El hilo invisible

El hilo invisible

La columna de Andrés Danza

6 minutos Comentar

Nº 2204 - 15 al 21 de Diciembre de 2022

En la política uruguaya hay un hilo invisible. Uno largo, que recorre casi todo el país y une desde el Parlamento y la Torre Ejecutiva hasta ministerios, intendencias y las principales sedes partidarias. Los que están temporalmente a cargo de cada uno de esos lugares saben de su existencia, conviven con él, y lo asumen como algo muy positivo. Es un distintivo con el que solo cuentan algunos países, los más estables y con reglas de juego más claras.

Argentina, por ejemplo, no tiene ese hilo. Hace mucho tiempo que se rompió, si es que en algún momento existió. Quedan apenas pedazos que unen dos o tres instituciones gubernativas o partidos importantes pero no más que eso. Brasil tampoco. Existe dentro de Itamaraty, pero no en el Parlamento ni tampoco entre los principales ministerios. Mucho menos uniendo a los distintos partidos políticos porque esos van y vienen en función de los liderazgos temporales.

Perú cuenta con un hilo invisible pero de otro tipo, que envuelve y mantiene sin movimientos bruscos solo a las cuestiones económicas. En la parte política no quedan ni rastros del hilo. Se desintegró hace ya mucho. Por eso no duran nada ni los presidentes, ni los ministros, ni los gobiernos, ni los partidos. Todo lo referido a lo político es un caos, por más que la economía siga creciendo.

Uruguay lo tiene en lo económico pero también en lo político y eso lo hace ser diferente en una región convulsionada. Es un hilo invisible para la mayoría de las personas, pero los líderes o gobernantes de primera línea saben de su existencia y se apoyan en él cada vez que lo entienden necesario. Es parte de esos secretos que se heredan de generación en generación, una de las reglas más importantes no escritas en los círculos más elevados del poder público.

Una vez, allá por mediados de 1999, cuando estaba terminando el siglo XX y empezaba a agonizar el sistema de tercios en la política uruguaya, el entonces candidato presidencial por el Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle Herrera, me dijo que las reuniones, llamadas y contactos entre los líderes de los distintos partidos eran muchísimo más frecuentes de lo que se sabía públicamente. “Hay una cantidad de charlas sobre las que ustedes ni se enteran”, me contestó cuando lo consulté sobre eventuales pactos secretos y afines.

Después llegó el 2002. Más precisamente agosto, un mes fatídico. En el Parlamento se respiraba la angustia generalizada y la desesperación para intentar evitar un quiebre, que parecía muy cercano. Bastaba con acercar un fósforo para que se prendiera fuego toda la pradera. Mi tarea entonces era hacer la cobertura para Búsqueda de la Cámara de Senadores, ese lugar en el que se encontraban, entre otros, Alejandro Atchugarry, Luis Hierro, Danilo Astori, José Mujica, Jorge Larrañaga y Luis Alberto Heber.

Ese hilo invisible se sentía en los pasillos, en el hemiciclo, en los despachos y terminé de percibirlo luego de que con mi colega y entonces compañero de redacción Leonardo Pereyra le hicimos una entrevista a Astori. El título de tapa de aquella edición de Búsqueda fue que Astori llamó al Frente Amplio a “comprometerse” con la conducción económica para lograr una propuesta de “unidad nacional” que evitara el riesgo de una debacle. “Esta crisis tan honda pone en juego la sociedad, el sistema político todo” y no la puede manejar “solo el gobierno”, dijo.

Uruguay pudo salir de aquella crisis histórica, la peor en un siglo, en relativamente poco tiempo. El mérito principal fue del gobierno de Jorge Batlle, que luego pagó un alto costo en las elecciones nacionales de 2004, pero la oposición —y en especial Astori— aportó lo suyo. Es cierto que el entonces líder izquierdista Tabaré Vázquez habló de default, pero también lo es que tanto él como otros dirigentes, especialmente los socialistas de entonces y Mujica, sirvieron como contención de lo que pudo haber sido un estallido social traumático, como ocurrió en otros países

En ese momento hubo reuniones al más alto nivel entre los líderes oficialistas y opositores que no se difundieron públicamente. Las hubo en el Edificio Libertad —sede entonces de la Presidencia de la República—, en el Palacio Legislativo, en el Ministerio de Economía, en el gremio bancario con Juan José Ramos a la cabeza y en la chacra de Mujica. Algunas se conocieron mucho después, especialmente a través del excelente libro Con los días contados del gran Claudio Paolillo, que no necesita presentación, y menos en esta casa. Ese hilo invisible, tan imprescindible para Uruguay, se tensó y se hizo firme como nunca en aquellos tiempos.

En 2005 asumió el Frente Amplio el gobierno por primera vez en la historia uruguaya. A blancos y colorados les tocó ser oposición juntos, hecho que era absolutamente nuevo para ellos. Parecía un sacudón importante que, al decir de Vázquez, haría “temblar hasta a las raíces de los árboles”. Pero las raíces permanecieron firmes. Por más que a priori algunos pronosticaban que ese hilo invisible fundamental en la historia política reciente podría romperse, no ocurrió.

Al contrario. Los contactos, reuniones y pactos con códigos de convivencia enlazados a través de ese hilo permanecieron inalterables. Los encuentros siguieron siendo frecuentes en público y también en privado. En los momentos de mayor crisis en los 15 años que el Frente Amplio estuvo en el gobierno se entrecruzaron llamadas y reuniones que nunca se conocieron públicamente, pero explican la salud del sistema político uruguayo. Así pasó cuando renunció un vicepresidente o cuando el país fue sometido a juicios internacionales importantes o cuando circularon videos con supuestas amenazas a la democracia, solo por poner algunos ejemplos.

El presidente de turno y los expresidentes fueron y son los grandes custodios de ese hilo invisible que hace la diferencia. En ellos siempre recae la responsabilidad de mantenerlo sano, envolviendo lo verdaderamente importante. Los liderazgos que ejercen o ejercieron les otorgan el poder de manejarlo y de no dejar que se estropee.

Hoy, en momentos convulsionados para el gobierno, el hilo comenzó a estirarse pero no para romperse sino para poder hacer mejor su trabajo. En la superficie todo es virulencia y aguas revueltas agitadas por las figuras más fanáticas de la oposición y también del oficialismo. Pero por abajo, ese abajo que es el que realmente incide, el hilo está intacto porque de eso se han encargado los que tienen la obligación de conservarlo. Por eso, por más que avance o no el caso que tantos dolores de cabeza le ha traído al actual Poder Ejecutivo, no parece que vaya a haber ninguna crisis institucional ni nada parecido. El hilo invisible ya está funcionando para evitarlo.