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    Cerca del árbol

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2167 - 24 al 30 de Marzo de 2022

    La historia política también se compone de frases. Las hay para todos los gustos y de distintas épocas, pero ningún líder puede jactarse de tal y trascender a su tiempo si no tiene en su haber algunas reflexiones asociadas a su figura. Quizá es la forma más directa de conocer el pensamiento de alguien y más todavía si esa persona está a cargo de decisiones importantes. Ejemplos hay miles, tantos como revoluciones, partidos, ideologías, países y cualquier otra cosa que implique liderazgos masivos.

    De la restauración democrática en 1985 hasta ahora se podría destacar al menos una frase de cada uno de los depositarios del respaldo popular para ejercer como presidentes de la República. Algunas de ellas ni siquiera está claro que las hayan dicho o en qué contexto lo hicieron, pero quedaron adheridas a su trayectoria como si fueran fotos de su pasado. Para mencionar un ejemplo de cada uno, de los más controversiales, de Julio Sanguinetti se dice que alguna vez aseguró que nunca había perdido una huelga; de Luis Lacalle Herrera, que comentó a dirigentes sindicales estatales que ellos debían hacer como que trabajaban y él haría como que les pagaba; de Jorge Batlle, aquello de que “los argentinos son una manga de ladrones del primero al último”; de Tabaré Vázquez, que anunció que haría “temblar hasta las raíces de los árboles”, y de José Mujica, lo de “lo político por encima de lo jurídico”. Algunas son más fidedignas que otras, pero todas cumplen con la función de servir para identificar al autor sin siquiera nombrarlo.

    El actual presidente Luis Lacalle Pou tiene dos que vienen muy a cuento en estos momentos. No necesariamente son las que quedarán como distintivo de su mandato, pero sí lo definen a él y a algunas de sus principales motivaciones. Ambas cuentan con algo en común: se refieren a su padre. Porque, por más que no sea un tema recurrente y menos en estos tiempos, no es para nada menor llegar a la Presidencia siendo hijo de un expresidente. De hecho, casi no hay antecedentes en la historia uruguaya y ninguno en el que ese hecho se haya concretado con los dos involucrados vivos.

    La primera de esas frases la pronunció a días de que las urnas lo transformaran en el primer mandatario. En una entrevista televisiva, en el programa Santo y Seña de Canal 4, al ser consultado sobre qué tan cercano se sentía a su padre, Lacalle Pou respondió sin dudarlo, como si lo tuviera preparado, recurriendo a un refrán popular: “La fruta cae cerca del árbol”.

    Lo hizo como cierre de una carrera que había iniciado mucho antes, cuando resolvió competir por el máximo cargo de poder político de su país, para lo que tuvo que solicitarle a su propio padre que diera un paso al costado. Desde ese momento, ocurrido hace casi 10 años, Lacalle Herrera se alejó del escenario público y cumplió sin fisuras el pacto de silencio. Su hijo desarrolló toda su campaña con distancia del pasado: sin negarlo pero tampoco poniéndolo en el centro. Evitó muchas veces las referencias a lo ocurrido con su padre y hasta adoptó solo su nombre, Luis, como eje de su comunicación publicitaria.

    Con el diario del lunes, fue una excelente estrategia. El tiempo y los votos le terminaron dando la razón. Pero eso no necesariamente significa que lo pasado haya quedado pisado. Lacalle Pou vivió gran parte de su adolescencia en la residencia de Suárez, como uno de los hijos del presidente. Imposible creer que eso no deja huellas muy profundas. Absurdo también pensar que todo lo que vino después del final del mandato de Lacalle Herrera, denominado por él mismo como la “embestida baguala”, no quedó como tatuado en la piel de su hijo.

    Como referencia de esos años difíciles para los Lacalle, recuerdo un acto celebrado en la ciudad canaria de Las Piedras, a fines de abril de 1999, del que fui testigo directo. Era un sábado y la noche anterior el entonces precandidato presidencial por el Partido Nacional Juan Andrés Ramírez había acusado a su competidor Lacalle Herrera de enriquecerse de forma ilícita en el programa Agenda Confidencial, de Canal 12. Fue un golpe bajo, terrible.

    En respuesta, indirecta, Lacalle Herrera presentó esa noche en el escenario de Las Piedras a su hijo, entonces de unos veintipocos años, candidato por primera vez a diputado por Canelones, y dijo sentir orgullo del apellido de su familia y de ser hijo pero especialmente padre de blancos. Habló también del honor que eso significa y de respeto y dignidad. Ese año perdió feo las elecciones. El Partido Nacional salió tercero, atrás del Frente Amplio y del Partido Colorado.

    Pero la semilla ya estaba plantada y creció. Dos décadas después fue el hijo el que le hizo un guiño al padre desde arriba de un escenario, recién electo como presidente. “Las nubes pasan, pero el azul queda”, dijo eufórico festejando la victoria. Esa es la segunda frase con la que también se lo asocia a Lacalle Pou, por su alto valor simbólico. Y además porque las vueltas de la vida lo llevaron a estar en el mismo lugar que su padre pero con un cielo ya despejado.

    Las nubes más oscuras, aquellas que terminaron en una destructiva tormenta poco después de que el 1º de marzo de 1995 Lacalle Herrera bajó al llano nuevamente, pasaron. Pero otras, no tan oscuras, se acercan en el horizonte. La fruta no cayó lejos del árbol. Quizá por eso Lacalle Pou tendrá que enfrentar un referéndum el próximo domingo 27 contra la principal ley de su gobierno. Lo mismo vivió su padre hace tres décadas y fue derrotado. De todas formas, la historia puede ser parecida, pero los contenidos y los protagonistas son muy distintos.

    Ahora Lacalle Pou cuenta con más popularidad y apoyo político, así que está mucho más cerca de obtener una victoria. Si así ocurre, quizá sea una forma de quitarse esa espina del pasado con la que convive desde adolescente. Quizá eso también genere una inercia positiva que culmine con que pueda pasarle la banda presidencial a uno de sus correligionarios, lo cual también sería otro plus con respecto al último gobierno del Partido Nacional. Si pierde, es inevitable que vuelvan a aparecer los fantasmas.

    La única certeza es que le queda mucho camino todavía por recorrer y no siempre estará despejado. Quizá el domingo 27 le traiga un cielo soleado o nuevas nubes. Pero, si ocurre lo segundo, al menos ya tiene la certeza de que pasan. Lo saben él, su padre y todo el Uruguay. Debería ser suficiente para sacarle un poco de dramatismo al resultado, sea cual sea.