— Lo más importante a tener en cuenta es que Uruguay posee un sector arrocero muy productivo y un buen conocimiento en materia de investigaciones. El país está enfrentando un montón de desafíos relacionados con los costos de su proceso productivo. También por las condiciones de la macroeconomía mundial, que son desfavorables por el dólar fuerte. Ahora la pregunta es: cómo podemos mediante la investigación aprovechar para mejor las condiciones que tiene Uruguay, para avanzar más rápido en el uso de nuevas tecnologías y variedades, y otras herramientas que puedan ayudar al productor a romper con la barrera de rendimientos actual.
—¿Cómo evalúa el rendimiento actual del país?
—Una de las razones por las cuales tenía ganas de venir, en primer lugar, fue porque el país ha podido incrementar su rendimiento de forma muy rápida. De 5.500 a más de 8.000 kilogramos en un período de tan solo 6 o 7 años. No hay muchos lugares en el mundo en donde se pueda encontrar un incremento semejante de una manera tan rápida. Es un caso bastante único. La pregunta fundamental que nos estamos haciendo es: ¿esto es todo lo que podemos obtener? En Uruguay existen buenos productores que pueden obtener 9.000, 10.000 y hasta 11.000 kilos por hectárea. Entonces, no sabemos cuál es el techo para aumentar los rendimientos. Es probable que el rango máximo a nivel mundial sea de 12.000 a 15.000 kilos.
—¿Qué se necesita hacer para llegar a ese nivel?
—Hay que tener un nivel mucho más alto de sofisticación y de precisión en la administración de los cultivos. También es necesario realizar mejoramientos genéticos en el futuro. Pero en principio pensamos una meta inmediata, de 5 a 10 años, para que los productores alcancen un promedio de rendimientos de 10.000 kilos por hectárea. Aunque es un gran desafío y no es fácil, es un objetivo realista, y sería un logro inmenso.
—¿Puede profundizar más en cómo se puede lograr ese incremento?
—Hay varias cosas. La primera de ellas viene por el lado de la genética. En eso hemos avanzado, pero existe un problema relacionado con la estructura actual de la industria uruguaya, la cual se ha enfocado en trabajar con pocas variedades, porque de esa manera es más fácil trabajar en el mercado. Eso tiene algunas desventajas, en el sentido de que no siempre es posible hacer mejoras genéticas rápidas con esas variedades. Hoy en día se puede asumir que es posible disponer de nuevas variedades fácilmente, las cuales pueden estar mejor adaptadas al cambio climático, a las enfermedades. La pregunta es cómo podemos introducir estas nuevas variedades rápidamente en el sector comercial, y que sigan cumpliendo con los estándares de peso, tamaño y calidad. En Uruguay no se puede comprometer eso. Esto también tendría sus efectos secundarios, que nos guiarían a toda una nueva generación de variedades, así que los productores van a poder hacer menos aplicaciones químicas. Hay otros beneficios y es una meta que puede ser perseguida. Y creo que los industrias van a ir en esa dirección, porque de todas maneras, los mercados a los que Uruguay exporta se han diversificado. Ahora vende a muchos más países que 15 años atrás.
—Pero pese a que los destinos de exportación se han diversificado, las ventas siguen concentrándose en Perú.
—Hay dos grandes destinos que son Perú e Irak. Pero eso puede cambiar, y creo que la tendencia general va hacia que el arroz sea exportado a diferentes mercados. Para eso hay que sacarles provecho a las avances en genética, y saber qué es lo que se necesita en materia de variedades, sin poner en riesgo la calidad del producto. Todo apunta a conseguir nuevas semillas que estén mejor adaptadas al clima y que tengan una ventaja en su rendimiento.
—¿Es posible alcanzar esos objetivos con las instalaciones y los recursos humanos del país?
—Hay que reorganizar toda la investigación que ya se ha hecho, y realizar algunos procesos de forma diferente, precisamente más rápido. Se necesitan mejorar los métodos, como ser más precisos a la hora de seleccionar las variedades (que se estudian). También se pueden utilizar herramientas para analizar su ADN y descubrir si tienen la resistencia adecuada a las enfermedades. Para eso se requiere invertir para mejorar las instalaciones de biotecnología. Creo que eso traería beneficios a otros cultivos también, no solo al arroz. Pero Uruguay, en general, tiene buenas instalaciones y en la mayoría de los casos cuenta con recursos humanos que están a la altura de lo que se exige. Es una cuestión de tener más dinero disponible. Pero claro, capital para comprar equipamiento lo quieren todos, y acá no tenemos tanto lujo. Entonces, se trata de reenfocar el dinero disponible. También hay que ser más precisos a la hora de detectar cuáles son los productores más ineficientes, en los lugares donde debemos de hacer algo al respecto.
—¿Y qué deberían hacer los productores para acompañar estos cambios que se plantean?
