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    Dos relatos finales de Ryunosuke Akutagawa

    En el bosque oscuro

    La literatura japonesa es un mundo. Como tantas otras disciplinas del archipiélago, su desarrollo histórico a espaldas de Occidente la vuelven un campo ignoto, casi marciano, complejo, difícil de abordar. Y eso por no hablar de su forma de escritura, que vuelve un desafío la traducción hasta de las instrucciones de un sobre de sopa instantánea.

    Lo de “a espaldas de Occidente” no es una referencia ociosa a lo lejano del país. En la era Tokugawa (1603-1868) se aplicó la política internacional llamada sakoku, literalmente, “país cerrado”. Nadie sale, nadie entra. Esta política se puso en práctica en 1639 expulsando a todos los residentes extranjeros, con particular energía a los misioneros católicos, y se mantuvo de manera férrea hasta 1853.

    Entre la avalancha de novedades que entraron al país al final del sakoku estuvo la literatura occidental. Los géneros tradicionales de relato japoneses tenían sus propias formas y estilos. Ahora, bajo la influencia de una tradición novedosa, apareció una mutación, una hibridación: narrativa japonesa formateada por los estilos occidentales. No fue nada extraño ni aislado, pasó lo mismo con muchas cosas, entre ellas, el omelette, al que llamaron tamagoyaki y preparan enrollado en una sartén cuadrada.

    La nueva narrativa japonesa se desarrolló vigorosa y variopinta. Se multiplicaron los escritores intelectuales, profesionales, gracias a una multitud de revistas literarias. La influencia cultural, hay que decirlo, no fue unidireccional. La llegada de reproducciones de arte japonés a Europa logró influir fuertemente la pintura de los impresionistas.

    Una característica extraliteraria del mundo de los escritores japoneses es su sobreabundancia de tragedias. Toda literatura nacional tiene su cuota de decesos trágicos, pero en Japón la cosa es para asombrarse. Por ejemplo, en un extremo del espectro político tenemos al comunista Takiji Kobayashi, autor entre otros textos, no muchos, de la novela Kanikosen, sobre la dura vida de los trabajadores embarcados en un pesquero en el gélido norte del país. Kobayashi nació en 1903 y murió en 1933, asesinado a palazos en un cuartel de policía.

    Ideológicamente muy distante estaba Yukio Mishima (1925-1970). Autor refinado y prolífico, la belleza sutil de sus textos puede chocar con enterarse de sus ideas conservadoras de extrema derecha. Mishima organizó su propio ejército y antes de morir ocupó un cuartel, esperando despertar una insurrección militar que reinstaurara el gobierno imperial.

    Como la cosa no funcionó, se aplicó el seppuku, o sea, se evisceró en vida. La muerte de Mishima afectó de forma negativa el ya deprimido ánimo de su gran amigo Yasunari Kawabata, otro autor de una escritura bella como pocas, que le valió recibir el primer Premio Nobel para un japonés. Kawabata, nacido en 1899, se suicidó en 1972.

    Y la lista de autoeliminaciones y tragedias sigue, e incluye a Ryunosuke Akutagawa.

    Un caso clínico

    Akutagawa Ryunosuke (a la manera japonesa) nació en Tokio el 1º de marzo de 1892 y murió en la misma ciudad el 24 de julio de 1927. Su vida nunca fue sencilla. Su madre desarrolló una enfermedad mental poco después de su nacimiento, probablemente psicosis, así que el niño Ryunosuke fue adoptado por su tío materno, de quien recibió el apellido. Tuvo un amor de juventud pero su familia le prohibió casarse y terminó comprometido con Fumi Tsukamoto. Se casaron en 1918 y eventualmente tuvieron tres hijos: uno era actor, otro, compositor y el tercero murió en la guerra.

    Akutagawa cursó estudios de literatura inglesa en la Universidad Imperial de Tokio, y tras graduarse dio clases de inglés por poco tiempo antes de decidir que lo suyo era la escritura a tiempo completo. En 1915 publicó sus dos primeros cuentos, el segundo de los cuales llevaría el título que lo haría más conocido en Occidente: Rashomon. Ocurre que si bien Akira Kurosawa tomó el título de la historia y parte de su ambientación para su célebre película de 1950, en realidad el grueso de lo narrado proviene de otro cuento posterior de Akutagawa, En el bosque (Yabu no naka).

    De todas formas, Rashomon no le dio mucha fama, cosa que sí ocurrió con el cuento de 1916 La nariz (Han), historia satírica sobre un religioso con una nariz sobredimensionada que la reduce por medios mágicos y al hacerlo se vuelve objeto del ridículo de todos. Este cuento sí que fue un éxito, desde ese momento la fama de Akutagawa no paró de crecer.

    En 1917 Akutagawa publicó sus dos primeras recopilaciones de relatos y siguió colaborando con cuentos en diarios y revistas sin parar. Además de los mencionados, algunos de sus textos más célebres son Kappa (una sátira sobre seres mitológicos semianimales) o El biombo del infierno (Jigoku hen), aunque si hubiera que elegir su obra maestra seguro es el mencionado En el bosque, un relato de ambientación clásica donde la aparición de un cadáver plantea un enigma que un magistrado trata de resolver tomando declaración a varios testigos, incluyendo el fantasma del difunto. Esas declaraciones divergen, dan versiones distintas, muestran el asesinato como un evento poliédrico, en fin, constituyen un triunfo narrativo que luego fue mil veces usado en la literatura de todo el mundo y, a través de su adopción por Kurosawa, lo mismo en el cine (y la televisión: es de uso normal que en series de largo aliento en algún momento se eche mano al recurso Rashomon).

