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    Borgia y Madeiro, según Borgia y Madeiro

    Tras el galardón obtenido en el festival Longshots de la BBC por su documental El campeón del mundo, los cineastas uruguayos rememoran su carrera y analizan el intercambio creativo que ahora los llevará por caminos individuales

    Mientras volvían por la ruta de visitar al fisicoculturista Antonio Osta en su hogar de Cardona, Federico Borgia y Guillermo Madeiro se toparon con ese momento único en la carrera de todo director de cine: la certidumbre de que tenían una nueva película por delante. Osta llegó a la vida de los cineastas uruguayos al otorgarles un papel de reparto memorable en la comedia Clever, primer largometraje de Borgia y Madeiro. Para la nueva historia, el actor secundario se volvería protagonista. Con esa transformación, un par de amigos se consolidarían como la dupla creativa del cine uruguayo contemporáneo.

    Pasaron cuatro años desde el comienzo del rodaje de El campeón del mundo. Osta murió en 2017, a causa de una insuficiencia renal, antes de la finalización del documental. El agudo retrato de su vida, como padre, entrenador y campeón retirado, se exhibió en Uruguay por primera vez en agosto de 2019 en el DocMontevideo. Desde entonces, la película solo cosechó elogios. Hubo reconocimientos en festivales y de la crítica. También del público, una palmada que todo cineasta prefiere en su espalda. El último premio llegó hace unas semanas cuando El campeón del mundo fue elegida, por votación del público, la mejor película del festival virtual Longshots, organizado por la BBC.

    El reconocimiento del certamen británico llega en un momento agridulce para los cineastas uruguayos. Previo al cierre mundial de los cines y la reprogramación de festivales, El campeón del mundo tenía proyecciones agendadas en Buenos Aires, Guadalajara, Lima y Málaga, entre otras ciudades. Ahora, el documental quedará disponible hasta mayo de 2021 en el sitio de la BBC, donde se puede ver de forma gratuita. Aunque atípico, el galardón puede ser considerado un broche de oro para la primera etapa profesional y colaborativa de los directores, quienes actualmente trabajan en proyectos independientes. En diálogo con Búsqueda, Borgia y Madeiro repasaron la transformación de una carrera y una pasión por la profesión, haciendo énfasis en los procesos creativos y de trabajo que moldearon en casi dos décadas de cine.

    —¿Recuerdan cómo se conocieron?

    —Guillermo Madeiro (GM): Nos conocimos en el 2002 en la facultad. Los dos empezamos Comunicación en la Universidad Católica. Éramos bastante amigos, aunque no laburábamos juntos. El último año empezamos a hacer cortos experimentales. Ahí fue donde sucedió el amor.

    —Federico Borgia (FB): Tendríamos 21, 22 años. Nos juntábamos una noche, los dos o con Rodrigo Gils (asistente de dirección de Clever, 2015), agarrábamos ropa que había en unos roperos en la casa de mis viejos, filmábamos y actuábamos. Hicimos un par de cortos así, inmostrables. Pintó una química y la idea de hacer otro corto, El banquete, que Guille y yo dirigimos juntos. En paralelo empezamos a escribir el guion de una película.

    —GM: 2007 fue el año bisagra.

    —FB: Hacemos el cortometraje El banquete (2007) y años después el mediometraje Nunchaku (2011). Recién mucho después podemos hacer Clever, pero su guion nos mantenía unidos para seguir filmando y ensayando. Sostuvo nuestro trabajo juntos durante mucho tiempo.

    —Todos esos años de facultad, de rodajes con amigos y el camino que los llevó a Clever, su primer largometraje, ¿los recuerdan con nostalgia?

    —GB: No con nostalgia, porque no pasó tanto tiempo, pero sí con tremendo cariño. Y sé que no se va a repetir nunca. Por la vida de cada uno en ese momento. Por las ilusiones. Hay un montón de cosas lindas que por suerte las vivimos y las celebro. No me quedo trancado en ese pasado de hacer cine como un juego. Hay cosas que se siguen manteniendo hasta al día de hoy pero con menos inocencia. El juego sigue existiendo. Cuando nos juntamos con Fefo a trabajar nos seguimos cagando de la risa juntos. Siempre que nos vemos por algo aparece de nuevo esa semilla.

