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En islandés existe un dicho, “Ad ganga med bok I maganum”, que significa algo así como que todo el mundo “lleva un libro en el estómago”. La expresión se materializa en biografías, crónicas, relatos de microhistoria y obras de ficción que anualmente se producen en Islandia, el país con mayor número de escritores per cápita del mundo. El Estado subsidia a los escritores para que tengan unos meses para escribir tranquilos, y se estima que uno de cada diez islandeses publicará un libro en algún momento de su vida. Son muchas horas de oscuridad y hace mucho frío, por lo que relatar y escuchar cuentos ha sido desde siempre uno de los principales pasatiempos de las largas noches invernales en la isla. “El espíritu de la velada vespertina sigue vivo”, dice el periodista británico Anthony Adeane, autor de Sombras de Reikiavik (RBA, 2019, que distribuye Océano).
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Hay un relato en particular que, como las montañas, los volcanes y los grandes glaciares que conforman su paisaje, está fuertemente arraigado en la conciencia colectiva islandesa. Es algo que ocurrió hace 40 años y todavía sigue fascinando. El suceso criminal sobre el que más se ha escrito y hablado en la historia de la nación: “El caso de Guðmundur y Geirfinnur”. De eso trata, en mayor medida, Sombras de Reikiavik. De inventar historias, rumores, declaraciones, confesiones.
En la noche del 26 de enero de 1974, Guðmundur Einarsson, de 18 años, salió de una fiesta y emprendió rumbo a casa. Tenía casi 10 kilómetros por delante y la juventud suficiente como para abrirse camino a través de una insistente tormenta. En Islandia el tiempo está mutando permanentemente, incluso durante una mañana soleada conviene salir con un abrigo. Guðmundur no llegó a casa esa noche. Tampoco la siguiente. Se organizaron equipos de búsqueda, que tardaron varios días en iniciar el recorrido, obstaculizados por la espesa nieve. Semanas después de no hallar rastros, se suspendió la búsqueda. Y entonces Guðmundur pasó a ser un número más en las estadísticas de personas desaparecidas.
Diez meses más tarde, el 19 de noviembre, en Keflavík, a unos 50 kilómetros de la capital islandesa, Geirfinnur Einarsson, de 32, salió de su casa rumbo a una cafetería donde había quedado en reunirse con alguien. Subió a su Ford Cortina rojo y se marchó. A la mañana siguiente, su auto apareció con las puertas desbloqueadas, con las llaves todavía en el contacto, cerca de la cafetería a la que se había dirigido. Al igual que Guðmundur, Geirfinnur se había esfumado.
Por aquellos años, la mayoría de las desapariciones solían explicarse porque alguien se había perdido o se había suicidado. De hecho, Arnaldur Indriðason, autor islandés de novela negra (Las marismas, La mujer de verde), se inspira en casos reales de desapariciones o de accidentes para componer las ficciones del detective Erlendur Sveinsson, el protagonista de sus historias.
No había ningún parentesco entre Guðmundur y Geirfinnur. Vivían en poblaciones diferentes, no tenían amigos en común y se hallaban en etapas muy diferentes de sus vidas: uno había alcanzado la mayoría de edad, el otro ya estaba en sus 30, estaba casado y tenía dos hijos. Y mientras la desaparición de Guðmundur podía tratarse de un accidente, había elementos apuntando a que en la de Geirfinnur existía un trasfondo criminal. Se decía que el hombre había estado involucrado en el contrabando de alcohol. En Islandia solo podía venderse cerveza de un contenido alcohólico inferior al 2,25% y el Estado tenía (aún hoy lo tiene) el monopolio sobre la venta de alcohol. Así que, si uno estaba dispuesto a correr ciertos riesgos, el contrabando de alcohol podía ser un buen negocio. Y al parecer en esas andaba el discreto y callado Geirfinnur cuando desapareció. Tras meses de búsqueda, se cerró la investigación. Y entonces se abrieron inagotables fuentes de teorías. En el remolino de rumores aparecía un nombre: Sævar Ciesielski, un polaco de aspecto andrógino que llevaba tiempo viviendo en Islandia. Ciesielski ya había tenido algún encontronazo con la ley cuando fue sorprendido traficando marihuana, pero había zafado de la prisión. Su suerte cambió en 1975, cuando él y su novia Erla fueron detenidos bajo sospecha de malversación de fondos. Pocos días después, lo que comenzó como una investigación de estafa se convirtió en una espiral de confesiones relacionadas con la desaparición de Guðmundur, un hombre del que pocos pensaban que podía haber sido asesinado. Y, poco después, en la confesión de dos asesinatos.
