Alta política

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La columna de Andrés Danza

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Nº 2217 - 16 al 22 de Marzo de 2023

Lo que está ocurriendo con Brasil es un buen ejemplo. Cuando empieza a cansar la bobada que se impone en el día a día, vale la pena tomarse un respiro y tratar de elevarse para ver lo que queda del bosque. Por más que una parte importante de los políticos tanto del oficialismo como de la oposición sigan abrazados cada uno a su bonsái, desesperados por lograr aunque sea un poco del protagonismo efímero que da la cercanía con el barro, hay otros que no lo hacen o que al menos por un rato logran alejarse unos metros de la superficie. Cuesta pero cuando pasa da un respiro y esperanzas de que todavía haya un horizonte.

Brasil, principal país de América Latina por su extensión territorial, poblacional e importancia mundial, estaba alejado de Uruguay y de la región. El gobierno que encabezaba Jair Bolsonaro se había mostrado en un comienzo como un aliado al de Luis Lacalle Pou pero después esa afinidad no se tradujo en casi ningún resultado concreto. Era todo que sí pero en el aire.

A fines del año pasado obtuvo otra vez la presidencia brasileña Luiz Inácio Lula da Silva, provocando cierta preocupación en algunas de las principales figuras del oficialismo uruguayo. Me consta que jerarcas de primer nivel temieron que se iniciara una etapa muy complicada. Interpretaron que Uruguay, por las obvias diferencias ideológicas entre Lula y Lacalle Pou, quedaría afuera de la jugada regional, lo que terminaría por erosionar su economía. Algunas declaraciones públicas de integrantes de la coalición multicolor, acusando a Lula de corrupto, parecían el primer capítulo de una guerra verbal entre los gobiernos de ambos países.

Pero Lacalle Pou optó por otro camino. Resolvió activar ese hilo invisible que une a los políticos uruguayos de primer nivel, sean del partido que sean. Funciona como una especie de institucionalidad oculta, una matriz que hermana a todos los que llegaron a liderar los principales partidos y que se acerca bastante a lo que puede definirse como alta política. Sobre ese hilo escribí en este mismo espacio hace unas semanas, con la percepción de que no solo todavía existía sino que volvería a adquirir protagonismo en breve.

No me equivoqué. Lacalle Pou, en vez de confrontar con Lula, optó por homenajearlo en su asunción viajando a saludarlo con dos expresidentes uruguayos: José Mujica del Frente Amplio y Julio Sanguinetti del Partido Colorado. Lo habló antes en privado con Mujica. Fue una idea que maduraron entre ambos y que habla muy bien de ellos. También de Sanguinetti, que no dudó ni un instante en sumarse, por más que al bajar del avión al regreso de Brasilia les reconoció a Lacalle Pou y a Mujica, entre risas, que tenía claro que había ido “de relleno”.

Lacalle Pou y Mujica no tienen afinidad, eso es evidente. Son dos políticos de raza pero con concepciones ideológicas muy diferentes. Por más que en la forma de comunicar, sumar votos y ejercer el liderazgo tienen puntos en común, no se sienten cercanos ni cómodos compartiendo la mesa. Pero lo hicieron y lo hacen si es necesario. Saben que ese hilo invisible existe y que recurrir a él puede dar buenos resultados. También Sanguinetti, que hasta puede enseñarles a los dos algunos detalles al respecto, dado que es el único de los tres que fue dos veces presidente.

Los resultados están a la vista. A menos de tres meses de esa foto conjunta entre Lula, Lacalle Pou, Mujica y Sanguinetti en Brasilia, ya hay más acuerdos concretos en la relación bilateral entre Uruguay y Brasil que los que hubo en los últimos años. En el medio tuvo lugar una visita de Lula a Montevideo y un viaje de tres ministros uruguayos a Brasilia, que terminaron de acordar que el Aeropuerto de Rivera pasará a ser binacional, que se desarrollará la hidrovía Uruguay-Brasil y que se construirá un nuevo puente sobre el río Yaguarón. A su vez, Brasil se comprometió a tratar de impulsar nuevos acuerdos comerciales de todo el Mercosur hacia afuera, una apuesta tan importante para Uruguay que hasta había iniciado ese camino en solitario con China y Turquía, aunque todavía sin demasiados avances.

“Un momento histórico”, opinó el gobierno de Lacalle Pou sobre lo que está ocurriendo con Brasil, uno de los principales socios comerciales de Uruguay. Mujica está en la misma línea, aunque demostró poca sorpresa al respecto al ser entrevistado en la mañana del jueves 9 por Radio Sarandí. Recordó que él “había dicho” que algo así podía suceder, contó que lo “habló con Lula” cuando lo visitó hace unas semanas a su chacra y definió lo que para él tiene que ser la estrategia exterior de Uruguay con una frase: “En casa nos peleamos todos, pero al mundo hay que salir en barra y tener una postura”.

No es lo que ocurre habitualmente. Ni en este gobierno ni en la mayoría de los anteriores. Es más, lo más frecuente es que no sean aprovechados los vínculos cultivados por anteriores presidentes luego de que pasan la banda presidencial a sus sucesores. Muchas veces hay como una especie de celo mal entendido, de temor a que, si no se desplaza todo lo anterior, no se genera una verdadera asunción del poder.

El caso de Argentina es paradigmático pero en otro sentido. Empezó muy bien porque cuando asumió Alberto Fernández el que era presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, llevó a la celebración a Lacalle Pou, que ya había sido electo como su sucesor, un gesto que fue destacado por todos en la vecina orilla y también a escala local. Pero después el vínculo perdió fuerza y la relación entre Lacalle Pou y Fernández se transformó en fría y con algunos choques públicos en cumbres internacionales.

Fernández mantiene un excelente vínculo con Mujica. También con el canciller Francisco Bustillo, pero con el expresidente tupamaro tiene un grado de confianza y afinidad muy importante. Tanto que se comunican muy seguido y también se reúnen más de una vez al año. Pero eso no parece traducirse en resultados concretos para el gobierno uruguayo. Allí parece que no se activó, como con Brasil, el hilo invisible.

Este tipo de asuntos deberían trascender a Lacalle Pou, a Mujica y a todos los expresidentes, presidentes o futuros presidentes uruguayos. La realidad muestra que el potencial de Uruguay en ese sentido es enorme. En un mundo cada vez más polarizado e irracional, la fortaleza democrática y unidad de criterios en las cuestiones esenciales que tiene todo el sistema político local es un gran diferencial que habría que aprovechar mucho más.

El problema es que muchos son mezquinos en ese sentido, su verdadera preocupación es cómo destruir al que sienten en la vereda de enfrente solo porque piensa distinto. Antes pasaba casi en forma exclusiva con el fútbol, cuando los hinchas de un cuadro deseaban la destrucción total de su rival a nivel local e internacional, pero ahora también ese odio irracional llegó a la política.

Sería una lástima si esa postura se termina imponiendo porque lo que está ocurriendo con Brasil podría repetirse con otros países. Ahora y en el futuro. Porque los gobiernos pasan, pero es el país el que queda.