Bailando en la oscuridad

Bailando en la oscuridad

La columna de Andrés Danza

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Nº 2126 - 10 al 16 de Junio de 2021

Si hay algo que no le falta a la mayoría de los que nacieron al oriente del río Uruguay es autoestima. Será por su condición de habitantes de un país pequeño con muchos logros pasados o quizás como forma de sobrevivir entre los gigantes que los rodean, pero lo cierto es que abundan los que están convencidos de su viveza y piensan que se las saben todas. Sea en el fútbol, la política, la educación o cualquier otro tema importante, siempre aparece alguno con su consejo o “sabiduría” para ofrecer.

Esa condición no necesariamente es negativa. De hecho, la confianza para poder avanzar es imprescindible. Pero la contracara de semejante exceso de amor propio es la soberbia y el subestimar a todos los que piensan diferente. Es un error que se paga caro, muy especialmente en política. Basta solo con analizar lo ocurrido durante los últimos 35 años, desde la restauración democrática de 1985, para concluir que la grandilocuencia característica de Uruguay les generó altos costos a los distintos partidos.

Cuando Tabaré Vázquez inició su carrera política y al poco tiempo se transformó en intendente de Montevideo, se hizo evidente que debía ser tenido en cuenta. Pero blancos y colorados lo subestimaron en su intento de ser presidente y no le reconocieron la capacidad necesaria, hasta que ya fue demasiado tarde. Algo similar ocurrió con José Mujica, a quien veían solo como un exguerrillero con carisma pero sin ninguna chance de jugar en las grandes ligas. Lo definían como un personaje exótico y como tal se lo tomaron hasta que, muy cerca del acto eleccionario, se dieron cuenta del error que habían cometido.

Ahora son los frenteamplistas los que no terminaron de entender la real magnitud de sus actitudes triunfalistas y de subestimar al actual presidente, Luis Lacalle Pou. No lo vieron venir y siguen sin tomarlo en cuenta de la manera en que deberían. Actúan frente a él como si fuera alguien que no tiene condiciones suficientes para estar donde está y no asumen que nadie llega a presidente porque sí.

Lacalle Pou se acostumbró a lo largo de toda su vida a estar a la sombra y desde allí construir sus mejores armas para luego atacar en el momento preciso. Subestimarlo es llevarlo a un terreno en el que se siente cómodo, porque ya ha pasado por eso varias veces. El ejemplo más claro es haber sido el “hijo de” por tantos años, hasta que resolvió dejar de serlo. Su padre, Luis Alberto Lacalle Herrera, prefería que esperara un tiempo más antes de dar ese paso, pero él no le hizo caso. Un día, sin demasiado previo aviso, lo desplazó de la cabecera de la mesa de forma permanente.

No le tenían confianza ni algunos de sus propios correligionarios, pero de eso también se repuso. En muy poco tiempo, le ganó las elecciones internas de 2014 a Jorge Larrañaga, entonces el favorito indiscutido. En las elecciones nacionales de ese año, perdió con una diferencia amplia con Vázquez, que lo acusó de ser una “pompa de jabón”.

Tuvo tiempo para recuperarse y lo hizo. Trabajó intensamente en sus puntos más débiles para tratar de contrarrestarlos y, como siempre a lo largo de su vida, construyó desde un segundo plano. En el Frente Amplio siguieron viéndolo como un riesgo menor y durante ese tercer gobierno, encabezado por Vázquez, fue muy poco o casi nada lo que hicieron para mejorar y así poder competir con más fuerza en una futura campaña electoral. Al contrario, se dejaron estar, sintieron que competían con un perdedor, como ya había ocurrido en el pasado. Algunos se referían a su condición de “pompita”, otros se burlaban de su educación o de su pasado o del barrio privado en el que vivía y fueron muy pocos los que se lo tomaron en serio. Cuando se dieron cuenta ya era tarde.

Entonces, lo que pasó y sigue pasando es que Lacalle Pou no solo les ganó, sino que se transformó en líder de todos los partidos políticos que habían sido oposición durante 15 años, pero que no habían logrado encontrar a quien los agrupara con éxito. Los frenteamplistas, del otro lado, pasaron a ser oposición pero huérfanos. Con el fallecimiento de Tabaré Vázquez, el retiro de hecho de José Mujica y el perfil más bajo adoptado por Danilo Astori, el Frente Amplio se quedó sin liderazgos claros y con varios postulantes a sucederlos.

Lacalle Pou lo sabe y juega con esa situación. Alguien ocupa los espacios que quedan libres y fue la coalición multicolor, y especialmente él, quien lo hizo. Hace mucho tiempo que la agenda la marca el gobierno o, para ser más certero, la Presidencia, y la oposición se encarga solo de responder, habitualmente tarde. Baila la música que le llega desde la Torre Ejecutiva, pero lo hace en la oscuridad porque todavía está discutiendo sobre cómo y quién debe iluminar su propia casa.

Lo más complicado además para el Frente Amplio es que en esa disputa sucesoria interna parece estar mucho más en juego quién puede llegar a ser el candidato o la candidata para 2024 que la necesaria reconstrucción de un discurso único que pueda volver a seducir a sus eventuales votantes. Eso también lo sabe el presidente y hasta se da el lujo de tirar un poco más de leña a esa hoguera. Así parece al menos cuando elige como su principal interlocutora a la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, y deja de lado al de Canelones, Yamandú Orsi, o cuando se queja por la falta de identidad del Frente Amplio actual.

Tanto Cosse como Orsi, o al menos algunos de los dirigentes que responden a ellos, están muy interesados en los movimientos que hace el otro y ya pusieron la mira en las elecciones internas de 2024. Parece prematuro, más si se tiene en cuenta que el Frente Amplio todavía no ha atravesado por un proceso real de autocrítica y reconstrucción de su discurso. Pensar solo electoralmente nubla todo lo demás y lleva a cometer errores políticos, como tratar de endilgarle al gobierno todo lo malo, pandemia incluida.

Mientras, Lacalle Pou sigue alimentando su imagen con una apuesta muy exitosa a la comunicación. Gobierna con base en encuestas y a través de una agencia de publicidad, argumentan indignados la mayoría de los dirigentes frenteamplistas. Con soberbia, agregan. Puede ser, sí. Pero lo que no están teniendo en cuenta es que le está dando buenos resultados. Y que seguir subestimando y despreciando cada uno de sus movimientos es la mejor forma que tienen de preparar el terreno para una nueva derrota.