    —FB: Un poco de nostalgia tengo, porque lo miro con cariño y agradecimiento. Ahora las cosas se hacen desde otro lugar. Seguimos buscando el mismo nexo de autenticidad. Tenemos otras posibilidades y el oficio encima. Me daría más nostalgia si hubiese decidido no hacer más películas.

    —Durante sus instancias de escritura en conjunto, ¿cómo racionalizan el proceso de compartirle una idea al otro?

    —GM: No hay una forma. Ese pasaje es informal. En Clever nos juntábamos a escribir juntos y las ideas se nos ocurrían en el momento. O las traíamos y en el momento de reunión las compartíamos. No había una necesidad de vender una idea. El otro, como te conoce tanto, sabe por dónde viene. Vos también sabés qué le podés proponer y qué no.

    —¿Cómo lo sabés?

    —GM: Yo sé lo que le gusta a él. Y trato de seducirlo también. Ya nos conocemos. Conocemos lo que nos gusta. Sé cómo puedo pincharlo. Él también sabe. Sé qué tipo de ideas vienen de ese lado también.

    —FB: La idea fue y es no guardarse nada. Poder decir “Ok, suelto todo”. Justamente, el juicio del otro no es un juicio. Es un espejo que te interesa. De alguna manera no tenés miedo de decir malas ideas o terrajas. Las soltás porque rebotan, crecen y se van transformando. Sobre todo en los inicios de los procesos. Tanto Clever como Nunchaku no surgieron por una idea, sino por la necesidad de hacer una película. No hay alguien que tenga el corazón exclusivo de esos proyectos. Nunca logramos rastrear a quién se le ocurrió las ideas importantes. Porque no existe. Si se le ocurrió a uno, fue gracias a que el otro plantó una semilla antes. Sería una estupidez entrar a rastrear. El proceso no lo habilita.

    —¿Dónde solían escribir sus primeros guiones?

    —GM: Escribíamos en la casa de los padres de Fefo. Empezamos escribiendo en Word. Después que fuimos a España conocimos el Celtx, un programa para escribir guiones.

    —¿Uno escribía y el otro recorría el cuarto ansioso? Lo imagino así.

    —GM: Nos íbamos turnando. Yo fumo mucho y salía a fumar en un balconcito que había en el cuarto de Fefo. Fumábamos mucho paraguayo, ¿te acordás? Escribíamos con música.

    —FB: Yo ya no puedo escribir con música. Me distrae. Salvo que sea algo muy climático. Si hay alguien que canta, ya no puedo. No es joda.

    —¿Y qué pasaba con las reescrituras, por ejemplo, de diálogos o escenas? ¿El momento de defender una idea ante un posible cambio?

    —GM: Nunca nos atamos de pies y manos. Si hay algo que a uno de los dos no le gusta, va a ir afuera. No hay forma. Andá a saber qué pasa con una línea de diálogo una vez que haya que filmarla. No recuerdo grandes peleas por líneas de diálogo.

    —FB: ¿Sabés lo que pasa con eso? No es una negociación en la que yo me fumo una idea tuya y vos te fumás la mía. Eso no sirve. El otro es un espectador que si vos no lo dejás contento, no te quedás contento. Creo que es una clave de cómo funcionaron bien las cosas.

    —Los rodajes son considerados un bautismo de fuego para los directores, incluso cuando no se trata del primero. ¿Qué los sorprendió del otro en esos momentos de presión?

    —FB: Fueron una constatación de la serenidad de Guille y el disfrute genuino, del momento a momento del rodaje. De la concentración y de la solidez para tomar decisiones. Una cuestión de una frialdad saludable en ese momento de presión, digamos.

    —GM: Cuando llegó el momento de filmar Clever había que achicar el guion por el presupuesto. Nos juntábamos los días libres del rodaje a ver qué cosas sacábamos. Fefo era muy práctico. Trajo un desapego con esas cosas que nos llevaron tanto tiempo y ponía la energía donde había que ponerla. Había que hacer una película: no la que escribimos durante años, sino la que empezamos a filmar en ese momento.