—Este tipo de herramientas existen en otras partes del mundo. Lo central es hacer formar parte a los productores de los programas de manejo agrícola. Ahora existen algunas nuevas preguntas. Hace algunos años, la mayoría del arroz crecía en sistema de pastura arrocero, pero ahora hay muchas otras combinaciones y las cosas se mueven con rapidez, porque la soja es muy atractiva para los productores en este momento. Entonces, hay que identificar cómo deben manejarse en estos nuevos sistemas de rotaciones.
—¿Y cómo se lograría que los productores sigan efectivamente las recomendaciones que ustedes hagan?
—La característica de los productores a escala mundial es que ellos no siguen exactamente todas las recomendaciones. Eso forma parte del comportamiento humano. Podes hacer sugerencias, pero al final la decisión es siempre individual. Los científicos, lo que debemos hacer es brindarles recomendaciones de la forma más clara posible sobre lo que se puede hacer. Pero en muchos casos estas son opciones tácticas para elegir, las cuales en algunos casos pueden satisfacer las necesidades del productor, y en otras no son posibles de aplicar. No se puede esperar que todos los productores hagan lo que nosotros recomendamos.
—¿Hay que modificar la forma en que se relaciona el investigador con el productor?
—Eso lo hemos discutido. Hay que aprender durante la práctica. Tradicionalmente, el lugar más sencillo para que el científico haga su trabajo es en pequeños campos experimentales destinados a la investigación, porque está todo bajo control y es más fácil de manejar. Pero ese acercamiento es bueno para responder ciertas preguntas, pero no es del todo bueno si lo que se busca es plantear sugerencias a los productores en un contexto más complejo, de grandes extensiones de tierra. El acercamiento también debe cambiar en el sentido de hacer investigaciones en el propio campo de los productores, para que los descubrimientos sean mucho más cercanos a su mundo real, aunque eso presenta mayores dificultades. La ventaja de Uruguay es que en términos relativos hay muy pocos productores.
Alimentos con productos transgénicos ”son más seguros” que el resto
Achim Dobermann mostró una posición favorable a los cultivos transgénicos, y afirmó que “probablemente “ su resultado “sea el alimento más investigado que se pueda comer” y que “ese tipo de comida es incluso hasta más segura que la que no es transgénica”.
—¿Cuál es la respuesta al cambio climático?
—Creo que es la adaptación de los cultivos en general. Es posible alcanzar un diferente nivel de adaptación para cualquier situación. En el sector arrocero hay mucho potencial para hacer mejoras genéticas utilizando herramientas de biología molecular, y eso no es transgénico. Ya se han hecho muchos avances en la tolerancia del arroz a la inundación; lo que viene ahora son mejoras en la tolerancia al calor. En el futuro vamos a tener variedades que se adapten mejor a esta variable.
—¿Se puede prescindir de los transgénicos, entonces?
—Para lograr ciertas características y si se quieren conseguir grandes diferencias la única respuesta son los transgénicos. Un ejemplo es un trabajo que estuvimos haciendo en Asia, y que básicamente es enriquecer el arroz en vitamina E: arroz dorado, que se ve amarillo y naranja. Pero nos gustaría restringir los transgénicos a solo unos casos, cuando realmente sea necesario.
—Entonces no tiene reparos en usar productos transgénicos.
—No. Los comemos todos los días en este país. Todo lo que contiene maíz básicamente es transgénico. Las personas lo comen. Lo único que puedo decir es que los cultivos transgénicos son probablemente el tipo de alimento más investigado que puedas comer. Porque para que te aprueben ese producto necesitas hacer muchísima investigación. La gente usualmente se olvida de que este tipo de comida es incluso hasta más segura que la que no es transgénica. Desde el punto de vista científico no tengo problemas con los alimentos transgénicos porque no hemos visto ninguna consecuencia negativa importante. Todos los reclamos que se han hecho no han tenido fundamento. Entonces, no tenemos que rechazar esa tecnología. Es una potestad de los países aprobarla o no, y también de los consumidores.
—Si no hace daño, ¿por qué cree entonces que se rechaza en Europa, donde usted nació y trabajó muchos años?
— Realmente no lo sé. Yo soy alemán, y Alemania solía ser un país que era abierto a las nuevas tecnologías, pero en lo que tiene que ver con alimentos genéticamente modificados, generalmente tiene conceptos equivocados. Han sido objeto de muchas campañas en contra, y es fácil plantar una imagen negativa. Una sensación negativa tiene mucho más impacto que una positiva. Siempre es así. Y una vez que esa imagen se instala es muy difícil cambiarla. La gente no escucha argumentos racionales, no entiende el proceso, tiene dudas, particularmente cuando oye la palabra gen, porque eso suena extraño, a pesar de que cuando fueron a la escuela todos aprendieron lo que es. No sé quién se beneficia con ellos. Sé que yo no trabajo para ninguna compañía grande. Pero tenemos la responsabilidad de educar al público. La mayoría de los científicos no dedicamos demasiado tiempo a ello porque estamos ocupados. No queremos involucrarnos en debates públicos y ponernos a discutir con esas personas. Pero quizá lo tengamos que hacer.