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    Digno, pero no espectacular

    “El lago de los cisnes”, por el BNS

    Toda compañía de ballet, a medida que acumula éxitos, va formando su repertorio. Hace tres años el Ballet Nacional del Sodre (BNS) había presentado una espléndida versión de El lago de los cisnes (diciembre de 2010) que este cronista comparó con la que había visto un año antes en el Metropolitan de Nueva York por el American Ballet Theatre, afirmando que la nuestra no desmerecía frente a aquella. Se dijo entonces que el BNS estaba comenzando a jugar en las grandes ligas desde que Julio Bocca había asumido su conducción. Así como a fines de 2012 había presentado nuevamente un “Cascanueces” estrenado un año antes, ahora recurre otra vez al notable ballet de Chaikovski-Begichev-Geltzer, que es un éxito seguro al punto de haber agotado las entradas para sus doce funciones, lo que equivale a 24.000 espectadores, todo un récord.

    ¿Por qué reponer en vez de probar con otros títulos también de renombre? Tal vez porque el ritmo de trabajo (cuatro espectáculos en el año, con muchas funciones cada uno, más giras nacionales e internacionales en el medio) es enorme y vale recurrir a lo ya ensayado y trabajado para economizar fuerzas. Puede que sí y puede que no. En todo caso, las reposiciones deberían hacerse tal como las obras fueron estrenadas originalmente (el “Cascanueces”, por ejemplo), pero en este caso se optó por una nueva puesta, según afirma la institución. Y en vez de las escenografías y el vestuario de 2010 (del Teatro Colón de Buenos Aires) ahora se armó todo en los talleres del Sodre a cargo de Gastón Joubert (decorados) y Hugo Millán (trajes). Sin embargo, la “nueva puesta” tiene coreografía de Raúl Candal sobre la original de Petipa-Ivanov, y Candal es el mismo que se había encargado de la puesta anterior. Casualmente, este cronista coincidió en la función del sábado 10 con Giovanna Martinatto en el primer papel de Odette/Odile, a quien ya había visto (y elogiado) tres años antes. ¿Está todo igual entonces? Ni tanto ni tan poco.

    En primer lugar, un par de bailarines invitados se excusaron de concurrir y los ensayos tuvieron algún inconveniente al punto de tener que desafectar a la Ossodre y utilizar cinta grabada. Eso no es lo deseable, pero tampoco es un factor capaz de arruinar un espectáculo. La música de Chaikovski es tan magnífica que puede tolerar ese hándicap. Es claro que el propio Bocca estuvo personalmente en la supervisión de todo, y no dejó de mostrar su compromiso cuando al final de la función él mismo subió al escenario para entregarle un ramo de flores a Martinatto. El gesto es bien elocuente. En cuanto a las diferencias entre esta nueva puesta y la anterior, deben señalarse algunas muy significativas.

    El trabajo de Candal fue muy solvente, aunque hizo algunas modificaciones especialmente en el tercer acto (acá hay solo dos, por lo que habría que referirse al primer cuadro del segundo acto). Hizo entrar a Odile junto con las otras princesas, eliminando el impacto que causa en Sigfrido su espectacular irrupción en el salón de la mano de von Rothbart. También suprimió el solo del brujo (Francisco Carámbula) y aligeró alguna otra parte, entre ellas las tradicionales 32 fouettés en tournant (hizo solo 16) que siempre son parte de la seducción de Sigfrido por Odile y que todos esperan ansiosamente al igual que la entrada de los pequeños cisnes en el 2º acto (ahora segundo cuadro del primer acto).

    Por otra parte, la escenografía no lució todo lo que se supone que debe ser el marco de un gran espectáculo. El lago apareció como un escenario pálido y poco sugestivo, con iluminación demasiado uniforme y convencional. Hay un clima mágico allí que se pierde, y eso es esencial en la creación de una atmósfera feérica y ese numeroso coro de cisnes víctima de un encantamiento. Por otra parte, las escenas del palacio tampoco resaltaron por su majestuosidad, apenas por su apariencia de cartón pintado. Con ese entorno desfavorable, los bailarines son quienes deben hacer todo el gasto y la verdad es que lograron la hazaña de hacer olvidar en parte las carencias. Tanto Martinatto (excelente en los dos personajes tan diferentes: la sufriente Odette y la seductora Odile) como Guillermo González (Sigfrido) se mostraron en todo su virtuosismo, lo mismo que el bufón (Gabriel Scarponi), saltarín, elástico y muy aplaudido.

    Ellos tres volverán el sábado 17 y en otras funciones (viernes 16, martes 20) estarán María Noel Riccetto y Ciro Tamayo, al igual que Rosina Gil y Juan Carlos Pi (jueves 15 y domingo 18), y Gabriela Flecha y Pi (miércoles 21). El cuerpo de baile cumplió a la perfección y el espectáculo resultó digno y solvente, aunque la impresión general fue que algo faltó para redondear la excelencia: la magia, ese elemento tan intangible como inspirado, estuvo ausente.

    Vida Cultural
    2013-08-15T00:00:00