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    América me hizo daño

    Chester Himes, uno de los grandes de la novela policial

    Dashiell Hammett fue detective para la Agencia Pinkerton; sabía qué era seguir individuos con la gabardina hasta el cuello e infiltrarse en grupos. James Ellroy fue a la cárcel por oler braguitas en casas ajenas. Y Chester Himes estuvo varios años en prisión por robo a mano armada. Antes de largarse a escribir, estos tres escritores norteamericanos ya tenían un buen prontuario al que echar mano en caso de quedarse sin imaginación.

    Himes había nacido en Jefferson City (Missouri) en 1909. En cuanto pudo dejó los estudios. Fue camarero y mozo de hotel, dos profesiones en las cuales es importante ser observador y escuchar atentamente lo que el otro dice. Como no le interesaban los trabajos fijos ni cumplir horarios, decidió ser atracador, pero no le fue bien. En 1928 fue condenado a 20 años tras las rejas, de los que cumplió siete. En la cárcel leyó a Hammett y aprendió lo que es la vida en su vertiente desesperada.

    “Comencé a escribir en prisión. Eso me protegió de los convictos y de los carceleros. Los convictos negros tenían un respeto instintivo, e incluso miedo, por alguien que podía sentarse a escribir a máquina y cuyo nombre aparecía en periódicos y revistas. Los carceleros no podían tocar a quien pensaban era una figura pública”, dijo Himes.

    A partir de 1934, sus relatos aparecen en la revista Esquire. Cuando sale de la cana se va a vivir a Harlem, barrio que es protagonista de sus historias (ver recuadro “Expedientes”). Una cierta incomodidad, un fastidio básico que mucho tiene que ver con el color de la piel y su pasado de convicto, lo llevan a abandonar Estados Unidos y radicarse en París, donde conoce al editor Marcel Duhamel, de las Ediciones Gallimard, quien ve su potencialidad y le incita a transformarse en un escritor de novelas policiales. Así nace la saga protagonizada por los detectives negros Ataúd Johnson y Sepulturero Jones, dos duros de verdad capaces de aceptar pequeños sobornos y molerte a palos, pero también de decantar la verdad y la justicia, en títulos como Un ciego con una pistola, Por amor a Imabelle, Todos muertos y Empieza el calor. Una prosa dura, filosa, de exactitud y economía descriptiva, con una notable capacidad para atrapar al lector y no soltarlo. El tipo escribe con la gracia de un boxeador que sabe bailotear y lanzar todos los golpes con velocidad y contundencia.

    Su mejor novela y la más ambiciosa fue Por el pasado llorarás, publicada originalmente en 1953 y censurada en sus pasajes más crudos de violencia y homosexualidad carcelaria. Hay una versión de El Aleph Editores de 2002 que respeta su integridad original. Son 543 páginas soberbias, donde Himes, a través del personaje de Jimmy Monroe (que es blanco), revive su pasado en cautiverio y da cuenta de la fauna que allí se concentra: los terribles carceleros, los no menos bestiales presos (que también se perfuman y acicalan para sus encuentros amorosos) y el tiempo que no pasa y las esperanzas que se mueren entre esas paredes grises y húmedas de hierro y cemento. Hay una larguísima secuencia de un incendio dantesco en la prisión, un caos de cuerpos calcinados y presos salvando presos, que es absolutamente genial. Un botón de muestra: “No podía dejar de pensar en que esos reclusos que se superaban en heroicidad eran los mismos que habían cometido asesinatos y violaciones, los mismos que habían provocado incendios, los mismos que se habían ensañado con niñas pequeñas usando un cuchillo de carnicero antes de insertar sus órganos monstruosos en ellas, los mismos que habían mutilado a mujeres, cortando torsos, brazos, piernas y cabezas que más tarde habían escondido en un baúl, los mismos que habían robado autos y falsificado cheques y acribillado a policías, ahí estaban, dejándose la piel en el empeño, jugándose la vida para salvar a otros hombres que acaso habían violado a sus hermanitas de corta edad”.

    Himes se volvió una celebridad de las letras negras, en sentido literario y figurado. Se casó con una inglesa y en 1969 se retiró a vivir en Alicante, España, cerca de la playa de Moraira. Sufrió las complicaciones del Parkinson y en los últimos tiempos estaba postrado en una silla de ruedas. Murió en 1984. A su funeral asistieron doce personas: su viuda Lesley, su médico, un escritor amigo, algunos vecinos y el alcalde de Teulada. Un final melancólico, desencantado, digno de la mejor serie negra.

    En el prólogo de la edición española de Por el pasado llorarás, escrito por Melvin van Peebles, tenemos un par de pistas sobre la sinceridad de Himes. Van Peebles debe entrevistarlo en París para el semanario France Observateur. No sabe que es negro. Toca timbre en su casa. Abre la puerta el propio Himes, que tampoco espera a un periodista negro. Los dos hombres de color están frente a frente. La complicidad es total y se enciende como una mecha.

    El periodista cree que el escritor estuvo preso como consecuencia de otra brutalidad policial contra los de su color, que es inocente.

    —¿Inocente? —responde el escritor—. ¡Un cuerno! ¡Culpable y bien culpable! Me pillaron con las manos en la masa; todavía llevaba las joyas encima.

    El periodista vuelve a preguntar:

    —¿Por qué escribe siempre 220 páginas? ¿Le interesa la numerología?

    Contesta Himes:

    —¡Y un cuerno! Por contrato debo entregar un manuscrito de al menos 220 páginas, y cuando veo que las hojas en blanco al costado de la máquina de escribir empiezan a ceder, sé que es el momento de pensar en el final de la novela.