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    Difícil competir con zapatos de cemento

    N° 1912 - 30 de Marzo al 05 de Abril de 2017

    “Las pérdidas de la División Cemento (de Ancap) llegaron a U$S 207 millones en la última década y en 2016 se ubicaron en U$S 25 millones. En 2017 perdería U$S 12 millones más”, informó el lunes 27 el diario “El País”.

    Diez años de pérdidas sistemáticas y consecutivas no pueden ser achacadas a la “herencia maldita”, a la “coyuntura” o al “libre mercado”. Se trata de un gran problema de gestión.

    Parece que el negocio del cemento —bien gestionado— es rentable, ya que la información que se conoce de las otras dos empresas que actúan en el mercado, arrojan resultados positivos. Y si así no fuera, Diego Lugano junto a Diego Godín, no hubieran invertido en una planta nueva.

    ¿Cómo salir de una situación de pérdidas sistemáticas? Si el problema no está afuera de la empresa (hay mercado y la competencia gana dinero), entonces el problema está adentro. Y el Directorio de Ancap quiso empezar a corregirlo reduciendo costos de personal no técnico: vigilantes, limpiadores y mantenimiento de áreas verdes.

    Pero el sindicato tiene otra idea; tan vieja, tan fracasada y tan mala como todas las ideas que se inspiran en el socialismo: prohibir las importaciones de cemento o aumentar los impuestos al cemento importado y que las obras públicas solo puedan utilizar el cemento Ancap (aunque fuera más caro o de peor calidad).

    Estas son las espantosas políticas que promovió la Cepal en América Latina basadas en la teoría de la “sustitución de importaciones”, que tanto daño nos han hecho.

    Con estas malas prácticas, lo único que se logró fue crear industrias ineficientes y empresarios prebendarios, a quienes les resultaba más rentable rascarse en el palenque de algún político que mejorar la gestión de sus negocios.

    Con el afán de defender 200 puestos de trabajo, lo que los sindicatos y la izquierda no comprenden es que perjudican el trabajo de decenas de miles de uruguayos. Al encarecer el costo del cemento, encarecen el costo de la construcción, y por lo tanto, lo único que logran es que la gente viva en casas más pequeñas o lo siga haciendo en ranchos de lata.

    Los inversores van a construir menos metros cuadrados y, por consiguiente, van a contratar menos mano de obra y a incorporar más tecnología que reduzca el consumo de cemento. Es tan evidente que asombra que no se den cuenta.

    Quienes pretenden resolver un problema creado por la mala gestión estatal, recurriendo a más Estado, están profundamente equivocados. El Estado no debe fabricar nada. Hay que cerrar esta actividad y terminar con tal sangría. Pretender otra solución es como querer que utilicemos zapatos de cemento para competir contra quienes corren bien equipados. ¿Hasta cuándo resistirá este modelo?