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El realizador chileno Pablo Larraín, responsable de la perturbadora e inquietante El Club y de la controvertida Neruda, sobre los años en la clandestindad del poeta chileno, filma su primera película en Hollywood tomando un personaje representativo de una época y un estilo de vida, protagonista de un acontecimiento trágico y surrealista de la historia de Estados Unidos. Jacqueline Lee Bouvier —o Jackie Kennedy o Jacqueline Kennedy Onassis o simplemente Jackie— fue lo más cerca que estuvo Estados Unidos de tener una reina. Elegante, culta y sofisticada, Jackie fue, además, referente e ícono de la moda, quizás la primera celebridad que dio el mundo de la política estadounidense.
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Como en Chaplin, de Richard Attenborough, la narración de este filme se construye desde una serie de entrevistas. A diferencia de Chaplin, la película no recorre la totalidad del arco vital del personaje biografiado, sino que se concentra en momentos puntuales; y en uno clave, inevitable, aunque sumamente difícil de exponer, especialmente desde el punto de vista de Jackie. Vaya desafío el de Larraín, el temerario. Además, la estructura y el ritmo elegidos por el chileno están por encima, en complejidad y en su ánimo desafiante, de las biopics habituales. Las charlas, fragmentadas y complementarias, entre un periodista anónimo (Billy Crudup) y la ex primera dama se llevan a cabo poco después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Transcurren en distintos momentos y distintos espacios, se complementan y se enlazan para conformar, a fin de cuentas, una misma larga entrevista que gira en torno a lo que ocurrió aquel 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas, que aquí se muestra más de una vez, y desde ángulos inusuales. Esta larga entrevista enlaza los diferentes episodios que componen la línea argumental trazada desde el guion de Noah Oppenheim, que recrea la historia, las historias, desde el punto de vista de ella, la viuda, la que estuvo ahí. Lo que hace Jackie entonces es mostrar el papel de Jackie en la construcción de la imagen de Kennedy tras su muerte, en la mitificación y la propagación de ese mito; en imprimir la leyenda sobre la historia, empezando con la planificación del funeral. Que emuló parte del funeral de Abraham Lincoln. Y que fue multitudinario, televisivo, diseñado como un espectáculo para perdurar: los deudos desfilando a pie, el ataúd tirado por caballos rumbo al Capitolio. Así es como, sin cargar las tintas —sobre todo, sin juzgar— Larraín se introduce en zonas ambiguas, detrás de la escenografía de la presidencia de Kennedy y la idealización de su figura y su gestión. Jackie habla con el periodista y da órdenes e indicaciones de lo que puede o no ir en la nota que escribe. Precisamente todo lo que queda afuera del artículo entra en la película. Que, visualmente, es irreprochable. El tratamiento del color, la forma como se desplaza la cámara, el implacable uso de los primeros planos, la atención a los detalles visuales y sonoros, evidencian la mano de un cineasta prodigioso, técnicamente impecable.
Aunque ya se haya dicho en todas partes, acá va de nuevo: es enorme lo que hace Natalie Portman en el papel protagónico. Y puede que en algún tramo, breve, se genere la impresión de que la actriz, ganadora del Oscar por El cisne negro y nominada por este trabajo, está un poco pasada. A veces se nota que es Portman-haciendo-de-Jackie, pero algunas escenas —como las de la impecable reconstrucción del tour especial por la Casa Blanca que Jackie realizó para la CBS en 1962, un año antes del asesinato de su esposo, aunque en la obra se afirma que fue en 1961— abren la genuina posibilidad de que sea su personaje quien está sobreactuando. Porque del mismo modo que sucede con las entrevistas, la película muestra el off the record, lo que no se ve del especial. Portman realiza su composición con todo el cuerpo, reproduciendo incluso la modulación de la voz, el repertorio de gestos y la forma de moverse de su retratada. Y aunque Jackie puede parecer impenetrable, de una inteligencia helada, de una sensibilidad exquisita, de una personalidad donde conviven una vanidad y una generosidad sin bordes, transmite la fragilidad y la fiereza de animal herido. Carga con el peso de algunas secuencias conmovedoras, difíciles, como las que se suceden tras los disparos. Jackie todavía tenía la sangre de JKF en sus medias cuando Lyndon Johnson (John Carroll Lynch) juraba como presidente, en medio de la agitación y el desconcierto. Nota: el notablemente detallista y riguroso trabajo de casting se aplica al resto del elenco; haber visto a Bobby Kennedy en los rasgos de Peter Sarsgaard es otro gran hallazgo. Por último, las conversaciones-confesiones que la protagonista sostiene con un sacerdote —se presume ficticio— interpretado por el recientemente fallecido John Hurt, muestran el plano también esencial en todo esto: cómo las personas enfrentan la adversidad y, tal vez, logran superarla.
Jackie (Estados Unidos, Chile, Francia, Hong Kong, 2016). Dirección: Pablo Larraín. Guion: Noah Oppenheim. Con Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig, Billy Crudup, John Hurt, Richard E. Grant, John Carroll Lynch. Duración 100 minutos.