N° 2040 - 03 al 09 de Octubre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay una imagen que creó el historiador Andrés Carretero —cuasi romántica— para describir el tránsito de la guitarra desde el campo, su escenario original, a los arrabales de la ciudad, donde implicaría un impulso esencial para el tango.
Describe la escena de un gaucho, que ya no halla buen cobijo en su tierra, entregando el instrumento al compadrito, que ha sentado sus reales en el suburbio, ambos pisando esa frontera.
¿Y cuál fue, a partir de ese encuentro imaginario, la influencia del compadrito en los pasos iniciales, ya lejana la impronta de los negros, de la primera etapa, difusa, de la música popular ciudadana?
Más allá de rasgos históricos documentados, quien mejor la retrató fue Ángel Villoldo, llamado “el padre del tango”, en la que muchos dicen fue su primera obra, compuesta en fecha incierta que pudo ser cercana a 1903, El porteñito: según Irene Amuchástegui, “refleja a un tipo social marginal, común en las orillas de las capitales platenses entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, bailarín destacado y sujeto de pocas pulgas, arrogante y pendenciero”.
Pero en torno a El porteñito hay varias curiosidades y puntas para afilar.
Tiene tres letras registradas.
La inicial, del propio Villoldo —No hay ninguno que me iguale / para enamorar mujeres / puro hablar de pareceres, / puro filo y nada más. / Y al hacerle la encarada / la filo de cuerpo entero, / asegurando el puchero / con el viento que dará—, resaltando el perfil enamorador y ventajero del compadrito, y dos más, posteriores, de Carlos Pesce y Antonio Polito: la primera —Sé florearme en el piropo / con las paicas más diqueras / y me gusta entrar al copo / del honor en la amistad—, pintándolo más respetuoso, menos abusador; y la segunda —Que digan los que son del malevaje / que ayer temblaron por mi coraje… / Y en los bailes de hacha y tiza / se peleaba por mí—, donde emerge la figura del bailarín sin emparde. Hay que tener en cuenta que las letras de Pesce y Polito son muy posteriores —circa 1945— a la aparición del tema de Villoldo.
Como era costumbre en su tiempo, el autor de El choclo también compuso una versión femenina, con la voz de André Vivianne, de quien se afirma fue la primera mujer en grabar un tango, donde, entre otros aspectos, “el compadrito” deja paso a “la criollita” y hay un verso que resalta porque cambia el original la filo de cuerpo entero / asegurando el puchero, por el más recatado lo ficho de cuerpo entero / y lo mando al cementerio.
Y añadió más tarde una versión humorística que, aunque con la música de El porteñito, se titula El criollo fabricado, grabada con escaso éxito por el uruguayo Eusebio Gobbi y su esposa chilena Flora Rodríguez; la letra ridiculiza la aspiración de los italianos de ser compadritos —Criollos del Vesubio / puro macarrone con formago—, comprensible si se recuerda que a inicios del 900 la población de Buenos Aires integraba a un 50 por ciento de extranjeros, en su mayoría inmigrantes de Italia.
Finalmente, en la década de oro de 1940 se produjo un pasajero revival de la Guardia Vieja, encabezado precisamente por El porteñito, con grabaciones de Hugo del Carril, Gloria Díaz, Enrique Dumas y Ángel Vargas con la orquesta de D’Agostino, entre otros. A ellos hay que sumar versiones instrumentales pintorescas de Los Chochamus del 20, Los Guapos del 900, Cuarteto de la Ochava y Los Taitas, junto a las del Quinteto Pirincho, Miguel Villasboas, Roberto Firpo, Donato Racciatti, Juan D’Arienzo, Sexteto Tango, Florindo Sassone y varias más.
¿Lo último? Una gema.
Villoldo, al menos para los títulos, robaba más que creaba. El porteñito es homónimo de un tango creado en 1880 —según Oscar del Priore— por el pianista Gabriel Diez, de origen español, que llegó al Río de la Plata en 1870.
La verdad es que con el compadrito nació el tango clásico primitivo, germen de la Guardia Vieja. Y ese personaje fue, sin duda, la más autoritaria, insolente y estrafalaria representación del machismo discriminador y dominante.
No obstante, no sin cierto espíritu piadoso, ha escrito Carretero:
—En él se han decantado y sublimado la herencia itálica de los gestos ampulosos y la palabra alta; la España chula al estar rodeado de mujeres o de tenerlas a su alcance, y la herencia de la tierra al ser hospitalario hasta el desprendimiento y sacrificio de su vida, pero estas últimas condiciones refrendadas y reprimidas…, para que no lo tomen por gil.