    —En el pasado han dicho que Federico se concentraba más en los actores y vos, Guillermo, en lo técnico. ¿Siempre fue así?

    —GM: Es una simplificación enorme, pero un poco capaz que sí.

    —FB: Se daba de forma superficial. Es más un recurso práctico a la hora de ser dos cuando ya está todo trabajado en los ensayos y los planos están discutidos. Yo hablaba más con los actores en el rodaje, pero no estaba hablando por mí. Estaba hablando por los dos. Es más orgánico y práctico. Si les hablábamos los dos a los actores hasta existía la posibilidad de contradecirnos.

    —¿Qué sucedía con los desacuerdos durante la filmación? Tenía que haberlos.

    —GM: No recuerdo algo así. Si los había, nos íbamos a charlar a algún lugar para que no nos viera nadie. En un rodaje hay que mostrarse unido.

    —FB: Momentos de tensión, de mandarnos a cagar, recuerdo uno. En España. En la Fundación Carolina. No fue un desacuerdo artístico. Era el tedio de dos hermanos que están todo el día juntos y se pelean por algo lateral. En los rodajes teníamos muy claro la presión de no perder tiempo.

    —Las experiencias y resultados de Clever y El campeón del mundo son muy diferentes, no solo por los géneros de cada proyecto sino por sus escalas. ¿Qué enseñanzas se llevaron de una película a otra?

    —GM: La paciencia de saber que las películas son muy difíciles de hacer. En El campeón... aprendimos a filmar solos. No teníamos mucho oficio. Veníamos de Clever, donde había un fotógrafo, un equipo que iluminaba, un sonidista. El principio de El campeón... fue mano a mano, uno hacía cámara, el otro sonido y nos turnábamos.

    —FB: Fue una experiencia y un oficio nuevo. Fuimos viendo cómo íbamos mejorando y depurando el dominio del lenguaje del cine. Lo que vale y cuenta un plano. Lo que vale su tiempo. Eso fue potenciado en la experiencia de Guille como montajista, también. La paciencia y no estar moviendo la cámara por todos lados. Quedarse quieto y encontrar la puesta en escena. Cosas simples como un paneo que va de un afiche a él (Antonio Osta, el protagonista) colgando las medias. Si El campéon... hubiera sido nuestra ópera prima, no hubiese quedado como quedó. Ni a palos.

    —GM: Ni a palos.

    —¿Cómo se llevan con la instancia del montaje? ¿Qué tanto incide la presencia de Juan Ignacio Fernández Hoppe como su colaborador en la edición?

    —GM: Es un momento fascinante y de descubrimiento de lo que filmamos. Ver qué cosas te pasaron por delante y no las viste. Tanto en Clever como en El campeón... participamos los dos activamente en el montaje. Editamos un primer corte que luego Juan tomó. Por un tema de distancia con el material, es fundamental contar con él, que está muy formado narrativamente. Es raro que haya tres personas en la isla de edición pero se dio así.

    —¿Les atrae reflexionar sobre su propia obra?

    —GM: Lo hago porque me obligan a hacerlo. Pero medir el aprendizaje y ver qué hicimos mal y qué no, sí me gusta. Muchas veces conozco nuestras películas con lo que la gente dice de ellas.

    —FB: A mí hay instancias de reflexión que me interesan pero son más compartidas. No me atrae el análisis de la obra en sí misma. Nunca trabajamos a partir de temas previos. Siempre es consecuencia de lo que va surgiendo luego. Con el tiempo uno es más consciente de lo que está haciendo.

    —¿Qué sienten al ser vistos, dentro del cine nacional y regional, como una dupla creativa?

    —GM: Es por la insistencia de filmar muchas cosas juntos. Tampoco fueron tantas. Es más “para los amigos” eso de la dupla.

    —FB: Sí, es verdad que hicimos dos películas que más o menos se vieron y, por separado, no hay una visualización, desde afuera, de cada uno como director. Pero es algo que simplemente ocurre. A nosotros no nos importa eso. En realidad alguien puede decir que nos separamos porque estamos haciendo cada uno su película…

    —Se presta para un título escandaloso: “¡¿Qué pasó entre Borgia y Madeiro?!”

