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    Dios es un artista frustrado

    ¡Madre!, de Darren Aronofsky

    El 31 de enero de 1996, a 12 días de cumplir 27, Darren Aronofsky se miró al espejo y descubrió más arrugas en la cara. “Ya no soy un chico”, escribió. “Y hace mucho que no filmo”. Tampoco había filmado tanto: hasta entonces, su corpus cinematográfico se componía de cuatro cortometrajes. El director y guionista tenía “siete proyectos entre manos”, cada uno en diferentes estados de maduración. Y había algo que no tenía: plata. Junto a su socio creativo Eric Watson habían visto en Sundance algunas buenas películas de presupuesto modesto y pensaron en concretar alguno de esos siete proyectos recurriendo a similares esquemas de producción. Decidieron seguir la modalidad del “cine guerrilla” que conoció en el festival. Esto es: roles intercambiables tanto en el equipo técnico como en el artístico, rodaje veloz, en locaciones reales, a las que incluso se llegaba sin previo aviso y sin permiso para filmar; básicamente: hacer de la falta de recursos una oportunidad, no un obstáculo. Tenía un título: Chip in the Head. Y una imagen: Sean Gullette, compañero de universidad, parado frente al espejo y con la cabeza rapada, “hurgando en su cráneo con una navaja en busca de un implante que cree escondido allí”. Así lo cuenta en lo que se convertiría en el diario de producción de p, su primer largometraje. Decidió titularlo así porque advirtió en el símbolo un gran potencial de marketing: “Lo estoy viendo: p por todos lados, pegado en los edificios y en las esquinas, en servilletas, en carteles, en cajas de fósforos, en los apoyavasos”. El filme se presentó en 1998 en el Festival de Sundance, donde Aronofsky fue distinguido como mejor director. Poco antes, tras finalizar el rodaje, había escrito en su diario: “¿Qué nos queda ahora? ¿Sundance y el reconocimiento?”.

    Pasaron casi 20 años del estreno de p, excéntrico thriller psicológico que articula, en un blanco y negro de alto contraste, matemáticas, especulación financiera, misticismo, música de Clint Mansell, esoterismo, paranoia, cábala y una escena donde un hombre rapado se lleva un taladro a la cabeza para extraer un implante. Lo que vino después fue Réquiem por un sueño, una especie de p lisérgica, más negra y con esteroides, donde el director retomó asuntos que le interesan particularmente y donde llevó al extremo algunos recursos visuales que había explotado en su debut. La historia de cuatro pobres infelices atados a las adicciones es narrada con encuadres y movimientos de cámara asfixiantes, primeros planos y planos en detalle extravagantes y una filosa banda sonora —de Mansell— encargada de subrayar, a veces de una forma chirriante, las dimensiones terribles y trágicas del relato. Esos mismos temas están en la ambiciosa y fallida —aunque no tan mala— La fuente de la vida, que en Uruguay fue directamente al video, una historia de amor ambientada en los siglos XVI, XXI y XXVI, y donde Aronofsky no se anda con vueltas y combina ciencia ficción y filosofía oriental para indagar en las nociones de vida, muerte y renacimiento. Su filme formalmente más sereno, por decirlo de algún modo, El luchador, es un cuento de hadas sobre la búsqueda de sentido y de trascendencia: otra historia de nacimiento y muerte y renacimiento. La luz y la oscuridad, el bien y el mal combatiendo y completándose, la destrucción como parte del acto de creación, la ambición, el sacrificio, el amor como fuerza transformadora aparecen en El cisne negro, su película más premiada, y por la que Natalie Portman ganó el Oscar.

    Junto con el sufrimiento físico y mental al que somete a sus protagonistas femeninas, estos temas también se ven en ¡Madre!, su obra más ambiciosa, una película que, como un sutra, no tiene comienzo ni conclusión, es un continuo: el principio puede ser el final y el final puede ser el principio. Así que podríamos empezar por acá: en medio del campo hay una casa antigua, de madera, que sobrevivió a un terrible incendio, donde viven una mujer sin nombre (Jennifer Lawrence, que en los créditos finales es nombrada como “Madre”) y su esposo (Javier Bardem), también sin nombre, un poeta que atraviesa uno de esos bloqueos creativos que ya son un lugar común en el cine. Ella pasa los días preparando comidas ricas y pintando y arreglando la casa mientras Él (así figura en los créditos) intenta trabajar y vaga por la casa tratando de recuperar la inspiración. El clima es extraño desde las primeras escenas. Hay un cristal con forma de corazón que el poeta atormentado conserva como un tesoro, hay paredes que parecen latir, y todo empieza a enturbiarse más con el arribo de huéspedes que nadie invitó y que se quedan más de lo necesario. Es que una noche llega un Hombre (Ed Harris) que busca refugio y se instala de una manera que la mujer percibe como violentamente irrespetuosa. Al día siguiente aparece su esposa, interpretada por Michelle Pfeiffer. La pareja se muestra especialmente lasciva. Y luego aparecen los hijos de ambos (Brian Gleeson y Domhnall Gleeson), que evidentemente no se llevan nada bien y que, como sus padres, se instalan sin haber sido formalmente invitados. Es el comienzo del fin. Porque después, con la aparición de más y más huéspedes tanto deseados como indeseados, se suceden acontecimientos cada vez más terribles y violentos, secuencias en las que Aronofsky despliega su arsenal de alegorías y alusiones. El director saca apuntes de El ángel exterminador, extrae algo del ambiente opresivo de El bebé de Rosemary, retoma elementos de sus anteriores filmes, como la intención de sintetizar la multiplicidad en la unidad, y plano a plano convierte al filme en una galería de símbolos, metáforas, alusiones a textos sagrados y reflexiones acerca del tiempo, la vida, el amor, la muerte, la energía del destino y el continuo despertar. Orquesta un caos vistoso y una oscura y tenebrosa carnicería. Y dispara un diálogo que es más o menos así:

    —Te amo.

    —No. Amas lo mucho que te amo.

    ¡Madre! va cambiando de piel, mostrando distintas capas metafóricas, algunas más sutiles, otras preocupantemente lineales. Ella es la Madre Naturaleza; Él, el poeta frustrado con hambre de adoración, es Dios; el Hombre que llega una noche (y que es fan del poeta, a quien le declara que “le cambió la vida”) y la Mujer que ingresa al día siguiente son... bueno, ya puede uno hacerse la idea. Cuando busca una alegoría para la guerra, Aronofsky filma… la guerra. Y por eso ¡Madre!(¿alguien sabe por qué los signos de exclamación?)produce la sensación de estar frente a un mamarracho. Y porque cámara, intérpretes y escenario parecen relacionarse de una manera que bien podría llamarse simbiótica y porque tiene actuaciones muy logradas (Lawrence, Pfeiffer), es que esta retorcida, pretenciosa, abrumadora y desgarradora película también se siente como algo bello y estimulante.

    ¡Madre! (Mother!) EE.UU., 2017. Dirección y guion: Darren Aronofsky. Con Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Michelle Pfeiffer, Ed Harris, Domhnall Gleeson, Brian Gleeson. Duración: 121 minutos.