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    Dos nuevos medios digitales, uno blanco y otro colorado, buscan influir en la agenda política en tiempos de Internet y pandemia

    BÚSQUEDA EN OCÉANO

    Desde Búsqueda en Océano, el análisis de Sergio Israel



    En marzo de 1886, blancos y colorados combatieron juntos y enfrentaron al régimen militarista de Máximo Santos, durante cinco sangrientas jornadas en Quebracho (Paysandú). José Batlle y Ordóñez, que participó en la batalla, regresó a Montevideo herido, preso y perdedor. Gracias a una amnistía salvó la vida y poco después, con 30 años de edad, con algunos correligionarios y capital para un mes y medio, fundó el diario El Día.

    Ciento treinta y cuatro años después, un grupo de jóvenes batllistas, con los rostros cubiertos debido a la pandemia de Covid-19, sin mucha experiencia en medios, pero apoyados en tecnologías baratas, comenzó otro combate de ideas, cargando sobre sus espaldas la extensa e intensa historia del diario colorado que cerró en 1993 y que ya tuvo un intento de resurgir como semanario.

    Todo había empezado para ellos algunos meses antes con un tuit de Matías Guillama, que escribió: “Qué falta hace El Día”. El operador penitenciario de Maldonado Pablo Ramos (26 años), ahora designado director del nuevo proyecto, aceptó el reto, armó un grupo de WhatsApp junto con Gonzalo Fontenla y comenzó un intercambio entre unas 70 personas que culminó el jueves 10, cuando se presentaron al público con el respaldo de dirigentes de todos los sectores del partido. Estuvieron, entre otros, el expresidente Julio Sanguinetti, el diputado Ope Pasquet y el exdirector de los semanarios Jaque y Posdata, Manuel Flores Silva.

    Sanguinetti habló desde su casa en Punta Carretas y Flores Silva al borde de la carretera, camino a Durazno, mientras Ramos lo hizo desde la sala de prensa de la Casa del Partido. La dirección es diarioeldia.uy, y ya tiene 36 artículos, aunque la periodicidad del nuevo medio aún está en discusión.

    Una semana después, el miércoles 16, un grupo de blancos lanzó un nuevo semanario digital: Puentes. El director es Gonzalo Mujica, puesto al frente del proyecto impulsado por la vicepresidenta Beatriz Argimón. Mujica es un diputado electo en la lista del presidente Luis Lacalle Pou que el año pasado abandonó el Frente Amplio. A diferencia de El Día, donde hasta ahora todos son honorarios, Puentes cuenta con algunos periodistas profesionales como Elsa Levrero (coordinadora de Redacción), Pablo Piñeyro, Marcelo Márquez y Alejandra Volpi.

    El Consejo Editor está conformado por representantes de todos los sectores blancos: Argimón, Andrés Abt, Gerardo Amarilla, Sergio Botana, Carlos Daniel Camy, Gastón Cossia, Rodrigo Goñi, Gustavo Penadés, Luisa Rodríguez, Alejo Umpiérrez y Juan Sartori.

    Los dos nuevos proyectos se suman a otra prensa sectorial que ya existía: La Mañana, que se edita los miércoles en papel y en la web, dirigido por Hugo Manini Ríos; El Popular, órgano del Partido Comunista, que sale los viernes; y El Sol, la vieja marca del Partido Socialista que recomenzó como mensuario en marzo pasado, entre otros.

    Pan, salchichón y un revólver por cabeza.

    Antes del diario del Pepe Batlle, el riverista La Mañana y el nacionalista El País, hubo otros periódicos de tipo partidario. Las peripecias políticas y empresariales están recogidas en la documentada Historia de la prensa en el Uruguay, de Daniel Álvarez Ferretjans.

    El Pueblo (1860-1866), por ejemplo, publicó las crónicas de guerra escritas por el coronel León de Palleja en 64 entregas desde Paraguay que luego continuó La Tribuna.

    Una vez que la alfabetización logró crear un mercado de lectores, la prensa comenzó a crecer en influencia, ayudada por la agitada vida política y los avances tecnológicos, en especial la imprenta rotativa, que bajó los costos.

