?El miércoles 23 de enero falleció en Paso de los Toros, con más de noventa años, Ana Báez de Cornalino.
?El miércoles 23 de enero falleció en Paso de los Toros, con más de noventa años, Ana Báez de Cornalino.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFue un ejemplo de cómo la cultura personal (incluyendo, además de los conocimientos, la sensibilidad literaria, el equilibrio del carácter y los valores morales) puede adquirirse y consolidarse sin una formación académica determinada.
Ella misma, sin salir de su pueblo, forjó su experiencia vital. Afirmaba Maritain que la experiencia es un precipitado de memoria y sufrimiento. La verdadera experiencia se configura cuando la vida se vive con intensidad, que no es lo mismo que vivirla con exuberancia.
Habituada a nadar como un pez en aquellas nerviosas corrientes del río Negro, Ana Báez, un día de su lejana juventud percibió que se ahogaba el también joven Omar Odriozola (luego célebre autor de la letra de “Uruguayos Campeones”) y se lanzó presurosa al agua para rescatarlo, trayéndolo a la orilla y auxiliándolo con los primeros auxilios. De ahí, y a partir de una máquina de coser que en agradecimiento le obsequió Odriozola, surgió la gran amistad que los unió hasta la muerte del poeta.
Nunca supe si en la época de este episodio ya era enfermera (y lo fue durante muchos años en el Hospital de la ciudad), pero si no lo era, se dio entonces su primer acto de trabajo por la salud del prójimo.
A ese acto siguieron muchos más, porque el Hospital de Paso de los Toros la contó como una de las más humanas y eficientes obreras de la salud. Tenía un concepto trascendente, social y desinteresado de la función que realizaba como colaboradora de los médicos, y muchas veces la oí exaltando sus trayectorias y el apego a los valores anexos al noble ejercicio de la medicina de muchos galenos que conoció. Recordemos que el texto del juramento que Hipócrates (s. VI A.C.) formuló en la Escuela de Cnosos, enfatizaba los exigentes deberes que iban anexos al de curar: el respeto a la técnica, el respeto al secreto, el respeto a la intimidad, el respeto a la inferioridad psicológica en que se encuentra el paciente…
Dos días antes de morir hablamos por teléfono de su proyecto de escribir la historia del Hospital de Paso de los Toros, así como también la del puente por el que se ingresa al centro poblado, de todo lo cual supongo y con fundamento que tendría infinitud de datos de interés, porque en su casa tenía un abigarrado archivo de recortes de revistas, publicaciones y diarios antiguos referidos a la zona, y ella sabía sacarles fruto y contarlos con galanura.
Porque, aun sin quererlo, fue escritora. Ni su letra, ni su vocabulario, ni su sintaxis, hacían pensar que solo había ido a la escuela primaria. Tenía una condición que algunos académicos, mareados de enciclopedismo, suelen perder: la claridad. Su estilo de expresión por escrito era diáfano y tenía un dejo de intimismo. Un día, la fundación Banco de Boston organizó un concurso nacional sobre figuras relevantes del país. Ella mandó un manuscrito relatando la vida de su amigo Odriozola. Fue premiada, y ese galardón en nada afectó su modestia. Me consta que Franklin Morales, que había escrito sobre Obdulio Varela y compartiera el libro publicado al efecto con los trabajos distinguidos en el concurso, a partir de esa ocasión en que la conoció mantuvo frecuente trato con ella.
Se comunicó con medio país por cartas manuscritas. Políticos y gobernantes (no solo del Partido Nacional, que era su pasión) recibieron pedidos solidarios del más diverso tipo: desde la colaboración para una biblioteca hasta la ayuda a un discapacitado. Hacer el bien era su meta.
Quedaría incompleta esta breve semblanza si no mencionara que a su casa fueron durante años, jóvenes liceales para que les explicara algo o les prestara material a fin de preparar sus clases. En ese sentido su labor adquirió carácter pedagógico. Una pedagogía sencilla, ejercida desde el anonimato y con la constancia de quien sabía que, como dijera Estable, aunque muchas semillas se pierdan, hay que sembrar con ordenado ritmo y como el viento, porque “el viento siembra más allá de todos los surcos, más allá de toda tierra labrantía, más allá de todo regadío”.
Si tuviera que resumir con una nota esencial lo que mejor caracterizó esta existencia, diría que fue la nobleza de espíritu.
? Prof. Agapo Luis Palomeque
?CI 3.002.618
Canelones