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“Me da un poco de rabia que me conozcan solo por esa obra, por más que para mí fue muy importante y la quiero mucho”, decía Milton Schinca a Búsqueda en setiembre de 2010, en ocasión de la sexta edición de “Boulevard Sarandí”, aquella memoria anecdótica de Montevideo en tres tomos, publicada en 1976, que pintó la ciudad con tanta frescura y elocuencia desde el microcosmos de cada casa, cada esquina, cada plaza y cada barrio, que se transformó en uno de los trabajos mas influyentes y populares de la literatura uruguaya de la segunda mitad del siglo XX.
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El lector apasionado por “El Quijote” que en 1956 transformó uno de sus capítulos en la obra teatral “Sancho Panza, gobernador de Barataria” y que luego escribió otras 16 piezas dramáticas, falleció en Montevideo el martes 22.
Schinca había heredado la pasión por el teatro de su padre, un destacado periodista y crítico teatral, tareas que también desempeñó en “Acción”, “Marcha” y “Brecha”. Como artista teatral, estuvo vinculado al grupo La Barraca desde 1947. Fue dramaturgo en “Pepe el oriental” (1970), “Guay, Uruguay” (1971), “Boulevard Sarandí” (1973), retrato escénico de Roberto de las Carreras con Armando Halty, “Bernardina de Rivera” (1973), “Ana Monterroso de Lavalleja” (1974), y “Las artiguistas” (1975), las tres últimas con Estela Castro, dirigidas por Laura Escalante. En “Los Blanes” (1974) intervenían Estela Medina, Dumas Lerena y Delfi Galbiati, bajo la dirección de su primo Eduardo Schinca.
Sin embargo, las nuevas generaciones teatrales no lo entusiasmaron y fue raro verlo en una sala, al menos en la última década. Creía que el teatro actual no era “el de antes”, y veía una “declinación artística y cultural” y “cierto aflojamiento”. No podía evitar la comparación con las “figuras de enorme importancia que ya no están más”, con la gente que influía en su época, con “grandes actores y maestros”, y citaba a Margarita Xirgu como caso emblemático.
La palabra escrita y oral fue el común denominador de su vida: ejerció casi todos los oficios que puede abordar un escritor y los acompañó siempre junto a un micrófono, despuntando su otra pasión: la radio. De hecho, las historias de “Boulevard Sarandí” fueron contadas primero en los estudios de CX 30. “Cuando salió, la gente no sabía nada del pasado montevideano. Me daba cuenta por sus preguntas en las audiciones. (...) Me creían un erudito de la historia y me preguntaban cosas que yo no tenía ni la menor idea. Ahora se sabe un poco más”, dijo quien hizo bastante para que eso fuera posible, y recibió por ello varios premios Florencio y la distinción de Ciudadano Ilustre en 2010.
También usó su voz para grabar decenas de libros uruguayos que integran la valiosa fonoteca de la Fundación Braille y, en sus últimos años, para dictar su taller literario en su apartamento de Plaza Cagancha.
Fue poeta en ”Esta hora urgente”, “Cambiar la vida”, “Nora paz”, “Mundo cuestionado” y “Poemas sex”. Cuando debió ganarse la vida en su exilio en México (1979-1984), también lo hizo frente a una máquina de escribir, aunque como traductor de artículos para la editorial “Fondo de Cultura Económica”.
Escribió una sola novela, “Hombre a la orilla del mundo” (1988), reconstrucción epistolar imaginaria del exilio de José Artigas. Pese a su gran éxito, no insistió en la narrativa pero sí en su pasión por el pasado, a través de piezas teatrales como “Delmira”, sobre la vida de la poeta Delmira Agustini y dirigida por Dumas Lerena.
De todos modos, su mirada siempre se alejó del bronce: “Tenemos una idea falsa sobre el pasado uruguayo, como si hubiera sido un paraíso, pero de país pacífico, amable y simpático tenía poco. El siglo XIX fue siniestro. Una de las historias que leí contaba que se hacían timbas con carreras de muertos. A los prisioneros los mandaban matar, los paraban uno al lado del otro y los degollaban. Como no se morían en seguida y se continuaban moviendo, apostaban como si fuera una carrera”, aseguró a Búsqueda.