    Antes de fundar su propio diario, Batlle había hecho las primeras armas periodísticas en la prensa estudiantil y luego en el anticlerical La Razón, que dirigió Daniel Muñoz. La vida periodística de entonces no estaba ajena a los peligros: la redacción fue objeto de “empastelamiento”, un ataque a balazos, hachazos y cuchilladas en el que “una turba asquerosa compuesta por bandidos de la más baja ralea y capitaneados por el célebre coronel Belén” mató a un tipógrafo.

    Batlle también escribió en La Lucha, un vespertino tan aguerrido que se hacía, según Álvarez Ferretjans, “en torno a una amplia mesa donde había tantos revólveres como redactores” y para trabajar “tomaban toda clase de precauciones” como abroquelarse “tras puertas cruzadas por pesadas trancas” y además “se exigía un santo y seña convenido a aquellos que pretendían ingresar a la redacción”.

    El Día salió vespertino de cuatro páginas el 16 de junio de 1886, dos meses después de la derrota de Quebracho, con “una bandera de colores bien definidos: de oposición desembozada y sistemática a la corrupción gubernamental, de lucha ardiente y sin tregua, para obtener la reconstrucción legal de la República”. La experiencia terminó el 7 de julio del año siguiente, pero retomó dos años después con más fuerza y con una concepción moderna que puso atención a la corrección, las secciones fijas y el precio accesible (un vintén) gracias a sustituir la impresora plana Marinoni por dos rotativas que escupían 12.000 ejemplares por hora.

    Poco a poco, para que pasara casi desapercibido, el diario había dejado de salir de tarde y comenzó a llegar temprano a la casa de los lectores. Batlle argumentó que se haría con ventaja debido a “la inercia del que medio dormido recibe en su cama la mercancía”.

    Para el relanzamiento, el director había recibido 3.200 pesos de los partidarios de la candidatura de Julio Herrera y Obes a la presidencia, que luego reembolsó, porque creía que un diario no debía tener “más subvención que la que le pase el pueblo que lo sostiene”.

    El Pepe Batlle era un director estricto con el personal: ponía multas cuando había errores y en la redacción se exigía un silencio de iglesia, que se acrecentaba cuando el jefe entraba dando pasos pesados y silbando su pieza musical favorita.

    También era muy celoso con la calidad gráfica de cada edición e incluso llegó a controlar desde Europa, a través de Domingo Arena, las deficiencias que se producían, según él, por “capricho o haraganería”. Para eso debió haber llegado a un nivel empresarial envidiable. Habían quedado atrás los tiempos en que, cuando entraba un aviso, los empleados salían corriendo al almacén de la esquina a comprar pan y salchichón.

    Revoluciones y mordazas.

    Entre 1893 y 1904 se editó El Nacional, dirigido por su propietario, Lauro V. Rodríguez. Eran tiempos de mucha tensión, como lo demuestra el único magnicidio de la historia, cuando una bala mató al presidente Juan Bautista Iriarte Borda. Para El Día, el homicidio abría “nuevos horizontes a la República” y Batlle sorprendió visitando al matador en la cárcel.

    En una segunda época, El Nacional estuvo dirigido por Eduardo Acevedo Díaz. El nieto del general Díaz se había formado en el diario La Revolución (1870), dos años después fundó La República y también La Democracia, antes de tener que exiliarse en Buenos Aires.

    La pluma del novelista autor de Ismael, ahora aplicada a la defensa de la divisa blanca, aunque tampoco hacía asco en criticar a la interna partidaria, no pasó desapercibida. El historiador nacionalista Juan Pivel Devoto resumió que “sus editoriales parecen latigazos, toques de alarma, desafíos altaneros: el proceso de un sistema político que llegaba a su ocaso” y debido a eso también llegó la mordaza a la prensa, sobre todo cuando en 1896 se produjo la primera revolución de Aparicio Saravia.

    Aunque el batllismo disputaba el espacio de la clase obrera, el Partido Socialista, fundado por Emilio Frugoni, y desde 1920 el Partido Comunista también recurrieron a la prensa de combate con Justicia y El Sol. Más adelante, los comunistas editaron Diario Popular, El Popular y La Hora. Anarquistas y tupamaros también tuvieron sus propios medios, como Compañero y Mate Amargo.

    La época de los grandes medios escritos llegó avanzado el siglo XX y tuvo entre los impulsores al Diario del Plata, dirigido por Antonio Bachini y luego por Juan Andrés Ramírez, La Razón, que entonces tenía al frente a Samuel Blixen, y El Siglo.

