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Es demasiado buena. Mucho más —bastante más— de lo que parece. El prólogo, esa breve secuencia inicial, con la cámara que flota y registra, con temerosa distancia, a la chica que huye desesperada, asediada por algo o alguien —durante esas escenas, una presencia invisible para el espectador—, es magistral. Como sucederá más adelante, escena a escena, capa a capa, el realizador estadounidense David Robert Mitchell utiliza piezas familiares del género de horror, tópicos bien conocidos, ya vistos, y los conduce con siniestra habilidad hacia otros territorios. En el momento, el prólogo quizá se vea como una secuencia truculenta más, como la apertura de otra película de terror adolescente. No lo es. No solo por la historia que cuenta, también por la forma de narrarla. Y por tal razón tampoco se puede decir demasiado más acerca de la trama. Solamente para enmarcarla en algún sitio, puede ir en el mismo estante con Déjame entrar, la obra maestra de Tomas Alfredson, una historia de iniciación y miedo conocida como “la película de vampiros sueca” y La sabiduría de los cocodrilos, de Po-Chih Leong, una rareza en la que Jude Law pertenece a una especie de un solo hombre que se alimenta de la sangre de las mujeres —y esa sangre debe tener una característica especial. O entre las de David Lynch y John Carpenter. De verdad.
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No es sencillo contar sin arruinar. “Alguien me la pasó y ahora yo te la pasé a ti”, le dice Hugh, un chico con el que Jay (Maika Monroe) empezó a salir. Se lo dice después de haber tenido relaciones sexuales en su auto. Se lo dice después de haberla dormido con cloroformo y luego de haberla atado a una silla de ruedas. Hugh acaba de pasarle una maldición, por llamarla de algún modo, que se transmite por la vía sexual, un contagio que altera la percepción. Quienes están infectados son seguidos por eso, que cambia grotescamente de forma y adquiere la apariencia de personas cercanas, hasta que finalmente los atrapa y los aniquila. A menos que, como lo hizo Hugh con ella, el infectado pase la maldición a otra persona. Pero Mitchell tampoco lo hace tan fácil, y para zafar de esta carga siniestra deben darse algunas condiciones extra.
Está a la vista. Te sigue literaliza a niveles tenebrosos el concepto de que la muerte es el precio que se paga por tener sexo. Pero su exploración es bastante más profunda e intensa.
La narración de Mitchell es absorbente y desafiante. Desde el minuto uno, el efecto es de fusión: uno se mete en la película y la película se mete en uno. Eso se logra con un guion a prueba de balas, con un elenco de adolescentes confundidos y cansados bien guiados, una locación perfecta —Detroit, ciudad fantasma—, con el trabajo del fotógrafo Mike Gioulakis, que es despiadadamente genial. El montaje danza con las melodías de resonancias carpenterianas de Richard Vreeland, compositor mejor conocido como Disasterpeace —creador, además, de bandas sonoras de videojuegos—, que introduce la música como parte de ese horror esencial que vive en el filme.
Son estos los mecanismos que diseñan con sutileza las diferencias entre Te sigue y varias —muchas— películas que se apilan en la estantería del género, aunque Te sigue quizás no sea una película enteramente de horror sino una película con horror. Porque algunos de los estereotipos o ingredientes básicos en la elaboración de un filme de género están en la pócima, y precisamente lo fabuloso y vital del asunto es que Mitchell los utiliza como brotes o como puntos de apoyo para proyectarse hacia adelante, hacia nuevos horizontes. Hay adolescentes aislados y desprotegidos, hay sexo sin protección, en el auto, en la cama de un hospital, hay piel al sol, bikinis, hay víctimas inocentes, apariciones macabras, sangre, pánico y locura, y hay una escena sangrienta en una piscina y hasta un fantasma old school, con una sábana —no lo hace quien quiere sino quien puede—, y todo eso significa algo en cuanto a la historia que narra. Con la inquietante y necesaria excepción que se despliega en el prólogo, nada se ofrece de ese modo arquetípico que se presenta en la lista interminable de historias que sigue dando utilidades en forma de secuelas, reboots y remakes. Te sigue se ubica en ese zona imprecisa en la que conviven las producciones de David Lynch o David Cronenberg. Es una cinta comercial que al mismo tiempo tiene las aspiraciones, el trabajo, el rigor y la densidad del cine de arte y ensayo. En un género que parece agotado por la repetición y la autorreferencia, Te sigue se abre a diversas interpretaciones. Y es otra de las varias y buenas razones por las que es tan fascinante. Porque ofrece más de lo que se puede esperar.
Te sigue (It Follows). EEUU, 2014. Dirección y guion: David Robert Mitchell. Con Maika Monroe, Keir Gilchrist, Daniel Zovatto. Duración: 100 minutos.