N° 1954 - 25 al 31 de Enero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas protestas y movilizaciones de los productores agropecuarios “autoconvocados” no son solo expresión de los problemas y dificultades que enfrentan ante decisiones de un gobierno que aumenta sus costos y les exige mayor eficiencia, mientras, a la vez, despilfarra recursos públicos en alimentar una maquinaria clientelística para mantenerse en el poder.
Un gobierno que aumenta el gasto y los salarios pero no encara una reforma educativa, es tímido ante la burocracia estatal y, pese a sus promocionados éxitos en el combate a la delincuencia, sigue perdiendo la batalla de la seguridad pública y del combate al tráfico de drogas.
La rebeldía ruralista, surgida por fuera de la institucionalidad gremial, manifiesta el fastidio y el hartazgo de los “autoconvocados”. Sentimientos que comparten sin tanto revuelo otros sectores de la actividad económica (industria, comercio, servicios). Principalmente pequeños y medianos empresarios, profesionales y miles de trabajadores agobiados por la pesada mochila que el gobierno “progresista” les obliga a cargar. Carga impuesta para cubrir las pérdidas de malos negocios y de inversiones desmesuradas, poco o nada rentables, y para satisfacer una visión igualitarista de la sociedad. Eso mientras las economías modernas se vuelven cada día más eficientes y competitivas.
Aunque en los últimos tres años el PBI del sector no crece, esta no es la mayor crisis del agro. Infinitamente peor fue la que vivió entre 1999 y 2002. Desde un nivel inferior afrontó, en realidad lo afrontamos todos los uruguayos, una “tormenta perfecta”: devaluación en Brasil, aftosa, altísimo endeudamiento, y crisis bancaria derivada del descalabro argentino (fin de la pesificación del dólar, corralito y default).
No todos los sectores del agro enfrentan hoy las mismas dificultades. Los tamberos, los arroceros y los granjeros tienen mayores urgencias y menos resto que otros sectores.
Pero el agro ya se ha quemado con leche otras veces. Y lo peor, ve que en el oficialismo hay sectores muy prejuiciados contra los productores agropecuarios. Prejuicios que vienen de antaño y que, para peor, son recíprocos.
Prejuicios que, en tiempos de “acumulación de fuerzas” para llegar al poder, la “progresía” supo dejar de lado para sumarse a las movilizaciones de 1999 y 2002. Prejuicios manifestados recientemente en un par de episodios aislados denunciados como abusos y prepotencia patronal.
Fastidio y hartazgo exacerbado por el cinismo de sectores oficialistas y del Pit-Cnt (¿hay alguna diferencia?) que han pretendido descalificar la protesta atribuyéndole fines político-electorales. Como si los principales dirigentes del Frente Amplio y del movimiento sindical no se hubiesen involucrado abiertamente en toda protesta de sectores productivos o sociales contra gobiernos de los partidos tradicionales.
El presidente de la República contribuyó también al darle largas al pedido de entrevista, mientras se hacía tiempo para augurar un nuevo triunfo electoral del Frente Amplio en un Comité de Base. O al reclamarle mayor productividad a un sector como el arrocero cuya eficiencia es reconocida.
Fastidio y hartazgo ante las facilidades de todo tipo que el gobierno se apresura a otorgarles a grandes inversores mientras aprieta el torniquete impositivo y tarifario sobre el empresariado nacional.
Mientras incumple sus reiteradas promesas de modernizar el servicio ferroviario y poner en condiciones las rutas y carreteras, desoyendo las periódicas quejas y reclamos del ruralismo, ahora, ante el mero anuncio de que UPM considera instalar una segunda planta en el país, se carga las pilas y anuncia que hará todo lo que no hizo antes.
¿Cómo podían reaccionar los “autoconvocados” —y todos quienes están fastidiados y hartos de tanta palabrería envolvente del oficialismo— cuando el expresidente Mujica elogia la prudencia de Conaprole de haber ahorrado en tiempos de bonanza para sobrellevar situaciones de crisis? ¡Que paradoja!, cuando su gestión presidencial será recordada por haber hecho exactamente todo lo contrario y por pasarle el fardo a quien le sucediera (en realidad a los contribuyentes que estamos pagando los platos rotos).
Conscientes de que el agro genera la mayor parte de la riqueza del país, los “autoconvocados” se sintieron con fuerzas para levantar su voz y pasar a la acción. Actitud que otros sectores productivos, con menos poder y menor capacidad de convocatoria, pero no menos fastidiados ni hartos, no se habrían animado ni con las fuerzas de impulsar. ¿Quién puede cuestionarlos? Sí, al fin y al cabo, ¿no es lo mismo que hacen, por ejemplo, los municipales y los gremios docentes desde hace décadas?
En la segunda mitad del actual mandato y cuando el tema candidaturas comienza a agitar la vida política, la protesta ruralista descoloca a un gobierno encantado con sus políticas. Basta escuchar al ministro Astori: mejoran los precios de las materias primas, aumentan las exportaciones, el consumo interno retoma su dinamismo, se recuperan las economías de los países vecinos, la inflación después de años está en el rango meta del Banco Central, los turistas argentinos invaden las playas del este, sigue el flujo de capitales (“golondrinas”) y el BCU tiene que sostener al dólar. Tan bien va todo, tan bien le dan sus números, que el ministro confiesa que ganas no le faltan de ser candidato.
Y si todo va tan bien, ¿por qué el gobierno va a cambiar la orientación de una política que le ha dado tan buenos resultados y que le ha permitidlo ganar las últimas dos elecciones con mayoría legislativa? ¿Por qué ceder a las demandas de estos “loquitos” del campo que ni siquiera responden a las instituciones gremiales?
Pero no todo marcha sobre ruedas. La economía crece pero no genera más empleos, crece el endeudamiento y la presión tributaria y tarifaria sin lograr reducir, sino mínimamente, el déficit fiscal. Siempre con el Jesús en la boca para no perder el grado inversor.
Enamorado de su performance —basta escuchar a sus voceros y ver la militancia “progre” en las redes sociales—, el oficialismo, que hasta ahora había monopolizado —y promovido— las movilizaciones sociales, no entiende ni sabe cómo responder a este inesperado arranque de rebeldía que cuestiona su “exitosa” gestión económica.
Protesta —y rebeldía— que se manifiesta en el agro, pero que existe, está latente, en muchos otros ámbitos del país. Y no solo por razones económicas. ¿Qué otra cosa explica el bajo nivel de adhesión al Frente Amplio que desde hace más de un año y medio registran las encuestas?
¿Es este un anticipo del resultado de la próxima contienda presidencial? No, no lo es. Faltan casi dos años y ni siquiera se conoce quiénes serán los candidatos. Pero además, el amiguismo y el “clientelismo” promovido por tantos planes sociales, tantos ingresos a la función pública, y una política salarial que estimula el consumo, son un hándicap que la oposición le da al oficialismo antes de la partida. Pero el fastidio y la sensación de hartazgo no es algo que se resuelva en las urnas.