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    Amor amarillo

    Cinco esquinas, la nueva novela de Mario Vargas Llosa

    Colaborador en la sección de Cultura

    Lima, Perú, década de 1990. El gobierno de Alberto Fujimori en su peor momento. Atentados y secuestros de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Apagones casi todas las noches hunden en la oscuridad a barrios enteros. Explosiones de bombas terroristas despiertan a los limeños a medianoche o temprano en la mañana. Chabela y Marisa, amigas de siempre, de toda la vida, ambas casadas con dos amigos de siempre, de toda la vida, Luciano y Enrique, dos hermanos casi, se quedan juntas una noche, obligadas por el toque de queda, en la casa de una de ellas. “Maldito toque de queda”, piensa Marisa. Pero claro, hay acontecimientos peores. El terrorismo, por ejemplo. Aunque ellas, cada tanto, tienen vías de escape. Pueden irse un fin de semana a Miami, al departamento del esposo de Chabela, sobre Brickell Avenue, salir de compras, pasar tiempo en la playa. Ya lo hicieron antes y lo harán más adelante. Ahora las dos están en la cama matrimonial. Sus respectivos esposos: ausentes. De un modo natural, imprevisto, las amigas tienen sexo. Y empiezan una relación. “Bendito toque de queda”.

    Es el comienzo de la novela de Mario Vargas Llosa que el premio Nobel peruano publicó poco antes de cumplir 80 años. Con su primera novela, La ciudad y los perros, Vargas Llosa (Arequipa, 1936) obtuvo el prestigioso Premio Biblioteca Breve (1962). Por La casa verde (1965), la segunda, fue distinguido con el Premio Internacional Rómulo Gallegos. Desde entonces, no para. También autor de obras teatrales, narrativa breve y ensayos, Vargas Llosa es, ante todo, constructor de novelas: Conversación en la Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Los cuadernos de don Rigoberto, La fiesta del chivo. Ha sido adaptado al teatro y al cine en varias oportunidades: Pantaleón... tiene dos versiones cinematográficas.

    Todo lo que caracteriza lo mejor de Vargas Llosa —novelista— está acá. Esto es: hábil manejo de la técnica narrativa, la capacidad de saltar entre géneros y registros, para dotar a los personajes de psicología viva y voz propia, de actuar con fidelidad a ellos mismos. Su genuino interés por acercarse a lo que considera factores de desin­tegración, los actos criminales como enfermedad social. Cinco esquinas es una novela ágil, veloz, con apuntes críticos y humorísticos, con algunos capítulos sencillos e impecables, como Una ruina de la farándula, que describe la rutina de Juan Peineta, o Un remolino, un montaje paralelo hecho prácticamente de diálogos con algunas acotaciones. Y también Cinco esquinas condensa parte de lo que últimamente —con El sueño del Celta y El héroe discreto— no le ha salido muy bien al multipremiado autor peruano: costumbrismo, denuncia, alguna situación que cierra porque necesita cerrar. Pero es una parte mínima dentro del conjunto.

    El primer capítulo, El sueño de Marisa, al igual que sus protagonistas, está achispado por el vino y envuelto en una capa onírica que le confiere un aire de dulce irrealidad. Va al grano, como cada una de las secuencias de esta historia, narrada con agilidad y oficio. Lo que ocurre con Chabela y Marisa, que sigue adelante, es lateral al gran eje de la novela, que involucra a Luciano —abogado conservador, premio a la excelencia académica, doctorado en Columbia— y Enrique, ingeniero y empresario minero, quien un día recibe la visita de Ronaldo Garro para mostrarle unas fotografías y proponerle un negocio. De esta reunión surge una revelación. De esta revelación, una crisis. Y de esta crisis, otras revelaciones.

    Garro es un periodista carroñero, director de Destapes, un semanario sensacionalista impresentable. El narrador carga las tintas en este personaje, al que describe con más precisión y detalle sobre otros en su andar, sus gestos y su forma de vestir. Con sus zapatones de tacones altos, su saquito azul entallado y su corbata tornasolada “que parecía acogotarlo” destila mal gusto, mal aliento y mal olor. El “personajillo”, como lo llama el narrador, también tuvo en su momento programas de radio y televisión. Y, según él mismo dice, fueron sacados del aire “por decir la verdad, algo que no se aguanta mucho en el Perú de hoy y de siempre”.

    Cinco esquinas, una amplia encrucijada ubicada en el ombligo de Barrios Altos, en el Centro Histórico de Lima, es el punto convergente de las historias de algunos personajes, entre ellos Juan Peineta y Julieta Leguizamón, alias La Retaquita, periodista de Destapes, amiga discípula de Garro. Con sus pandillas, sus perros sin dueño y sus timbas clandestinas, la zona, que antes vivió tiempos mejores, ha decaído. Las calles, regadas de basura, se volvieron peligrosas; las casas, deterioradas, se cubrieron de mugre y rejas. Cinco esquinas, sinécdoque evidente de la degradación de Perú de aquellos años, también en su difícil decadencia refleja la confusa crisis que nubla la vida de los personajes.

    Juan Peineta es un antiguo recitador de poesía y ex cómico en decadencia. Una ruina de la farándula televisiva. Peineta está hecho bolsa, participó en un programa lamentable que se llamaba —ay— Los tres chistosos. Se está quedando sin memoria, vive en un hotel de mala muerte, junto con su gato Serafín, y almuerza en un comedor popular. Dos o tres veces por semana escribe cartas a mano despotricando contra Garro, el hombre que, según él, arruinó su existencia.

    Detrás de la cortina: el Doctor, una suerte de dibujo a mano alzada de Vladimiro Montesinos, ex asesor de Alberto Fujimori —enemigo político de Vargas Llosa que también recibe disparos en la ficción—, un villano de película de Bond.

    En este contexto aparecen la corrupción policial, el machismo y el racismo, introducido a través de una no muy antigua pero oscura historia familiar, revelada previa a un toque de queda, presente en las páginas como un fantasma.

    El oficio del último sobreviviente del boom latinoamericano —respeto— impulsa cada página. Como algunas transgresiones que se experimentan en el terreno de la sexualidad dentro de esta trama, la chispa de la comedia permanecerá encendida en Cinco esquinas. Aunque en el camino resulte extraño e inclusive molesto encontrarse con palabras repetidas, peruanismos de exportación (“calato” aparece tantas veces que puede saturar un poco) y frases hechas (“de pies a cabeza”, “desde tiempos inmemoriales”, “fin de semana verdaderamente inolvidable”). La trama avanza, capítulo a capítulo, con pasos largos, diálogos ágiles, atendiendo a los sonidos, los aromas, las texturas de la ficción que crece con ritmo de thriller y que Vargas Llosa sabe regar con un poco de humor.

    Vida Cultural
    2016-04-07T00:00:00