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    Creer o reventar

    “La mitad de Dios”, de Gabriel Calderón, por la Comedia Nacional

    “¿No se cansan del teatro? ¿De toda esa actuación, armada e improvisada a la vez? ¿Ahora todos actúan, todos tienen un personaje, todos construyen su carácter? Los diarios, los medios, las víctimas, los sindicatos, los políticos, los gobernantes, las parejas, los hijos, los padres. ¡Todos juegan un rol! Se preparan, estudian y se comprometen hasta que, de verdad, se lo creen. ¿Y nosotros? Nosotros que hemos jugado a disfrazarnos desde hace miles de años, con nuestros teatros llenos de cruces, los púlpitos como escenarios y espectadores que aman nuestra obra, diga lo que se diga, nosotros, hombres y mujeres de Dios ¿no nos cansamos también del teatro?¿De la mentira? No… nosotros no nos cansamos”, dice Gabriel Calderón en la voz de uno de los personajes de La mitad de Dios, su última obra, escrita por encargo para la Comedia Nacional y pensada especialmente para los cinco actores que suben a escena.

    Tras trece años de presencia permanente, primero en Teatro Joven, luego en el Circular donde debutó a nivel profesional, y desde 2005 en Complot Compañía de Artes Escénicas, el autor que puso una bisagra en las tablas con “Mi muñequita” (2004) y lideró una enérgica patada de tablero al teatro uruguayo, debuta como director invitado de la compañía pública que ayer miércoles 2 cumplió 66 años. Así se cierra un círculo de legitimación que en una década transforma en central un discurso estético que surgió irreverente desde un sótano como un sacudón adolescente.

    En La mitad de Dios vuelve a asomar la fusión ya característica en la obra de Calderón, entre melodrama, absurdo, grotesco, ciencia ficción y una evidente intención política-ideológica, que en este caso aterriza en la religión. A ella alude el título: cada uno completa con su subjetividad su deidad personal, un concepto amplio que muchas veces no tiene nada que ver con lo teológico sino con la tendencia natural del ser humano a diosificar sus puntos de referencia vitales. Todo a través del desparpajo y la veta humorística corrosiva de “Uz, el pueblo”, “Las nenas de Pepe” y “Obscena”.

    Esta historia está dividida en una primera parte netamente discursiva, en la que los personajes presentan sus credenciales como en una conferencia o debate, y una segunda de pura acción dramática, sin respiro y bien regada de adrenalina.

    Ante la inminencia de una guerra mundial religiosa entre Oriente y Occidente, para unos entre fieles e infieles, para otros entre civilización y barbarie, El Papa (Juan Antonio Saraví) regresa a su pueblo natal para tratar de solucionar con su hermano, El Cura (Levón), el entuerto generado por un secreto familiar mal guardado que al aflorar pone en riesgo los cimientos de la Iglesia y arrastra al desastre al poder político —encarnado en La Gobernadora, Roxana Blanco—, militar (El Soldado, Fernando Vannet) y al propio pueblo, polarizado entre los diversos bandos. El cuadro se completa con La Musulmana (Stefanie Neukirch), una joven que representa el contrapeso opuesto al tándem occidental y consolida el conflicto al reclamar la verdad oculta y desatar su desenlace. En un tour de force oportunamente fantástico, todos caen a un secreto templo subterráneo que pone el moño a un cuadro de caos, confusión y desconcierto.

    Los cinco intérpretes están bien afinados en sus rasgos, a la altura de las circunstancias, incluido Levón, quizá el de impronta actoral más clásica del quinteto. Blanco es una actriz todoterreno que se maneja en todos los lenguajes (basta ver el contraste entre su rol contenido en “Molly”, en cartel en la Verdi, con esta labor a drede exacerbada), mientras que Saraví entrega su mejor labor en muchos años. Neukirch se consolida como una de las mejores incorporaciones de los últimos años en la Comedia.

    La dirección incorpora pequeños pero decisivos aciertos como un componente de comedia musical con un piano desvencijado y bien ajustado a la trama. Otro acierto está en las disgresiones al relato a cargo de los actores cuando toman distancia de la acción y hablan al público, como en las comedia del arte y el teatro de Molière.

    En el haber, la imponente escenografía, un personaje en sí misma. En el debe, se le puede apuntar a la puesta cierta exageración al griterío en algunos pasajes, aunque está claro que la tensión acumulada por algún lado debe ser liberada, y el asunto no puede ser resuelto con la serenidad de un debate académico. Hay demasiada presión en esas venas. El otro renglón discutible es la sorna que transpira el texto hacia el sentimiento religioso, que por algo acompaña a la especie humana desde que bajó del árbol y dejó de caminar en dos patas.

    “La mitad de Dios. Obra inconclusa para piano y actores”, por la Comedia Nacional. Texto y dirección: Gabriel Calderón. Escenografía e iluminación: Pablo Caballero. Vestuario: Pablo Auliso. Música y diseño sonoro: Sylvia Meyer. Preparación vocal: Sara Sabah. Duración: 1 hora y 40 minutos. Sala Zavala Muniz. Viernes y sábados, 21 horas, domingos, 19. Entradas: $ 90, en Red UTS y boletería (jubilados y mayores de 60 años, domingos gratis).