    —FB: En realidad nunca “nos juntamos” tampoco. Un proyecto nos fue llevando a otro. Eso se va abriendo a otras posibilidades. En este momento estamos en otras cosas y las ganas de trabajar juntos están. Los dos, en el fondo, sentimos que juntos vamos a hacer otra película, y capaz que más de una.

    —GM: No hay que forzar nada.

    —FB: Estoy escribiendo una ficción y Guille fue el primero al que le mandé el guion para que lo lea. Me hizo una devolución profunda. También hay una colaboración ahí.

    —¿La mudanza de Federico a Maldonado hace unos años cambió la dinámica de trabajo que tenían?

    —GM: Capaz que si él estaba en Montevideo, teníamos algo juntos. Pero sí, limita un montón para trabajar juntos. El campéon... se dio en Cardona, una ciudad donde ninguno de nosotros vivía y a la que viajábamos los dos.

    —FB: Y su proceso no tenía que ver con la escritura. Viviendo en ciudades diferentes podés escribir y mandarle cosas al otro, pero hay algo que falta al no estar los dos ahí, en el mismo lugar. Cambian la frecuencia y las vivencias.

    —¿En qué están trabajando ahora?

    —GM: Yo estoy con Abyecta, una no ficción que no sé lo que es aún. Parte de un cortometraje que hice el año pasado con Annasofía Facello. No puedo adelantar mucho porque estoy en pleno proceso y estoy tratando de hacer algo diferente a lo que he venido haciendo. Veo a dónde me lleva y pretendo que sea una película que se haga a medida que se va filmando.

    —FB: Yo estoy con un guion de ficción, La casa del perro. Si bien es algo distinto a lo que hemos hecho, siento que estoy buscando una experiencia similar a lo que pasó con Clever. Hacer una ficción, juntar a un montón de gente, irse de viaje por seis semanas con actores. Estoy jugando con la fabulación y la observación. Ya tengo una estructura e historia, pero las voy a tensar. Tengo un trillo de exploración largo todavía y espero poder filmarla en algún momento. Estoy contento con el proceso, pero con mucha paciencia.

    —¿Creen que ahora están obteniendo herramientas que volcarán en una futura colaboración? ¿Se están moldeando individualmente?

    —GM: Eso pasó siempre. Sobre todo de joven, que sos una esponja y agarrás de todos lados. Cuando hagamos algo de vuelta, si es que ocurre, vamos a ser otras personas. Tener otro bagaje, otras experiencias. Vamos a llegar más armados en ese sentido, por seguir trabajando en cine y haber tenido otras experiencias.

    —FB: A mí lo que me está cambiando la jugada es la docencia. Guille, al ser montajista, está todo el tiempo sumergido en cine, en su lenguaje y narrativa. Yo no. De alguna manera, el tener que dar clases me hizo volver a estudiar, incluso cosas que no había estudiado. El contacto con los estudiantes, cómo piensan y qué hacen, eso me está reformando. Me demanda mucho tiempo y energía, pero me alimenta la relación con el cine y me obliga a seguir creando. Si no creo, no puedo enseñar nada.

    —¿Qué ven en el otro como autor y realizador que los seduce?

    —GM: Yo lo admiro a Fefo. En serio. Me encantan las ideas que tiene. Sobre todo el tono de las ideas. Los detalles que le llaman la atención. Lo que intenta generar con las cosas que hace. Y sobre todo le creo. Es muy transparente en ese sentido. Es honesto en lo que hace y lo entiendo y lo conozco mucho.

    —FB: Guille tiene una cuestión con la experimentación y el hacer que está buenísimo. Ahí nos complementamos. Siempre tuve una manera más cerebral, de estar en la bocha con las ideas. Revolverlas. Guille siempre tuvo una pata de probar cosas. Tal vez por eso yo estoy escribiendo y Guille está filmando, ¿no? Tiene una sensibilidad bastante particular. Una pureza que la ha conservado. No se ha contaminado a lo largo de estos años. No se corrompió. A todo le pone corazón y no hace nada desde un lugar berreta u oportunista.

    —GM: Me vas a conmover, bo.