargo.
Y algo así deben de estar pensando los padres fundadores americanos.
El poeta escocés Burns lo decía hasta mejor: “The best laid, schemes of mice and men gang aft agley”.
Realmente, qué fracaso la fórmula electoral que aquellos prohombres maquinaron con tanto esmero, creyendo que creaban el cerrojo ideal contra el populismo.
Porque los F.F., en realidad, no eran muy hinchas de la democracia. Monarquía, no querían, porque les había ido mal con George, pero les atraía el equilibrio institucional británico. En realidad, eran republicanos, no demócratas (todo con minúsucula, ojo).
Recordemos que mientras Madison, Adams, Franklin y demás estaban encerrados en Filadelfia, los jóvenes estados vivían la famosa Shay’s Rebellion, populista y antiestablishment. Exactamente lo que aquellos se propusieron evitar con la nueva Constitución y la garantía máxima estaba en el régimen de voto indirecto, presunto filtro de ideas locas.
Precisamente, el sistema que todavía tiene al país medio en vilo y que no sirvió para atajar al populista pelirrojo, el tipo de candidato que, seguramente, hubiera espantado a los beneméritos F.F.
El ponerle filtros a la democracia no funcionó. Como decía Burns, salió errado.
Es que no hay sistema perfecto (best laid plan) que pueda suplir o superar la voluntad del ser humano. Como tampoco funciona la fórmula que cree que unos seres humanos pueden y deben imponer sus planes a los demás. Precisamente, ahí está el corazón de la democracia: centro vital y, a la vez, punto débil.
El encandilamiento constitucional, tan típico de nuestro continente (y que Chile está llevando a un paroxismo nunca visto), es eso: un encandilamiento.
Muchas democracias contemporáneas (EE.UU. entre ellas) están experimentando un fenómeno no nuevo, como tal: el desenchufe de la realidad por parte de un porcentaje importante de la población. La democracia moderna siempre padeció el problema del desinterés de mucha gente por la cosa pública, juzgada como demasiado compleja y distante como para que valga la pena darle bola. Eso producía (y produce) ignorancia y apatía, reflejadas sobre todo en altos niveles de abstención. Pero lo ocurrido en las elecciones americanas (y el mitológico plebiscito chileno) es algo diferente: no es la ignorancia sino la creencia en una realidad diferente. Lo que un asesor de Trump llamaba “alternative facts”. Así, hay mucha gente que no busca informarse, no lee, por ejemplo, los grandes diarios, sino que busca alimentarse, nutrir su esquema mental. Para lo cual se recurre a las llamadas redes sociales, donde poco se explica y nada se demuestra, sino que todo se afirma o niega, tajante y airadamente.
Nada de esto se evita o soluciona con sistemas institucionales o electorales, porque son fenómenos culturales, que hacen al ser humano.
Las herramientas para estos problemas son otras y no dan soluciones instantáneas. Conforman una tarea que la sociedad no puede abandonar a manos de los liderazgos políticos y, mucho menos, de los liderazgos etéreos de las redes sociales. Son un deber de todos los ciudadanos y muy especialmente de los líderes de la sociedad civil. Deber de opinar, intervenir e influir.
Orientales: ¡las barbas a remojar!
Ignacio De Posadas