    La Mañana nació en 1917 en medio de una batalla política entre la forma de gobierno colegiado, propuesto por Batlle y Ordóñez, y el movimiento en su contra, que resultó triunfante, al mismo tiempo que la Convención Constituyente votó la separación de la Iglesia del Estado. Pedro Manini Ríos dejó entonces el Partido Colorado y fundó el Partido Colorado Fructuoso Rivera, con la enorme bancada de 11 senadores.

    Además de defender las ideas conservadoras, La Mañana representó una evolución en materia periodística cubriendo todas las áreas, desde Casa de Gobierno al turf, aunque se escribía con pluma, para dolor de cabeza de los linotipistas, que debían armar las páginas y a menudo no entendían la letra.

    La Fleet Street criolla.

    La calle Ciudadela, consigna Álvarez Ferretjans, se convirtió en la segunda década del siglo pasado en la calle de la prensa, con la presencia de siete periódicos, a semejanza de la Fleet Street londinense.

    Un informe de la inteligencia militar británica al que accedieron los historiadores Alicia Casas y José Pedro Barrán da cuenta de un análisis de la prensa uruguaya en tiempos de guerra. El Día es descripto como “órgano principal del Partido Colorado”, proaliado y con una circulación de entre 22.000 y 25.000 ejemplares.

    El primer diario de masas sin duda apartidario fue el Imparcial, que se publicó durante una década, a partir de 1924. Gabriel Terra, primero presidente colorado y luego dictador, también tuvo su propio medio, El Pueblo. A su vez, cuando el batllismo se dividió entre las listas 15 y 14, El Día quedó en manos de los hijos de Pepe Batlle (César, Lorenzo y Rafael), mientras que su sobrino Luis, electo primero vicepresidente y luego presidente de la República con la 15, fundó Acción, que se distribuía pasado el mediodía anticipándose a El Diario, líder del fútbol y carreras.

    Por el lado de los blancos, además de El País, en 1931 se había comenzado a editar El Debate, tribuna propia pero inestable como empresa de Luis Alberto de Herrera que antes había estado en El Nacional.

    Julio César Grauert, líder del sector colorado más colocado a la izquierda, publicó Avanzar, pero luego de que fuera muerto por la Policía cerca de Pando, se disgregó.

    El general Alfredo Baldomir, que protagonizó el llamado “golpe bueno” no tenía un sector político propio, pero sí se apoyó en un medio, El Tiempo. Después de una poco feliz etapa como dirigente blanco, Carlos Quijano fundó Marcha en 1939, pero no se definió por ningún lema, aunque sí en contra del fascismo, el racismo y las dictaduras.

    Aunque su éxito político se fundó sobre todo en la radio, el periodista Benito Nardone, Chico Tazo, que fue presidente del Consejo Nacional de Gobierno, también tuvo un periódico entre 1940 y 1964, Diario Rural, junto con Domingo Bordaberry, César Charlone y Eugenio Martínez Teddy.

    Zelmar Michelini, secretario político de Luis Batlle, creó su propia lista y luego fundó Hechos, antes de las elecciones de 1966. Aunque finalmente terminó absorbido por el grupo de La Mañana y El Diario, el periódico del Flaco Michelini logró consolidar un equipo que tenía, entre otros, al prestigioso exdirigente sindical Héctor Rodríguez, luego fundador del Frente Amplio.

    Pesada herencia

    El semanario Puentes comenzó a publicarse ayer con una entrevista a Argimón como plato fuerte y con varias columnas de opinión escritas por dirigentes blancos. A lo largo del día, actualizó el portal con noticias surgidas en la tarde vinculadas al coronavirus.

    Durante la presentación de El Día en la Casa del Partido Colorado, el diputado Pasquet advirtió a los jóvenes: “Tengan claro que de aquí en más no se los va a juzgar por lo que era El Día, se los va a juzgar por lo que ustedes hagan, se lo van a tener que ganar número a número y ese es el compromiso que están asumiendo cuando salen a la calle con esto”.

    Los jóvenes no parecieron asustados ante el desafío, porque después de eso su director anunció que serían “un caldo de cultivo para el espíritu reformista y faro de mesura” y dio la orden de imprimir, es decir, de subir el contenido a Internet.