    Para vivir tan poco Akutagawa pasó por una serie notable de eventos traumáticos, desde la locura de su madre y diversas muertes familiares hasta el gran terremoto de Tokio en 1923. En 1919 viajó a Nagasaki, que fue la principal sede del cristianismo en Japón, y se obsesionó con la religión. En 1921 viajó a China cuatro meses como corresponsal periodístico, y entre enfermedades y contratiempos pasó muy mal. Para 1926 estaba francamente deteriorado, sufría alucinaciones, depresión y angustia. En 1927, luego de sucesivas crisis nerviosas, se suicidó tomando barbitúricos en su casa. En 1935, su amigo de toda la vida Kan Kikuchi instituyó el Premio Akutagawa de relatos, que sigue vigente y se considera el más prestigioso del género en Japón. El premio consta de un reloj de bolsillo y 1 millón de yenes.

    La mejor manera de acercase a la vida de Akutagawa es a través de la novela de David Peace Paciente X: el caso clínico de Ryunosuke Akutagawa (Patient X, The Case-Book of Ryunosuke Akutagawa, 2018, ed. en español 2021, El cuenco de Plata, Buenos Aires). Peace es un autor inglés afincado en Tokio desde los 90 y un apasionado de la cultura y la literatura japonesa (una especie de Lafcadio Hearn moderno). Paciente X se presenta como una serie de cuentos, pero en realidad estos se encadenan en una novela que sigue la vida de Akutagawa a través de sus vivencias personales o de sus historias. El primer capítulo nos presenta al niño Ryunosuke, confundido por la demencia de su madre y atemorizado por el maltrato de su tía, que descubre una biblioteca en su casa adoptiva y encuentra así su destino. El último muestra al autor en sus últimos días, delirante, golpeado por las crisis nerviosas y las obsesiones, atrapado en su propio laberinto, ya camino a la decisión final. El recorrido intermedio es tan intenso y rebuscado como la propia obra de Akutagawa, de quien Borges, en uno de sus inefables prólogos en 1959, elogia “los encantadores y a veces terribles volúmenes de Akutagawa”, que unen en sus páginas “la extravagancia y el horror”.

    En los últimos días

    La editorial española Navona publica, en un hermoso librito de aire retro, dos textos crepusculares de Akutagawa, su último relato editado en vida, Ruedas dentadas (Haguruma) y la serie de apuntes Vida de un necio (Ako no isho). Es una traducción nueva, directa del japonés, y este no es un dato menor. Hasta no hace mucho la manera de leer a Akutagawa (y a toda la literatura japonesa) en español era a través de retraducciones del inglés o el francés. Así, mediante esta cuestionable práctica, conoció Borges a su “límpida prosa” (palabras suyas).

    Vida de un necio, escrito en tercera persona, se compone de 51 viñetas que van desde recuerdos personales hasta observaciones casuales, pero siempre permeadas por sus dos obsesiones finales: el miedo a la locura y la idea del suicidio. La muerte asoma permanentemente en estos textos, al igual que la fragmentación, la inseguridad y, claro, la locura. El último, muy breve, se titula Derrota y menciona el Veronal, el medicamento con el que se daría muerte.

    Ruedas dentadas, tal vez por estar escrito en primera persona, es más descarnado y terrible. Es, sin ninguna duda, el propio Akutagawa quien habla de sí mismo, registrando su derrotero de varios días por Tokio alojado en un hotel, entrando a librerías como quien busca santuario y tratando de escribir, perseguido por sus delirios (las ruedas dentadas a las que refiere el título, o sea, engranajes, son la alucinación que precede a sus ataques de pánico demoledores). Su cuñado ha muerto en un accidente terrible y eso lo obliga a hacerse cargo de la familia que dejó. Trata de darle sentido a su vida, de refugiarse en la literatura tanto japonesa como occidental, de rearmar su propia persona, pero no lo logra. El peso de sus obsesiones (es incapaz de subirse a un taxi amarillo y recorre largas distancias, a veces hasta su destino, buscando los menos frecuentes, los verdes) y de sus delirios (alguien le cuenta la historia de un fantasma que usa un impermeable y desde ahí es perseguido por visiones de gente con impermeables) lo hunden en la desesperación, y al final vuelve a su casa derrotado en su intento de conseguir un respiro de sanidad.

    Akutagawa se consideraba un pragmático, un escritor realista (el movimiento literario al que se lo asocia se denomina neorrealismo), pero, como el fantasma de Rashomon, su vida se ve asediada por vistazos de lo sobrenatural o, como él mismo piensa con acierto, de la locura.

    Al final de Ruedas dentadas hay una aparición particularmente demoledora y Akutagawa cree, como tantas veces, que es el momento de su muerte. Se recompone, pero escucha unos pasos apurados que suben la escalera. Es su esposa, asustada porque acaba de tener la sensación de que el escritor había muerto. Akutagawa, aterrorizado, se da cuenta de que “vivir así es un sufrimiento indecible”. Las últimas líneas del relato son. “¿No habrá nadie que me sorprenda en sueños y me estrangule sin que me dé cuenta?”. No pasarían muchos días sin que él mismo decidiera ocuparse del asunto.