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Río de Janeiro. (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). Cuando el árbitro italiano Nicola Rizzoli sopló su silbato por última vez en la final del Mundial 2014, miles de brasileños en las tribunas del Maracaná dieron rienda suelta a su alegría. Alemania era el nuevo campeón y Brasil ni siquiera había llegado a disputar ese juego decisivo por el humillante derrumbe de su selección en semifinales. Pero los anfitriones tenían razones para celebrar de todos modos. Una de ellas era que su archirrival Argentina acababa de perder la oportunidad de alzar la copa en el mítico estadio de Río de Janeiro. Otra, quizás más importante y menos evidente, es que la fiesta del fútbol había transcurrido lejos del caos que muchos temían y con elogios varios. Esta vez a Brasil le fue mejor en el plano organizativo que en el deportivo, aunque el legado del evento aún es incierto.
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Fue un mes de emociones fuertes para los brasileños. El Mundial comenzó en medio de un clima de tensión y descontento social por el costo de U$S 11.000 millones que tuvo el torneo. El mismo día del partido inaugural hubo protestas convocadas en São Paulo, Río y otras ciudades brasileñas a las que asistieron apenas cientos de personas y fueron rápidamente controladas por la Policía, en algunos casos usando excesivamente la fuerza. Pero las manifestaciones anti Copa nunca llegaron a reunir las multitudes que salieron a las calles el año pasado, en gran medida por miedo a la violencia de los uniformados y de los grupos radicales. Y rápidamente los brasileños se dejaron llevar por su pasión por el fútbol.
El apoyo al Mundial en Brasil pasó de 54% antes de que la pelota comenzara a rodar a 66% sobre el final del campeonato, de acuerdo con una encuesta del instituto Ibope divulgada ayer miércoles. Por el contrario, el rechazo cayó 10 puntos (de 38% a 28%), indicó el mismo sondeo, realizado a pedido de la Presidencia brasileña. “La opinión pública pasó a ser altamente favorable a la Copa”, evaluó Aldo Fornazieri, director académico de la Fundación Escuela de Sociología y Política de São Paulo. “Y el apocalipsis anunciado por vastos sectores de la prensa en los aeropuertos y estadios no ocurrió; entonces se generó un clima positivo, una integración muy grande de los brasileños con los extranjeros en un ambiente de alegría y confraternidad”.
Un total de 1.015.035 turistas de otros países viajaron a Brasil para ver alguno de los partidos del Mundial, según datos del gobierno. Gran parte de ellos parecen haberse llevado una impresión favorable: 83% calificó como óptima o buena la organización de la Copa y más de la mitad (51%) sostuvo que fue mejor de lo que esperaban, de acuerdo a una encuesta de Datafolha conocida el martes.
“Teníamos una imagen de São Paulo (como una urbe) peligrosa y con crimen, pero lo que vimos no es para nada eso: hemos visto una ciudad superbella y con gente adorable”, comentó Frederic Cateaux, un francés que viajó por primera vez a Sudamérica para seguir a su selección. “Estoy enamorado de Brasil”, agregó mientras disfrutaba de una de las grandes fiestas que cada noche de Mundial desbordaron las calles de Vila Madalena, un barrio bohemio de la gran metrópoli.
La organización de la Copa también fue evaluada positivamente por medios internacionales como el diario estadounidense “The New York Times” y hasta por la FIFA, el criticado ente rector del fútbol que antes del evento se quejó una y otra vez por los atrasos de Brasil en las obras.
Incluso los polémicos y costosos estadios mundialistas, algunos de los cuales Brasil terminó de construir a última hora y sin tiempo suficiente para someterlos a pruebas, han recibido aplausos. La encuesta de Datafolha indicó que 92% de los extranjeros elogiaron su comodidad y seguridad. Los 64 partidos del Mundial tuvieron en las tribunas un público que, sumado, equivale a la población total de Uruguay: 3,429 millones de personas. Es una cantidad superior a las que se registraron en los Mundiales de Sudáfrica 2010 y Alemania 2006, y solo inferior a la que hubo en Estados Unidos 1994 (3,587 millones).
