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    Argentina o el eterno retorno

    N° 2048 - 28 de Noviembre al 04 de Diciembre de 2019

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    Mauricio Macri creó un “partido de diseño”. Tal como sus actos y su propaganda, cuidada, pulcra, elitista, exacta, Propuesta Republicana (PRO) es un partido “fabricado para ganar”. Producto directo de la crisis de 2001 y de la implosión de aquel endeble sistema de partidos, el PRO nace desde la fundación Creer y Crecer, donde Macri y De Narváez fabricaron una propuesta conservadora de nuevo tipo. Luego Rodríguez Larreta incluyó su fundación, Grupo Sophía, que convocaba técnicos jóvenes para diseñar políticas y programas que se integraban a las estructuras del Estado nacional o porteño.

    Así, PRO logra ensamblar peronistas, radicales, derechistas de la UCD, técnicos de las fundaciones y empresarios exitosos. Ese rompecabezas mostró contradicciones y tensiones, pero como todo puzzle el PRO queda ensamblado, mostrando las líneas de división. El sistema se mantiene unido porque el liderazgo de Mauricio Macri es indiscutido y él tiene, siempre, la última palabra.

    Una de las novedades del PRO es que no surge ni depende de ningún partido anterior, apenas si recoge algunos retazos de los partidos implosionados en 2001, y desde las fuentes fundantes —ONG y empresarios— pagó la elaboración de programas para catapultar a un líder que no era un político, sino “alguien que se metió en política”. Y en una Argentina que gritaba “que se vayan todos” un perfil conservador de estas características podía tener futuro si jugaba bien sus cartas.

    Definido por Mauricio Macri como “el primer partido promercado y pronegocios en cerca de ochenta años de historia argentina”, son profesionales y no políticos los que dirigieron y gobernaron. La idea fuerza fue gestionar lo público privilegiando el usufructo de lo privado. O sea, el Estado cumple un rol, no es ni marginado ni eliminado, elabora reglas, coopera o se asocia con empresas o personas, para promover la creatividad de lo privado. Es la afirmación del management como valor político, y desde esa opción instalaron una “derecha de gestión” que intentó darle un nuevo perfil a la política y al Estado. Y falló.

    El Estado argentino sigue siendo una construcción inconclusa. Con un poder limitado, jaqueado desde siempre por las corporaciones y, más recientemente, por diversos factores de poder económico y social, nunca logró ser integrador de la sociedad. Los conflictos no se canalizan dentro del aparato estatal, esa es una de las razones que explican los estallidos decenales de un país que no logra instalar ni una representación permanente ni un sistema de partidos estable, mucho menos una élite política profesional que administre lo público de manera idónea. PRO y Macri fueron un nuevo intento de saldar esa brecha histórica en clave conservadora.

    Pero una cosa es gestionar empresas y otra muy distinta administrar un Estado. Una cosa es el management y otra, la política. Al año y medio el gobierno de PRO y sus aliados estaba haciendo agua. Su gestión económica, donde supuso que la baja de la inflación y el ajuste sería rápido y sencillo, se transformó en un espiral descendente. La gestión económica disparó aún más la inflación y todos los indicadores sociales —desocupación, pobreza— treparon a los niveles de principio de siglo y, en consecuencia, “la grieta” heredada del kirchnerismo se agrandó. En provincia de Buenos Aires, la delfina María Julia Vidal apenas podía responder a la debacle social sosteniendo que la pavimentación permitía a los pobres ahora usar zapatillas blancas. O sea, la crisis agotó el discurso de la derecha de gestión, que no ofreció ningún argumento razonable para explicar su fracaso. La vuelta al Fondo Monetario Internacional hizo el resto en el imaginario de los argentinos.

    El peronismo actuó, entonces, con habilidad. Dejó caer en la deriva al macrismo, movilizó a los movimientos sociales, operó en las propuestas políticas que más conmovieron a la sociedad y se posicionó, de nuevo, como defensor de las causas populares. Desfibrado, fragmentado y dividido, el peronismo, ese “no partido”, tan abarcativo como contradictorio, logró alinear sus pedazos con dificultad, pero con esa sagacidad política que le sobra. Nacido desde una revolución militar, como un movimiento antipolítico, entre tantas cosas, su rechazo histórico a la política “tradicional” lo identifica como movimiento “nacional” y, por tanto, lo habilita a juntar desde la extrema derecha hasta la izquierda en todos sus matices. Hoy, luego del ciclo menemista que mutó al justicialismo de partido sindical a partido clientelista, al decir de Steven Levitsky, unir partes contradictorias no es un problema, como tampoco lo fue para Macri cuando ensambló el PRO. El capital político y social del kirchnerismo tenía la llave para la victoria, pero no podía ser usada en las múltiples cerraduras del peronismo. Así, la “reunificación” surge no desde la candidatura de Cristina Fernández —tan cuestionada— sino desde la promoción de un “moderado”, antiguo jefe de gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández, que vuelve al redil luego de años de distanciamiento y de discrepancias con las gestiones “pingüinas”. La fórmula Fernández-Fernández fue una hábil jugada y una demostración de madurez, tan ajena a la forma argentina de hacer política. El kirchnerismo aportaba su capital, Cristina, sin generar rechazo en los sectores medios, atrayéndolos con un moderado, Alberto, sin un pasado polémico que explicar a cada paso. La decadencia del gobierno de Macri hizo el resto.

    Y así la estructura política argentina seguirá tropezando en su andar. Un Estado que obliga a todos los presidentes a “acumular poder” cuando asumen, pues no lo tienen por el mero hecho de poseer la banda y el bastón presidencial. Una Justicia funcional al gobierno de turno y un sistema de partidos inexistente y por eso, inestable, que rompe todos los canales de representación y soluciona sus defectos con un movimiento de masas y clientelar como el peronismo, o busca alternativas de élite como la derecha de gestión del PRO con Mauricio Macri y un liderazgo por lo menos mediocre.

    ¿Podrá Argentina culminar la construcción de su Estado-nación? ¿Logrará de esta manera generar una sociedad integrada y estable? Hasta el presente todos los intentos fallaron. Quizá el retorno peronista signifique, por mucho tiempo, aceptarse con esas limitaciones y con esas carencias, hasta que la historia haga su trabajo y termine ese proceso inconcluso. Como no sabemos ni cómo ni cuándo sucederá, Argentina seguirá siendo una gran incógnita política y un vecino que todos en la región debemos observar con cuidado.