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En tiempos de redes sociales, cuando muere un artista de la talla de Lou Reed, las manifestaciones espontáneas se multiplican por mil en cuestión de minutos. Los portales se llenan de biografías y los muros se llenan de fotos, videos, frases famosas y dedicatorias más o menos inspiradas.
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David Bowie, Laurie Anderson, Patti Smith, los Strokes, Morrissey, Eddie Vedder, James Hetfield y muchos otros expresaron su tristeza desde el mediodía del domingo 27, cuando se conoció la noticia de la muerte de Lewis Allan Reed, ocurrida por la mañana en Southampton, Nueva York, presumiblemente debido a una complicación hepática que lo había forzado a un trasplante de hígado en mayo pasado.
Algunos de sus recientes trabajos —una opereta sobre “El Cuervo” de Poe en 2003 y el disco “Lulu”, junto a Metallica, en 2011— fueron orinados sin piedad, pero no es un músico más el que partió. Junto a Chuck, Elvis, Lennon, McCartney, Dylan, Young, Bowie y pocos más, integra el equipo de los pioneros del rock. La última gran revolución estética de Occidente, cuya crónica, luego de casi 60 años, aún tiene páginas en blanco. Es uno de los tipos que patentó un sonido, una nueva forma de hacer música popular. El músico que parió el rock alternativo, mucho antes de que tal cosa abundara en listas, críticas y entregas de premios.
Se dio a conocer a mediados de los 60 como principal compositor, cantante, guitarrista y frontman de The Velvet Underground, el grupo fundado en 1964, apadrinado por Andy Warhol, que se posicionó en la elite de la vanguardia neoyorquina. No resultó el éxito esperado pero imprimió una imagen de aires míticos que ilustra la dimensión de culto que tomó su figura: cada uno de los 30.000 compradores de “The Velvet Underground & Nico” armó una banda.
Si bien dispuso de una certera afinación y hasta un atildado vibrato, no fue un gran cantante. Pero con los años y la influencia decisiva de Bob Dylan, entre otros, acuñó un fraseo expresivo, sentido, muy creíble y absolutamente personal. Eso que balbucea Reed saltando entre las mismas dos o tres notas es honesto, es de verdad.
Es que más allá de su complejidad o su sencillez, de su pensamiento o sus frases famosas, si un artista coloca una nueva sensibilidad en el aire, su recuerdo nunca perderá nitidez. Eso es lo que ocurrió esta semana cuando Neil Young y Pearl Jam, entre tantos, tocaron espontáneamente canciones de Reed para despedirlo. Como lo deben haber hecho en sótanos y boliches, antros y pubs de onda, teatros y estadios quienes alguna vez vieron cómo su cabeza se abría en dos al escuchar “The Velvet Underground & Nico” (1967), “White Light/ White Heat” (1968), “The Velvet Underground” (1969), “Loaded” (1970) o “Squeeze” (1973).
En esa pentalogía sumamente variada Reed junto al galés John Cale dejó registrada para la historia su amplia creatividad compositiva y su talento para llevar al papel historias cien por ciento urbanas, pobladas de personajes derrotados, ásperos, desesperanzados: “Just a perfect day/ you made me forget myself/ I thought I was someone else, someone good”.
Allí están “Heroin”, “Rock and Roll”, “Run Run Run”, “I’m Waiting for the Man”, “Sunday Morning” y “Sweet Jane”, entre tantas. Cualquiera de ellas tiene la enorme virtud de no haber envejecido: suenan actuales porque miles de bandas en Nueva York, Auckland, Estocolmo, Seúl y Montevideo siguen tocando con esos cánones. Ese patrón de rasgueo en las seis cuerdas, esos coqueteos con el blues, el soul y el rockabilly, ese susurro como quien canta al oído a su único espectador, siguen siendo huella sonora del indie-folk-lo-fi-alternativo asociado hoy a los cerquillos y lentes de marco grueso. Por algo bandas como Sonic Youth y Yo La Tengo se han mantenido iluminadas.
Reed se deslizó sobre ese terciopelo subterráneo de las grandes ciudades, nada agradable ni edificante. Como Chandler, Bukowski y Burroughs, le cantó a eso que se pudre a la vista de todos, en cualquier esquina, callejón o escalera, rumbo al nightrain. No en vano todas las biblias del punk lo mencionan como uno de los mentores del movimiento pretendidamente nihilista que sacudió ambas costas del Atlántico allá por 1977.
Pero también, el poeta que en su adolescencia fue tratado con electroshocks por su tendencia homosexual y que luego llegó a ser pareja de un transexual, habló de lo íntimo, de la apatía, del gusto por las drogas, de su interés en la prostitución y de la ambigüedad sexual. En “Transformer”, para muchos su obra cumbre, está “Walk on the Wild Side” —fuerte alegato por la libertad sexual—, además de “Perfect Day”, “Vicious” y “Satellite of Love”.
En noviembre de 2000, un puñado de uruguayos tuvieron el gusto de verlo en vivo. No eran más de 1.500, llovió bastante y el señor Reed se dedicó a presentar su disco “Ectasy”, de ese año. Nada complaciente, limitó los clásicos a “Smalltown”, “Romeo Had Juliette”, “Sweet Jane, “Walk on the Wild Side” y “Perfect Day”. Unos cuantos salieron enojados. Esperaban más “conocidas”. Hoy pueden contarle a sus hijos que vieron a uno de los tipos que cambió el aire.