Por si eso fuera poco, el Mundial 2014 regaló grandes partidos de fútbol, comenzando por la propia final entre Alemania y Argentina, que si bien acabó apenas 1-0 a favor de los europeos en alargue, tuvo jugadas de peligro y vértigo desde el comienzo y se definió con un golazo de Mario Götze en el epílogo. “Estoy emocionada de estar en un lugar donde están posados todos los ojos del mundo”, comentó Anni Sieglitz, una germano-brasileña que vio desde las tribunas el choque definitivo en el Maracaná. En general, los 171 goles marcados a lo largo de la Copa igualaron el récord histórico de Francia 1998.
Entonces, ¿qué podría hacerle sombra a una fiesta deportiva donde todo parece tan perfecto?
Legado dudoso
Lo primero que ha empañado el recuerdo del Mundial, al menos para los brasileños, es la patética presentación que hizo la selección anfitriona en los dos últimos partidos del torneo: fue vapuleada 7-1 por Alemania en la semifinal y 3-0 por Holanda en el partido del sábado por el tercer puesto. La Canarinha acabó cuarta y recibió de los germanos la peor goleada de su gloriosa historia mundialista.
Luego de ambas derrotas, surgieron voces en Brasil llamando a refundar el fútbol local, que tiene clubes endeudados y problemas de dirección y corrupción que se arrastran desde hace años. La primera víctima del fracaso deportivo ha sido el técnico Luiz Felipe Scolari, alejado del cargo apenas terminó la Copa. Pero la cuestión es si realmente se meterá el bisturí a fondo o se maquillará todo para seguir como hasta ahora.
A tres meses de las elecciones en las que buscará ser reelecta, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, llamó la semana pasada a realizar una “renovación” del fútbol brasileño para que deje de ser un simple exportador de jugadores a equipos europeos. Pero sus palabras fueron rápidamente respondidas por el senador Aécio Neves, candidato presidencial del opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (del expresidente Fernando Henrique Cardoso) acusando a la mandataria de ajustar su discurso según el humor de la gente. “Cuando la Copa iba bien, parecía hasta que ella era la artillería de la selección. Creo que quien va a pagar el precio (de la eliminación de Brasil) son aquellos que intentaron apropiarse de un evento que es de todos los brasileños”, sostuvo Neves.
La dolorosa eliminación brasileña tampoco reavivó las manifestaciones callejeras, como algunos preveían. Durante la final hubo una protesta en Río a la que asistieron apenas 300 personas y fue nuevamente reprimida por la Policía, que agredió por lo menos a nueve periodistas. Algunos creen que Rousseff se ha beneficiado del éxito en la organización del torneo, pero otros advierten que el descontento general de los brasileños por la situación del país podría crecer tras el fiasco en las canchas.
En el exterior han surgido comparaciones entre lo que le pasó a la selección en el Mundial y los problemas que enfrenta todo el país. El diario británico “Financial Times” sostuvo que simbólicamente la goleada alemana “fue un fin apropiado para los largos años de boom económico de Brasil”. El Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa sostuvo que el “espejismo” de un milagroso modelo brasileño de desarrollo construido en los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) ha comenzado a esfumarse como los sueños que había en torno a la selección de fútbol, (ver página 34).
En lo local el debate no pasa por ahí hasta ahora, pero sí existen dudas sobre el legado real del Mundial. Brasil pudo haberse beneficiado por el turismo y la imagen positiva del torneo, pero a la vez se estima que el ritmo de actividad en sectores como la industria cayó por los feriados y horarios especiales de la Copa. Las obras de infraestructura eran otra herencia del Mundial, pero se estima que apenas la mitad de los proyectos de movilidad urbana y aeropuertos fueron finalizados. El derrumbe de un viaducto sin terminar en Belo Horizonte, que mató a dos personas e hirió a 19, fue una mancha negra en plena fiesta, como lo fueron antes los ocho obreros muertos construyendo los estadios.
El costo de los estadios mundialistas ascendió a U$S 3.300 millones y, pese al éxito que tuvieron, ahora se plantean dudas sobre cómo podrá financiarse el mantenimiento de varios en ciudades donde la afluencia de público al fútbol local es demasiado baja. En definitiva, es probable que Brasil termine corroborando los estudios que advierten que recibir grandes eventos deportivos genera más costos que ventajas. Y eso también parece preocuparle a la población. Según la encuesta de Ibope, la proporción de brasileños que creían que el legado del Mundial traería más beneficios al país cayó un punto el último mes y se ubicó en 31%. El porcentaje de quienes esperan más perjuicios también bajó cinco puntos, pero aún son una mayoría de 55%, según el sondeo que está en algún despacho de la Presidencia.