Las confesiones
Ya prácticamente había terminado su declaración sobre la malversación de fondos cuando Erla recordó algo que no sabía si era un mal sueño o una pesadilla y las imágenes fueron apareciendo solas. O, mejor dicho, con alguna pequeña ayuda de los investigadores. Tras largos interrogatorios, recordó haber visto a Sævar y unos amigos discutir de manera violenta con quien al parecer era Guðmundur. Una cosa llevó a la otra y Sævar acabó admitiendo su parte en el asunto e involucró a algunos de sus amigos, Kristján Vidar Vidarsson, un tipo rudo, y Tryggvi Runar Leifsson, que tenía fama de borrachín buscapleitos. Kristján y Tryggvi reconocieron haberse agarrado a piñas con Guðmundur. Y por ahí también se introdujo otro nombre, el de Albert Klahn Skaftason.
Con cada nueva entrevista aparecía una nueva forma en la que Guðmundur era asesinado. Y aunque no había un cuerpo, sí habían confesiones. El paso siguiente fue averiguar qué pasó con Geirfinnur. Sí: el polaco sabía cosas. La policía estaba convencida de que él era el estratega que manipulaba a los demás, el Charles Manson de Islandia, responsable de introducir cannabis de Dinamarca y de hacer negocios sucios con contrabandistas de alcohol. Aparecieron otros nombres, como Guðjón Skarphéðinsson, una especie de discípulo del polaco. La llegada de Karl Schütz, agente de la policía secreta de Alemania Occidental, aceleró los trámites: aunque tampoco logró que se encontrara el cuerpo de Geirfinnur, sí ató cabos y mandó a la prisión a Sævar y su pandilla, los sospechosos de ambas desapariciones.
Adeane fue responsable de la investigación periodística de Out of Thin Air, documental de Netflix que reconstruye el caso de Guðmundur y Geirfinnur. Sombras de Reikiavik es fruto de esa investigación. Y es infinitamente superior al documental. Adeane, que se entrevistó con todos los involucrados (al menos, los que están con vida), relata con claridad un caso en extremo complejo y repleto de contradicciones y nombres impronunciables para el lector hispanohablante. Divide el libro en dos partes, más un interludio que sirve de enlace entre ambos tramos. En la primera expone los hechos, los personajes, las teorías, los secretos, las confesiones y las posteriores condenas. En la segunda va hacia atrás, cuando a través de distintas vías en Islandia se comenzó a investigar lo ya investigado y sentenciado. La desaparición de estos dos hombres dejaba al descubierto algunos trapos sucios de una sociedad perfecta; lo que ocurrió después reveló las facetas más tenebrosas de una nación segura y pacífica. Durante el proceso, que se prolongó por tiempos demenciales, los sospechosos casi no tuvieron contacto con sus abogados. De las 180 entrevistas que Sævar tuvo con la policía, su abogado solo estuvo presente en 49, mientras que Erla, sometida a 105 entrevistas, solo contó con su abogado en tres de ellas. A través de los archivos de la prisión y de los diarios de algunos de los sospechosos se descubrió que Tryggvi estuvo recluido en aislamiento total durante 627 días, Sævar durante 615, Kristján durante 503, Guðjón durante 412, Erla durante 241 y Albert durante 87 días. Así, cualquiera confiesa. Nunca hubo un cadáver, nunca hubo un escenario del crimen, nunca hubo un motivo.